Cada vez que detecto una noticia en la prensa que me aleja momentáneamente del caos en que vivimos instalados los seres humanos, observo, molesto, que carece de continuidad y que al día siguiente de su publicación ya hemos pasado a otra cosa, mariposa. La última, hace unos días, fue la investigación que ha ordenado Joe Biden para intentar aclarar unos doscientos avistamientos de supuestas naves extraterrestres para los que no se ha encontrado hasta ahora explicación racional alguna (más allá de la rutina habitual de ver la zarpa de los rusos o de los chinos detrás del objeto volador no identificado de turno). Me dirán ustedes que ya tenemos bastantes problemas en este planeta como para preocuparnos de si nos visitan (o si nos vigilan) posibles extraterrestres. La conquista del espacio, ciertamente, sale muy cara, no aporta satisfacciones de ningún tipo a corto plazo y a la gente, en general, se la trae absolutamente al pairo porque bastantes dificultades tienen para llegar a fin de mes. A mí, por el contrario, noticias como la de los avistamientos inexplicables me generan curiosidad y, casi, una cierta esperanza. Creo que, si pensáramos más en la posibilidad de vida extraterrestre, haríamos menos el burro en nuestras existencias cotidianas, trátese de personas individuales o de naciones, poniendo el foco en cuestiones que nos superan de verdad y apartándolo de otras que podríamos resolver con un poco más de buena voluntad y unas dosis menores de maldad y/o estupidez.

La lectura de la prensa --para los que todavía la practicamos-- es una fuente de tristeza que nunca deja de manar. Al frente de dos de los países más grandes del mundo, Rusia y China, hay dos autócratas miserables que solo contribuyen a que las cosas vayan cada día peor a nivel global: Putin, un tipo que, probablemente, se cargó a gente con sus propias manos cuando trabajaba para el KGB (ahora se conforma con envenenar a sus enemigos por persona interpuesta), es un meapilas estalinista que encarcela a todo aquel que se le pone de canto; Xi Jinping siente nostalgia de aquel asesino de masas que fue Mao Tsé Tung mientras promueve su propio culto a la personalidad. Estados Unidos trata de que nos olvidemos rápidamente de Donald Trump, pero está por ver que el provecto Joe Biden lo consiga. Europa, ese balneario en comparación con el resto del planeta, no consigue ni a tiros que sus naciones se unan y arrimen el hombro como deberían. España es un caos con apariencia de normalidad en el que la democracia cada día está más amenazada a derecha e izquierda mientras sufre una estructura autonómica que es una ruina y quintuplica el funcionariado necesario para que un país se mueva.

Menos mal que nos quedan nuestras antiguas colonias de ultramar, donde todo funciona muchísimo peor. Es como si hubiesen heredado nuestras tendencias al crimen, el caos y la corrupción y las hubiesen hecho crecer de manera exponencial. Las elecciones en Perú dan ganas de llorar, entre el demagogo comunista del sombrero y la hija del tío más corrupto y criminal que ha dado el país desde la independencia. Lo de Nicaragua es desolador: siguiendo el ejemplo de Castro, Daniel Ortega (secundado por la parienta) se ha convertido en un dictador despreciable con muertos a la espalda que detiene y encierra a cualquiera que le pueda hacer sombra (siempre me acuerdo de mi amiga R. y sus años en Managua, echando una mano al sandinismo, o del iluso de Joe Strummer, el difunto líder de The Clash, que bautizó uno de los álbumes del grupo como Sandinista)…

Llámenme escapista, pero ante este panorama, a mí las noticias de ovnis me resultan vivificantes y hasta esperanzadoras. Tal vez porque aún me acuerdo del clima de euforia que se sentía en el ambiente en 1969, cuando el hombre pisó la luna por primera vez y parecía que la carrera espacial se iba a convertir en uno de los intereses principales de la humanidad. Si la ciencia ficción, escrita, dibujada o filmada, tiene tanto público es porque la elucubración futurista nos saca un poco de este universo mediocre, injusto y fundamentalmente estúpido en el que vivimos y que nos absorbe de tal manera que apenas deja sitio en la prensa para cosas como las posibles investigaciones de la NASA sobre fenómenos inexplicables.

Igual se me está yendo la olla. O tengo un mal día. Pero me resuena en la cabeza la canción del difunto Germán Coppini: “No da para más, no da para más, que aparezca un alien divino y nos haga soñar”…