Después de aplicarnos calificaciones tan inexactas como españolistas o unionistas, los independentistas nos acaban de colgar a los no independentistas el sambenito de inhumanos. Lo somos, según ellos, porque no nos compadecemos ni solidarizamos con los políticos presos o fugados ni aplaudimos a sus cónyuges e hijos cuando los sacan en procesión por el Parlamento autonómico o los platós de TV3. Por no aplaudir en el Parlamento, Iceta y Arrimadas fueron clasificados ipso facto de inhumanos; o sea, de chusma insensible que se alegra de la desgracia ajena, condición que se hace extensible a todos aquellos que pensamos que lo único que está haciendo la justicia española es aplicar el Código Penal.

Si no recuerdo mal, el teniente coronel Tejero también tenía una familia --incluido un hijo cura-- que lo quería muchísimo, pero no por eso nos vimos en la obligación de indultarle tras la que había liado. ¿Por qué deberíamos ahora solidarizarnos con una gente que ha intentado jorobarnos la existencia a más de la mitad de los catalanes? ¿Que tienen mujeres e hijos? ¡Mejor para ellos! Pero también tienen familia muchos integrantes de la población reclusa española y no por ello se los envía a casa a cambio de que prometan portarse bien a partir de ahora.

Puede que los independentistas sean totalmente insensibles a los sentimientos de quienes no piensan como ellos, pero los suyos son sagrados

Ya dije hace tiempo --perdón por citarme a mí mismo, como solía hacer el difunto Baltasar Porcel-- que uno de los elementos fundamentales del nacionalismo es el kitsch, la cursilería de mal gusto. Puede que los independentistas sean totalmente insensibles a los sentimientos de quienes no piensan como ellos --por eso los pisotearon en las célebres jornadas parlamentarias del 6 y el 7 de septiembre--, pero los suyos son sagrados. Y quien no los comparta es un mal catalán, un ser inhumano, una piltrafa del arroyo. Es esa cursilería maniquea la que lleva al chantaje emocional que ahora se practica, a la pornografía sentimental que se escenifica por doquier y que alcanza su punto álgido cada vez que Pilar Rahola se provoca el llanto en los programas de TV3 donde pontifica prácticamente a diario, contribuyendo con sus lagrimones a incrementar el share de la cadena (no sé si sale de casa con los dedos impregnados en cebolla, pero el resultado es mucho más convincente que el de otra especialista en soltar el moco, Ada Colau, y más meritorio, pues todos sabemos que Colau no es la alcaldesa de Barcelona, sino una actriz que interpreta ese papel, aunque no muy bien y con unos secundarios peores que los de Arturo Fernández). Tú le pones delante a Rahola a la parienta o los hijos de un presidiario o un prófugo y se te echa a llorar como una magdalena. El mensaje, nada subliminal, es que, si tú no lloras o, por lo menos, no sufres o te indignas un poquito, es porque eres inhumano.

No es más que una nueva manera de dividir a los catalanes en buenos (los que lloran y se indignan) y malos (los que creen en la capacidad redentora de la cárcel). Memez más mala baba más cursilería igual a nacionalismo.