Carles Puigdemont es un maestro del sablazo. Hace un par de días les hablaba del último tocomocho que se había sacado de debajo del mocho y que consistía en unos viajes en autobús a Argelers para asistir a sus mítines, que no puede llevar a cabo en Cataluña por motivos de todos conocidos.
La verdad es que se trataba de un timo discreto con el que no se iba a forrar el riñón: habrá que repartirse el dinero con el autobusero en jefe, los billetes solo cuestan 56 euros… ¿Calderilla? No exactamente, pero tampoco una cantidad que permita muchas alegrías al Hombre del Maletero.
Reconozco que me decepcionó un poco su falta de ambición y verle actuar como Tom Ripley antes de que un ricachón lo envíe a Europa a convencer a su hijo de que vuelva a Nueva York a encargarse de los negocios de la familia, pero pensé que pintaban bastos y que había que pillar lo que se pudiera.
La decepción ha tocado a su fin al enterarme de que Puchi te cobra por ir en sus listas electorales. Si figuras entre los 20 primeros de Barcelona o los siete de Girona, Cocomocho te sopla 6.000 euros (al resto de los aspirantes a escaño les sale la cosa más económica: 3.000 eurillos de nada). Nuestro hombre aspira de esta manera a recaudar la bonita cifra de 246.000 euros, con la que piensa financiarse la campaña.
Y para pillar algo más de pasta (más vale que sobre que no que falte), Puchi ha pasado también la gorra entre los militantes del partido, a los que se agradecerá que se retraten en taquilla. Puede que nuestro hombre deje mucho que desear como político y que no es descartable que se le haya ido la olla en Flandes (como insinúa esa cumbre entre jefes de Estado con Felipe VI que ha solicitado si gana las autonómicas), pero como sablista, timador, robaperas y cantamañanas es insuperable.
Confieso que ver cómo sablean a Agustí Colomines me causa cierta satisfacción (y a Francesc de Dalmases, al que habría que cobrarle el doble por su relación con Laura Borràs, la de los trapis), pero preferiría que fueran víctimas de algún timo piramidal apolítico (hasta me conformaría con el de la estampita y el de las misas de toda la vida). El sablazo, además, es a fondo perdido para los que no consigan encaramarse a un escaño, que se quedarán sin cargo (o sea, sin sueldo) y sin que les devuelvan el dinero (no diré que no se lo merezcan, por confiar en semejante patrón, pero es posible que no se lo tomen muy bien).
Eso sí, Puchi predica con el ejemplo y asegura que él también aflojará la mosca y se desprenderá de 6.000 de sus mejores euros. ¿Podemos creerle? Tengo mis dudas. En cualquier caso, si al final afora, será el último en hacerlo, extrayendo sus seis kilitos del dinero recogido entre los incautos que lo tienen en un pedestal. Vamos, lo que el Astut definiría como un win-win.
Todo esto sucede mientras el Tribunal de Cuentas reclama a Puigdemont, a Mas y a algunos camaradas de ambos la bonita suma de 3.100.000 euros por el despilfarro del jolgorio independentista de octubre del 17 (a ver si todo sale mal y el dinero de Colomines y Dalmases va a parar al aparato represivo español). Supongo que Puchi confía en la amnistía, tras la cual, el Tribunal de Cuentas debería olvidarse de cobrar la deuda, pero no parece que dicha amnistía vaya a ser inminente. Incluso en el caso de que se acabe aprobando, según me informa un amigo leguleyo, su concesión dependerá del juez de turno, que puede hacer todo cuanto esté en su mano para no aplicársela a Puigdemont o a aquel de sus secuaces que le toque.
El presidente legítimo de la Generalitat (según él) es un trilero y un vividor, sin duda, pero esa aura de salvador de la patria que él mismo se ha dibujado en torno al mocho ha incrementado exponencialmente su tendencia a la desfachatez, que ya era notable. Cualquiera que confíe en él saldrá escaldado, ya se trate de los jubilators del autobús, de los militantes del partido o de los elegidos para figurar en los primeros puestos de sus listas electorales, que en realidad son víctimas fáciles de desplumar.
Me preocupa en concreto el caso del eximio Colomines, un hombre que tiene Cataluña en la cabeza y que siempre sabe lo que hay que hacer para liberar el terruño, como sabrá quien haya seguido sus amenos artículos en El Nacional durante los últimos años. Su problema es que hasta ahora cobraba por exponer sus delirios y ahora deberá pagar para intentar implementarlos.
Agustí, francamente, no sé si a eso se le puede llamar prosperar…