Éramos pocos y parió la abuela (frase hecha: no me refiero concretamente a Clara Ponsatí, aunque aquí se produzca una feliz serendipia). Como, al parecer, no teníamos suficientes partidos independentistas, la inefable señora Ponsatí y su fiel escudero, Jordi Graupera, se han sacado de la manga uno nuevo que atiende por Alhora y que será presentado en sociedad el próximo 23 de abril en el teatro Borràs (¿un guiño a la Geganta del Pi?), previo pago de doce euros por parte de los asistentes.
Como Ponsatí y Graupera no tienen un duro y les cuesta encontrar financiadores por esa fama que se han ganado de imprevisibles y propensos a las ideas de bombero, pretenden iniciar sus nuevas actividades políticas sableando a los incautos que se acerquen al Borràs para ver qué les cuentan. ¿Doce euros por escuchar los delirios soberanistas de este par de iluminados? Como lo oyen. A nadie se le había ocurrido monetizar los mítines, en previsión de que no apareciera nadie, pero parece que el Dúo Dinámico confía tanto en su proyecto que cree que la gente se verá obligada a aflojar la mosca para conocerlo.
A todo esto, ahí sigue Sílvia Orriols con su partidillo de extrema derecha, antiespañol y matamoros, y habrá que ver qué pasa con la famosa lista cívica de Dolors Feliu (y con la propia señora Feliu, que igual no sobrevive a las próximas elecciones de la ANC). Ya solo falta que Laura Borràs y su fiel Dalmases se inventen un nuevo partido político para que la oferta independentista empiece a superar a la de las plataformas de streaming.
Si cada político lazi deja de sentirse representado por Junts, ERC y la CUP, aquí va a haber una sobredosis de propuestas soberanistas que, me temo, no se adecúa a la implacable ley de la oferta y la demanda. Por no hablar de que todos los votantes que han sido quemados por los partidos tradicionales se lo van a pensar mucho antes de confiar en disidentes de dichos partidos, sobre todo si pretenden cobrarles doce euros para explicarles quimeras, cuentos chinos o como queramos llamar a las diferentes opciones alternativas. Pese al auge inesperado del que goza Puigdemont gracias a Pedro Sánchez, la verdad es que el independentismo no pasa por sus mejores momentos. Hay que tener mucha fe para seguir creyendo en él, y que te soplen doce euros para informarte de nuevas iniciativas al respecto, roza el insulto y la ofensa.
Especialmente, si nos fijamos en la trayectoria de la señora Ponsatí y el señor Graupera, dos fanáticos de tomo y lomo cuya relación con la realidad siempre ha sido más bien oblicua, por usar un término suave. Doña Clara, básicamente, solo se ha dedicado a refunfuñar desde que el estado español le retiró la beca de la que disfrutaba en Estados Unidos por morder la mano que la alimentaba y dedicarse a propagar el separatismo. De carácter fuerte (y yo que diría que difícil o directamente imposible), la buena señora se refugió en el partido de Puchi, pero no tardó mucho en sentirse rodeada de traidores y en poner verdes a sus compañeros de (supuesto) exilio.
Ahora, como ella no aguanta a nadie y nadie la aguanta a ella (salvo el leal Graupera), se monta su propio partido, facturando desde el primer día. ¿Y qué decir de Graupera? El hombre intentó ser alcalde de Barcelona en 2019 y se quedó con las ganas, pues le votó tan poca gente que ni el primario en jefe (su opción política atendía por Primàries) consiguió acceder al ayuntamiento. Supongo que al ejercer de asesor de Ponsatí en el Parlamento Europeo creyó encontrar un alma gemela con la que intentar un nuevo salto a algo, lo que fuese, pero yo que él no me confiaría en exceso: de aquí a abril, la dulce Clara puede descubrir de repente que también es un traidor y deshacerse de él (o hacerlo después del mitin del Borràs, tras repartirse el dinero de las entradas).
En cualquier caso, creo que hay demasiados partidos independentistas para unos votantes que van menguando paulatinamente desde la aplicación del 155 y la vuelta (no reconocida) de los partidos tradicionales al autonomismo posibilista. Yo ya comprendo que Ponsatí y Graupera se tengan que entretener de alguna manera para no tener que reconocer su irrelevancia, pero lo menos que podrían ofrecer a sus posibles electores es un acto de presentación de los de toda la vida, gratis total. Hay que tener mucha moral para apoquinar doce euros a cambio de una serie de propuestas irrealizables y/o rayanas en el delirio.