El consejero de Interior de la Generalitat, el tránsfuga Joan Ignasi Elena, ha tenido una idea brillante y no ha tardado nada en trasladársela a su homólogo español, Fernando Grande Marlaska: hay que ponerle una escolta de Mossos d'Esquadra a Carles Puigdemont durante su trepidante campaña electoral (desde Francia), no fuera a sufrir un atentado, como el influyente líder mundial que sin duda es. Creo que el ministro aún no se ha manifestado al respecto, pero dudo que lo haga en la línea que a mí me resultaría más razonable y que consistiría en decir: “¿Acaso le pusimos escolta al Dioni durante su exilio brasileño? Aquí no hacemos distingos entre robaperas, así que, ¡aire!”.
No sé en qué consistirá la respuesta de Grande Marlaska, pero la verdad es que no dispone de mucha altura moral para soltarle un moco semejante a Elena. A fin de cuentas, fue su jefe el que, saltándose todas las líneas rojas, optó por negociar con un delincuente para conservar el sillón. En ese sentido, la ocurrencia del señor Elena no deja de tener su lógica: si ustedes consideran a Puchi un interlocutor válido y opinan que se puede presentar a unas elecciones estando huido de la justicia, ¿por qué no ponerle al pobre unos escoltas que lo protejan si alguien se acerca a partirle la cara? Si el Dioni se hubiese presentado para alcalde de Madrid y el mandamás de turno hubiera necesitado sus votos, igual llegamos a verlo por Río de Janeiro en la alegre compañía de maderos y mulatonas.
Sánchez abrió la proverbial caja de Pandora cuando se agarró a Cocomocho para mantenerse en el poder. Una vez liberado de la lámpara, el genio (o, en este caso, el zoquete infatuado) se vino arriba y ahí sigue, como demuestra el hecho de que haya añadido su nombre al de Junts para las próximas elecciones catalanas, incurriendo en un culto a la personalidad que habrá que ver hasta qué punto le beneficia: es cierto que aún quedan quienes le consideran una especie de Mesías, pero tengo la impresión de que son más los que han llegado a la conclusión de que es un fantasmón al que se le ha ido la olla en Flandes y que nunca cumple sus promesas. Ahora dice que volverá para culminar el prusés y conducir a su país a la independencia, pero los resultados electorales de su partido han ido de mal en peor durante los últimos años y no parece tener muchas posibilidades de ganar las elecciones y volver al despacho del que tuvo que salir por patas en 2017.
Una vez más, es Sánchez el principal responsable de que nuestro hombre se haya subido a la parra. ¿Cómo no va a ser así si se le diseña una amnistía a medida para él y sus secuaces? Puchi se ha venido tan arriba que ni siquiera contempla la posibilidad de agradecerle a Sánchez el (interesado) detalle. Cuando te libran de un marrón, lo normal es deshacerte en elogios de tu benefactor y prometerle que no volverás a portarte mal. Por el contrario, Cocomocho considera la amnistía lo menos que se le puede ofrecer y piensa aprovecharla para seguir dando la chapa con sus manías: el referéndum, la independencia unilateral y bla, bla, bla, hasta volver a la casilla número uno de su particular juego de la oca (o del ganso, para ser más precisos), dando muy mal ejemplo a sus némesis de Esquerra Republicana, quienes, para no ser menos, también se han apuntado al referéndum, la unilateralidad y lo que haga falta.
Es lo que pasa cuando conviertes a una pandilla de delincuentes patrióticos en el principal sostén de tu precario gobierno, que te salen las criadas respondonas y se te suben a la chepa. Ya puedes enviar a Illa o a Mariajezú a declarar solemnemente que ni hablar del peluquín (o del referéndum), que los piojos a los que has resucitado se inflarán cual sapos bufos y darán por hecho que acabarás cediendo a todas sus pretensiones. Ante semejante coyuntura, ¿para qué sirve el propósito de enmienda si no lo necesitas para nada porque tienes agarrado de los cataplines al arribista que te ha facilitado la respiración asistida cuando estabas en las últimas?
Una vez el presidente del gobierno español se ha pasado por el arco de triunfo cualquier consideración moral, ya puede pasar cualquier cosa, como que los locos intenten controlar el sanatorio, que es lo que está ocurriendo ahora mismo. Y si un delincuente puede presentarse a unas elecciones y hacer campaña desde el extranjero, ¿a quién puede sorprenderle que un político socialista pasado a lazi pida para él protección policial? Me temo que la ideaca de Elena es tan solo la primera de una larga lista que se irá desvelando de aquí al 12 de mayo: ya se sabe que quien con niños malcriados se acuesta, meado se levanta. ¿Cómo no vamos a encontrarnos en una situación disparatada en España si el principal impulsor del disparate es el propio presidente del gobierno?