Es posible que haya gente más odiosa que Michael O'Leary (Mullingar, Irlanda, 1961), el consejero delegado de Ryanair, pero yo le tengo una manía especial a ese bocazas grosero, explotador y miserable que se acaba de comprar un palacete en Mallorca por la módica suma de 10 millones de euros. Desde el punto de vista empresarial, lo reconozco, es el capataz ideal,
pues parece disfrutar haciendo la vida imposible a sus trabajadores y a los sufridos ciudadanos que, por cuestiones económicas, se ven obligados a recurrir a su infame compañía de bajo coste.

Por regla general, nadie conoce a los directivos de las líneas aéreas, personas que, prudentemente, se mantienen ocultas de las miradas del pueblo llano. Pero a O'Leary lo conoce todo el mundo porque es la cara visible de Ryanair, el tipo que siempre está dispuesto a salir por la tele a enviar a la mierda a cualquiera que ponga en duda sus métodos empresariales. Le encanta hacerse fotos, para las que despliega un arsenal de muecas a cuál más irritante o se conforma con poner diferentes caras de imbécil. Su especialidad son las crisis, internas o externas. Como desprecia por igual a sus empleados y a sus clientes, el señor O'Leary suele mostrarse implacable con ellos. ¿Que se le amotinan los pilotos y se ponen en huelga en el peor momento del año? Pues los insulta públicamente y amenaza con ponerlos a todos en la calle. ¿Que les joroba las vacaciones a 100.000 personas por la huelga de marras? Pues se niega a indemnizar a nadie, pero, humano al fin, pone a disposición de los afectados un número de teléfono….¡de pago! Lo único que le importa es la cuenta de resultados y su propia cuenta bancaria. Es como el capataz de una plantación de algodón de Alabama que se forra con su actitud servil mientras los trabajadores negros se le mueren por docenas. Creo que, de ser alemán, habría sido un excelente director de algún campo de concentración y hasta hubiese ayudado al doctor Mengele a escoger los especímenes humanos más adecuados para sus experimentos eugenésicos.

O'Leary vive obcecado por el ahorro y considera a los viajeros de Ryanair una pandilla de muertos de hambre que deberían quedarse en casa. Si no lo hacen y aspiran a viajar a otro país con su compañía, que se atengan a las consecuencias. Bastante hace él manteniendo los asientos en los aviones, pues suya fue la idea, hace algunos años, de retirarlos para que cupiese más gente y sustituirlos por unas manijas como de autobús clavadas en el techo del aparato y de las que deberían viajar colgados los pasajeros, que en el caso de Ryanair más bien parecen rehenes.

Durante un tiempo, O'Leary contribuyó a hacernos creer que las compañías habituales nos timaban (puede que tuviese algo de razón) y que Ryanair había venido para democratizar los viajes en avión. Todo el mundo se preguntaba cómo era posible viajar de Barcelona a Londres por el precio de una tarifa urbana de taxi, hasta que descubrían que lo de Ryanair tenía más que ver con el transporte de ganado que con el de seres humanos (afortunadamente, la idea de las manijas en el techo nunca llegó a hacerse realidad). Hoy día, Ryanair es la compañía aérea más caótica del mundo en general y del mundo low cost en particular, aunque Vueling hace serios esfuerzos para arrebatarle la corona. Pues ya saben lo que tienen que hacer: contratar a alguien como O'Leary, alguien al que se la pelen sus empleados y sus clientes, alguien que desconozca el término competencia desleal, alguien que se empeñe en asomar su jeta de merluzo prepotente en todos los canales de televisión y que se comporte siempre como un matón o un portero de discoteca chunga.

Gente como Michael O'Leary es, como decía Josep Maria de Segarra de uno de los personajes de Vida privada, una de esas personas que han venido al mundo para hacerlo mucho más desagradable de lo que ya es.