Yo era muy fan de Muchachada Nui, el programa de humor de Joaquín Reyes y su pandilla de manchegos delirantes. Había un personaje recurrente, interpretado por el gran Ernesto Sevilla, al que llamaban "el monologuista miérder", un buen chico que intentaba hacer reír desde un escenario sin conseguirlo, pues era más malo que la tiña y sus chistes eran mucho más lamentables que los del difunto Torrebruno, que ya es decir. El discurso de Quim Torra del otro día me hizo pensar en el monologuista miérder, con su repertorio sobado a más no poder, su coletilla a lo Puigdemont (“O libertad o libertad”) y su propuesta a lo Forrest Gump de que nos echásemos todos a la calle para protagonizar una marcha (a ninguna parte) con la que poner de rodillas al perverso Estado español.
Ya entiendo que la stand up comedy vive un buen momento en España y que eso fomenta la intrusión: véase el caso de Gonzalo Boye, un hombre que pasó de cómplice de una banda terrorista a abogado y de abogado a humorista con coletillas (su "ahí lo dejo", que tanto fascina a los indepes, recuerda el célebre "yo sigo" de Joe Rigoli). Pero lo de Torra es, además de competencia desleal, abuso de poder. Mientras los novatos del género deben conformarse con teatros de bolsillo y audiencias mínimas, el guardés de Puchi se estrena en el Teatre Nacional de Catalunya y con una inmensa claque compuesta en su mayoría por gente de su cuerda, predispuesta a reírle las gracias por la cuenta que les trae. Con un público semejante no hace falta ni esforzarse, pues se sale del paso con los greatest hits indepes, temas propios o versiones, que siempre son del agrado del respetable.
De todos modos, los aplausos, ante lo pedestre de los gags, sonaban un poco a compromiso, pues dichos gags eran los mismos de siempre: vivimos oprimidos, los españoles son muy malos, entre todos lo haremos todo, la república está al caer, Europa nos ama, estamos en el lado correcto de la historia, soy la versión catalana de Martin Luther King... El mejor fue el de que no pensaba aceptar un veredicto sobre los colegas encarcelados que no fuese la absolución, pues hasta el humor más chanante necesita un poco de verosimilitud. Ah, y como los jueces condenen a sus amiguetes, él va a hacer algo muy gordo, aunque no dijo exactamente qué. Y lo de obligar al público a protagonizar el espectáculo ya es de una irresponsabilidad profesional muy grave: una cosa es que la gente se ponga la camiseta reivindicativa para la Diada y otra, tener a todo el mundo caminando sin destino por Cataluña hasta finales de año. ¡Que algunos tienen que trabajar, señor Torra! ¡No todo el mundo puede chapar la oficina hasta octubre y salga el sol por Antequera!
En resumen, si como político ya deja bastante que desear, como humorista, Torra es un auténtico desastre. Con un espectáculo a medio camino entre un Eugenio en horas bajas y el peor Joan Capri, su público se va a casa frustrado ante un humor que no es ni chicha ni limoná y del que no se extrae la más mínima visión del mundo. Si quiere seguir por ahí, más le vale al señor Torra buscarse un guionista, un profesional del género como el Astut o el Prófugo, sin descartar alguna colaboración puntual de Carles Riera o Eulàlia Reguant. Cuando se carece de talento propio, hay que tragarse el orgullo y recurrir a los maestros.