Un amigo mallorquín me contó hace años la historia de Lo tío Manegat, personaje que se hizo muy popular en Palma cuando acompañó al puerto a un amigo que emigraba a la Argentina y acabó subiéndose al barco con él, sin equipaje y sin avisar a nadie. Parece que su mujer recibió una llamada suya al cabo de dos semanas en la que Lo tío Manegat la informaba de que estaba en Buenos Aires, concretamente en la calle Corrientes. I què hi fas a Buenos Aires?, le preguntó la buena señora. Cercant feina!, repuso el fugitivo. Nunca supe el final de la historia. Ignoro si Lo tío Manegat se quedó en Buenos Aires para los restos o si regresó a Palma al cabo de un tiempo. En el segundo caso, estoy convencido de que no hubo masas en el puerto de Palma y de que nadie lo consideró un exiliado político.

En una nueva muestra de frikismo nacionalista (y van...), la plana mayor del procesismo recibió el otro día cual hijo pródigo a Josep Maria Matamala, alias Jami, quien me recordó inmediatamente a Lo tío Manegat, cuyo absurdo ejemplo siguió cuando decidió acompañar a su amigo Puchi a Bélgica y quedarse con él un año y medio, haciéndose el exiliado político, aunque nadie, que yo sepa, lo buscaba. Hay que estar muy desesperado para convertir al pagafantas de Jami en un héroe de la república, ya que el hombre es, a lo sumo, una especie de hucha humana gracias a la cual Puchi ha podido comer en buenos restaurantes y pagar más de una cuenta de hotel. Parece que Jami tiene monises y que le encanta gastárselos con su amigo del alma por el bien de Cataluña. Se supone que es empresario, pero ha dejado el negocio desatendido durante un año y medio. Se supone que tiene una familia, pero nadie la ha visto y es evidente que a nuestro hombre no le ciega ni el amor conyugal ni el paterno. No sé si compartió el maletero con Puchi a la hora de darse el piro --aunque no le hiciese falta, ya que la justicia española no se interesaba por él--, pero no sería de extrañar. Tampoco lo sería que durmiese sobre una esterilla, al pie de la cama de Puigdemont, con una oreja abierta por si se colaba en la estancia un asesino albino del CNI y había que arrancarle las partes a dentelladas.

Aparte del placer inmenso que debe derivarse de estar todo el día junto a uno de los políticos más estimulantes y divertidos del momento, ¿qué ha sacado Jami de su larga aventura belga, aparte de la condición, no muy lucida, de exiliado de honor? De momento, un escaño en el Senado español y un sueldo a costa del contribuyente del país que se quiere cargar. Por no hablar de ese año y medio en el que de la empresa y de su familia se ha encargado Rita la Cantaora, claro. Quien tiene un amigo tiene un tesoro: gracias a Puchi, Jami ha dotado de sentido su vida, ha vuelto mentalmente a una dorada adolescencia sin obligaciones y hasta le ha caído un curro muy bien pagado (por el enemigo) para los próximos cuatro años. Nada que ver con Lo tío Manegat, al que tanto se parece y del que nunca más se supo.