“Hoy comienza la cuenta atrás de mi regreso”. Así desató Carles Puigdemont los vítores de sus acólitos el pasado jueves, cuando anunció en Elna que sería candidato a las elecciones catalanas del 12 de mayo. Con una sonrisa en los labios e interrumpido de manera constante por una masa enfervorecida, el fugado anunció un regreso con fuegos artificiales de 2017 intentando ocultar que el elefante ya estaba en la habitación.

Y es que ya es la tercera vez que Puigdemont se presenta como candidato a los comicios, derrotado en 2017 por Inés Arrimadas y en 2021 por Salvador Illa y un Pere Aragonès que le arrebató la hegemonía del independentismo y le desplazó a la tercera plaza. Porque aunque muchos intentaron hacer cargar sobre las espaldas de Laura Borràs aquel resultado, la realidad es que el cabeza de lista y el protagonista absoluto de la campaña fue Puigdemont: el eterno candidato que siempre amenaza con regresar.

Esta vez no fue diferente. Puigdemont coló, entre arengas independentistas y con la boca pequeña, la verdad incómoda de que solo regresaría si le daban los números en el Parlament para ser president. Es decir, que solo regresará si todas las encuestas están equivocadas y no acaba pulverizado por los socialistas, como previsiblemente sucederá.

Como ya pasó el 10 de octubre de 2017, cuando Puigdemont hizo ver que declaraba la independencia para después hacer una última llamada al acuerdo con el Gobierno de España, el hombre del momento nos vendió otro gatillazo para la historia política de Cataluña. Es probable que 2024 sea el año en que Puigdemont regrese, sí, pero no en un futuro inmediato ni con la presidencia de la Generalitat debajo del brazo.

A Puigdemont se le pueden achacar muchas cosas, pero nadie duda de su habilidad para los trucos de magia. La convocatoria de elecciones para evitar la aplicación del artículo 155 fue hecha desaparecer ante la masa que inundaba la plaza Sant Jaume a cambio de las 155 monedas de plata de Rufián. Y la declaración unilateral de independencia desapareció a la velocidad de ocho segundos bajo su chistera, decepcionando a propios y extraños con un truco que evidenciaba que el independentismo había llegado a un callejón sin salida.

Ahora, Puigdemont ha intentado hacer desaparecer el elefante del eterno candidato que no regresará para su investidura triunfal. Pero la chistera del expresident ha encogido entre tantos lavados, y al final de la rueda de prensa el elefante continuaba inevitablemente en la habitación.

Todos lo sabían, Puigdemont y sus acólitos. Pero nadie quiso mirarlo, conscientes de que cualquier tiempo pasado fue mejor.