La Barcelona de Josep Cercós, el amigo de Quim Torra
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Visitar, con Josep Cercós, las últimas adquisiciones de la Colección Cambó en el MNAC, situado delante del Pabellón Mies van der Rohe -altar de la belleza noucentista-, era como seguirle los pasos a un descubridor.
El empresario, expresidente de Winterthur España fallecido el fin de semana en Barcelona, gestionó la gran aseguradora que lleva el nombre de una pequeña localidad alpina, sede de la empresa.
Con Cercós se va una parte importante de nuestra memoria económica y de la conexión Cataluña-Suiza, labrada por el expresident Quim Torra, que trabajó 18 años en Winterthur y se sumergió -mucho antes de la política que le llevaría al Palau- en la confederación alpina con vistas al Jungfrau, cima tapada por la niebla, tantas veces evocada por Mercè Rodoreda, en su exilio.
En su libro El quadern suís, el lingüista y editor, Torra, habla de Ramon Llull como manual para las escuelas de negocios -Saint Gallen, sin duda- y de su pasión por el chocolate.
Elogia a un país con cuatro lenguas que conviven pacíficamente. Y también dedica páginas a las leyendas del lago de Constanza y a las crónicas de Josep Pla, Eugeni Xammar y Gaziel.
El adiós de Cercós nos deja su inconfundible aspecto de currante puro y duro encamisado, pero con la corbata en el último botón; del hombre que apenas duerme y prolonga las reuniones de empresa hasta bien entrada la madrugada.
Fue vicepresidente de la Cámara de Comercio de Barcelona en los momentos de empuje corporativo de la institución que salvó la Fira convirtiéndola en consorcio participado por la Generalitat y el ayuntamiento, el jumelage imposible entre Pasqual Maragall y Jordi Pujol.
Navegó como un marinero al viento y fundó un club de vela que ganaría regatas destacadas, como la entrañable Regata de la Sal; sin olvidar sus plongeons de portero de fútbol en el equipo amateur de Winterthur. Fue un Toblerone chocolatero de los que dicen “si no aportas soluciones eres el problema”.
Pasó por el consejo de administración Winterthur Europa y accedió a la máxima responsabilidad del grupo en España. Levantó Winterthur Barcelona, un auténtico centro de innovación reconocido internacionalmente.
Después de los Juegos del 92, cuando el interés por la ciudad decaía, víctima de la resaca olímpica, Cercós dio el do de pecho: construyó L’Illa Diagonal, junto al Grupo Sanahuja, con oficinas, dos centros comerciales y un montón de servicios que acabaría consolidando la zona de negocios.
El proyecto urbanístico, de Solà-Morales y Rafael Moneo, se completó entre Les Corts y Sarrià-Sant Gervasi, sobre una superficie de 35.000 metros cuadrados donde estuvo enclavado el antiguo Hospital de Sant Joan de Déu.
El proyecto reconvirtió la ciudad mestiza de los setentas, los años de la Universidad roja de Pedralbes, de los bosquecillos y caminos silvestres que ladeaban la Diagonal dejando en frente a la mítica Piscinas y Deportes, con campos de tierra y fuentes humeantes.
Todo ello antes de alcanzar el lado mar de las Torres Negras de La Caixa, con mirada a Collserola, sobrepasado el Palacete Albéniz que Carles Tusquets de Fibanc -hoy Mediolanum- le compró a Joan Gaspart, en el inicio del declive de la cadena Husa.
Cercós vivió la plenitud de los noventa. Se encadenó a los proyectos público-privados que fundaron la nueva Fira o Diagonal Mar; los que abrieron la arteria que une con los tranvías la antigua finca Güell de Pedralbes -el circuito de Manuel Fangio al volante de un Maserati- con la zona marítima.
Forjó la enorme inversión de Winterthur en La Equitativa y Schweiz. Pero en el pecado llevó la penitencia. Credit Suisse, el principal accionista de Winterthur, adquirió el control absoluto de la aseguradora y la vendió al poderoso grupo AXA.
Cercós fue invitado a convertirse en presidente de honor; declinó el cargo y se convirtió en empresario por cuenta propia. Se volcó en el mecenazgo, una actividad que le convirtió en miembro del Consejo del Mecenazgo, junto a Güell de Sentmenat, la fundación que reconstruyó el Liceu después del incendio de 1994.
Estuvo inmerso en la fiebre creadora de la última década del siglo pasado. Vivió de cerca la fundación del lobi fiscal de la empresa familiar, liderado por Leopoldo Rodés, el impulsor del Macba.
Colaboró sin descanso en la Cámara de Comercio, con Antoni Negre en la presidencia de la institución; alentó a la patronal Foment del Treball, presidida por Juan Rosell; abundó en el mejor calvinismo catalán, ajustado en lo particular y espléndido en lo empresarial.
Fue testigo y amigo de dos grandes maestros de nuestro hacer económico: Ferrer Salat, fundador de la CEOE, y Duran Farell, impulsor de la industria energética.
Aprendió de los mejores a tender puentes con España; refutó el aislacionismo de la política menor, que conoce bien su cámara de los años Winterthur, Quim Torra.