Ha habido algo de lío recientemente con la filtración de la pasta gansa que se embolsa Leo Messi gracias a su trabajo para el F.C.Barcelona. Es un dineral que supera de largo los 500 millones de euros ganados durante los últimos tres años y que resulta, tal como está el patio, una cifra obscena. El hecho de que gente del club haya tildado la noticia de filtración indica claramente que ese dato se pretendía mantener oculto para no indignar a la cantidad inmensa de gente con problemas para llegar a fin de mes que hay en España en particular y en el mundo en general. El Barça le ha soltado a Messi todo lo que pedía y más, pero la cifra exacta de sus emolumentos se ha intentado mantener oculta, supongo que para no crear alarma social. Uno ya sabe que entre nosotros todo se rige por la ley de la oferta y la demanda, pero sueldos como el de Messi --o el de los integrantes del gobierno autónomo catalán, por poner otro ejemplo similar-- pueden sacar de quicio a cualquiera.  A fin de cuentas, el bueno de Leo no pasa de ser un tarugo de Rosario sin estudios que apenas sabe hilvanar tres frases inteligibles. Dios lo bendijo con unos pinreles de oro, sí, pero, ¿es necesario que gane semejante millonada por su habilidad con el balón? No quiero ponerme demagógico, pero hay investigadores médicos y científicos a patadas cobrando unos sueldos de risa.

En cualquier caso, no toda la culpa es de Messi y del Barça. El primero abusa de su posición y el segundo apoquina lo que haga falta para obtener victorias y, sobre todo, para que rabie el Real Madrid (su principal razón de ser), pero si no fuera por lo que conocemos como “la afición”, estas cifras majaretas ni se plantearían. El problema del fútbol es de nacimiento. Cuando un entretenimiento que se empezó a practicar en ambientes castrenses con las cabezas decapitadas de los enemigos se convirtió en este delirio generalizado que es en la actualidad, se dio rienda suelta a todo tipo de excesos. Para el hincha medio, que gane su equipo es más importante que se descubra la vacuna contra el coronavirus y cualquier otra plaga o desgracia. Lo que cobren médicos y científicos, al hincha medio se la sopla: todo lo que gane el jugador que le haga feliz con sus goles le parecerá bien o, por lo menos, no se escandalizará cuando lo descubra a través de una de esas filtraciones que, según ciertos cerebros del Barça, solo pretenden dañar al club.

Aún está reciente la muerte de Diego Armando Maradona, cuando miles de personas en todo el mundo --y especialmente en su Argentina natal, donde hay hasta un culto religioso a su persona, la Iglesia de Maradona-- aseguraron que el difunto era la persona que más felicidad les había dado en toda su existencia (lo cual le lleva a uno a preguntarse qué birria de vida llevaban si su felicidad dependía del fútbol, pero eso ya es otra historia). Hace años que esto del fútbol se ha salido de madre, se nos ha ido de las manos. A fin de cuentas, no deja de ser un juego que a unos divierte y a otros, como yo, aburre mortalmente. Un mundo en el que alguien se lleva más de 500 millones de euros en tres años por controlar mejor que nadie una pelotita es un mundo de mierda, con perdón.