La condición humana no tiene arreglo. Inventamos algo tan útil y brillante como internet y la red se llena ipso facto de contenidos reprobables y hasta delictivos. Sí, puede que internet, que te lo ofrece todo a un clic de distancia, sea una poderosa arma para la adquisición de sabiduría y conocimientos, pero es inevitable que lo utilicen, por poner un ejemplo siniestro, los pedófilos. You can only depend on the worst always happening, decía Lou Reed en una de sus canciones (Solo puedes confiar en que acabará sucediendo lo peor), y tenía razón porque la capacidad del ser humano para utilizar lo mejor para llevar a cabo lo peor es indudable, y si no, que les pregunten por la energía atómica a los habitantes de Hiroshima y Nagasaki cuando la segunda guerra mundial.

Para intentar encontrar una explicación al incremento exponencial de las violaciones en los últimos tiempos (un problema no estrictamente español, ya que se produce en todas partes), expertos que se supone que saben de qué hablan lo relacionan con el consumo de pornografía en la red, que cada día llega a más gente y a una edad más temprana. Los críos de mi generación, a lo máximo que podíamos aspirar para aprender algo del aspecto físico de la Otredad (que diría Machado) era a alguna revista extranjera que incluyera fotos de mujeres ligeras de ropa o, a ser posible, desnudas. Evidentemente, de la escuela no podías esperar nada al respecto, ya que, durante el franquismo, recuerdo que la educación sexual no formaba parte del programa docente de los padres escolapios, que fueron los curas que me tocaron a mí (y no lo digo en un sentido literal, ya que debí ser un niño escasamente atractivo que no despertaba la libido del tópico cura sobón). Para afrontar el delicado (y preocupante) asunto de las violaciones cometidas por menores de edad, nuestros expertos aportan datos ligeramente espeluznantes, como que el primer contacto con la pornografía online se produce a los 8 o 9 años, se confirma a los 12 o a los 13 y se convierte en un hábito a los 14, edad a la que se puede llegar habiendo consumido hasta 4.000 horas de porno. Es una explicación bastante verosímil para entender el brutal incremento de violaciones cometidas por niños, que últimamente parecen producirse a granel y no es fácil hacerles frente legalmente porque los menores de 14 años son inimputables. Si a esto añadimos que las violaciones también se están extendiendo entre adultos, y a veces a través de explicaciones dedicadas a propiciar el intercambio de fluidos (como Tinder, en la que se supone que vas a lo que vas, pero luego resulta que un 22% de las usuarias acaban violadas por el tarado con el que habían quedado para una cita casi a ciegas), nos quedaremos con la impresión de que sucede algo que no sucedía antes o que, si sucedía, no se informaba al respecto (gentuza dispuesta a violar la ha habido siempre, pero la mezcla de pornografía violenta y apps que todo el mundo puede interpretar como le parezca, da la impresión de estar incrementando prácticas repugnantes que, además, se dan de bofetadas con esa sociedad en teoría cada vez más feminista en la que se supone que vivimos).

El sector más espinoso de violadores lo componen, en mi opinión, los menores de 14 años, inimputables por definición, lo que convierte sus actos en prácticamente impunes. Evidentemente, la tecnología por sí misma no fabrica violadores, pero puede que les eche una manita a los niños que ya apuntan maneras en esa siniestra dirección. Ya empieza a hablarse de revisar el tema de la inimputabilidad, aunque nadie se atreve a decir todavía algo que se nos puede pasar por la cabeza a todos, sin necesidad de militar en la extrema derecha: Si tienes edad para cometer un delito de adulto, tal vez deberías ser juzgado como un adulto. De momento, a los mayores de 14 años que violan los enviamos a correccionales con la esperanza de que, al cabo de un tiempo, se conviertan en personas normales. Pero con los menores de 14 años no hay nada que hacer, más allá de preguntarse si sus padres los educan adecuadamente, cómo se las apañan para ver imágenes de pornografía dura y a veces violenta sin que nadie se entere (o le importe) o si no va a ser que los pobres desgraciados, simplemente, han salido más bien taraditos y dan muestras de ello a edades cada vez más tempranas. Lo único que está claro es que un problema que ha debido de estar siempre ahí, se ha agrandado de una manera francamente preocupante que nos lleva a repensar la figura de los inimputables.

Cuando un crío de 12 años encuentra normal violar a una niña de 10, creo que está claro que, como sociedad, tenemos un problema más que hay que afrontar convenientemente, siguiendo el consejo de psicólogos y demás conocedores (supuestos) de la condición humana. La minoría de edad se ha usado hasta ahora para otros asuntos delictivos, como el robo, lo que explica la cantidad de ladrones y carteristas menores de edad que se dedican a sus cosas con la tranquilidad que les confiere su condición de inimputables. Ahora, esa minoría de edad parece haber llegado al terreno del sexo, lo cual acabará obligando a la sociedad a tomar medidas contra desgracias que no se habían previsto. Dudo mucho que lo más razonable sea abroncar al violador de 13 años y enviarlo a casa porque no tiene ni la edad necesaria para pasar por el reformatorio. Y juraría que ese concepto de que si tienes edad para delinquir como un adulto mereces que se te aplique el tratamiento judicial de un adulto va a ir ganando peso en esta sociedad que, aunque no se esté yendo directamente a la mierda, a veces lo parece.