El Govern vive recluido en el mundo de la apariencia. En el despliegue de su externalidad, hace cameos en una película que se rueda en Waterloo. La última de Puigdemont es colocar a su sombra, Josep Maria, Jami, Matamala, en su lista del Senado. De joven, Jami conoció al mítico Josep Benet, que también fue senador, muchos años después de haber sido el secretario de la Comisión Abad Oliva, un evento de posguerra que enmarcó los lazos de conveniencia entre los generales y la versión carlista del catalanismo. Feliu Matamala, el padre de Jami, lo vivió en primera persona. Él estaba allí, calado con boina roja, el 27 de abril de 1947, el día en que el monasterio del abad Aureli Escarrer se vistió de luces para recibir a Franco, bajo palio y flanqueado por un batallón del Tercio de Nuestra Señora, formado por requetés y falangistas,  brazo heroico de la batalla del Ebro.

Félix Matamala oriundo de Amer, el pueblo de Carles Puigdemont, se afilió a la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña (los fejocistas), acaso para dejar atrás el polvo de la última ensulsiada de Savalls, hecha de azufre, sotana y crucifijo. Tras estallar la guerra civil, huyó a Francia y pasó la frontera hacia España por el País Vasco, para afiliarse en el Tercio. Matamala padre fue excombatiente afiliado de carné en las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS). Su recorrido no fue distinto al de muchos cuadros del mundo nacionalista que optaron por las ideologías duras a cambio de mantener incólume su juramento catalán. Uno de ellos Joan Baptista Cendrós, fundador y secretario general de Òmnium, aparece en las memorias de Manuel Ortínez en un  almuerzo de 1966, con Josep Pallach y Dionisio Ridruejo, en el que Cendrós, abuelo materno de David Madí, se confesó con inmoderación, ser “un fascista catalán y no acepto nada de España”. Otro de los que Pujol ha reclamado como sus antecesores, Felix Escales i Chamení, donó su velero, el Sant Mus, a la Escuela de Flechas Navales de Barcelona, en señal de gratitud al Movimiento Nacional. Otros besaron por conveniencia el suelo de la España nacional, como los banqueros Valls Taberner y Felix Millet i Maristany (padre del villano Félix, saxofonista en la Guinea colonial), presidentes sucesivos del Banco Popular, la entidad que tuvo de letrado asistente en Madrid a Josep Benet, el citado letrado e historiador romántico, a rueda de Ferran Soldevila. Las concomitancias entre el nacionalismo catalán y el nacional populismo de los que ganaron la guerra fue una constante.

Jami se retiró de la política cuando su amigo del alma, Puigdemont, se consolidó como alcalde de Girona; entonces, decidió ayudarle en todo momento. En el ámbito empresarial, creó empresas, como Incatis, dedicada a la organización de ferias y eventos, entre ellos los gastronómicos Firatast y Fòrum Gastronòmic. Junto a sus hermanos, fundó además un negocio de productos de papelería e impresión. Antes había creado Cat Edicions, firma inactiva de servicios periodísticos. Hoy, sus divisiones Escata, Incatis y Stein Girona no le alcanzan sino para ir cerrando y muchos se preguntan ¿de dónde saca el dinero que mantiene la mansión de Waterloo y la agenda del president

Retrato de Josep Maria 'Jami' Matamala / PEPE FARRUQO

Retrato de Josep Maria 'Jami' Matamala / PEPE FARRUQO

Su padre le contó mil veces que en 1947, la entronización de la virgen morena a los compases del himno nacional fue el aperitivo de una día de Birulai (dels catalans sempre sereu princesa, dels espanyols estrella de l’orient, dice la letra de Verdaguer). Una jornada en la que Montserrat se hizo Sinaí, como ha recordado con inconmensurable sorna Hilari Raguer, historiador, monje benedictino y director de Serra d’Or. Matamala padre conoció la Unió Democràtica conservadora que muchos años después heredaría Duran Lleida, la misma que desplazó al catalanismo comprometido en la memoria de Carrasco Formiguera, vindicada hoy por Josep Maria Vila d’Abadal, exalcalde de Vic y heredero del Cavaller de Vidrà, un condominio de la Cataluña milenaria convertido en restaurante de bodas y bautizos.

La juventud de Félix Matamala atravesó tiempos de privaciones en los que el catalanismo ruralista y dominante celebraba Juegos Florales, en la masía de Tecla Sala, la viuda Tolrà. Dulces momentos de veraneo bajo la clepsidra con agua caliente y cama con dosel, reservada para el mismo abad Escarrer, que saludó la entrada del general en la basílica. Años de silencio, en los que el catalanismo tonteaba con el Régimen o se deslizaba hacia el frente de los legitimistas de boina orlada, fieles a la memoria de Jaime de Borbón Parma, pero atentos al marcapasos de El Pardo.

Años de colaboracionismo, claro y raso. De meriendas en los santuarios de Osona y de culto en ermitas alejadas, sobre los remontes del Lluçanés. De penas de muerte, como la de Julian Grimau (1953), y de dulce redención del catalanismo a fuego lento, como consignó el gran memoralista Maurici Serrahima (Del passat quan era present; Ed. Abadia de Montserrat). Años, también, de “la pérgola y el tenis”, escribió Gil de Biedma, desde una distancia sideral, muy lejos del nido.