Todavía colean el desencuentro entre Ciudadanos y los organizadores del desfile del Orgullo Gay en Madrid y las declaraciones, no muy propias de todo un señor ministro, en las que Grande Marlaska insinuaba que los de Rivera se merecieron el trato recibido a manos de los manifestantes por hacerse los progres mientras pactan con la extrema derecha. Nadie hace un papel muy lucido en este sainete: por parte de Ciudadanos, si te han dicho que no te quieren ver en su fiesta, lo mejor es quedarse en casa, como cuando no te llega la invitación para el Baile de la Rosa. ¿Verdad que nadie se presenta en Mónaco sin la preceptiva cartulina con su nombre? Pues eso. Pero el colectivo gay tampoco ha andado muy fino con los gorrones, a los que insultó y arrojó objetos --no sé si es verdad lo de las botellas llenas de orina, pero, caso de serlo, sería una interesante y perversa contribución a una celebración que cada día se parece más a aquellos cónclaves de la familia cristiana que montaba Rouco Varela en la plaza de Oriente--, hasta que éstos tuvieron que salir por patas, protegidos por la policía. Si unos se empeñaban en imponer su indeseada presencia, los otros demostraban tener muy poca correa. Por lo que se hubiese agradecido que el ministro del Interior pusiera un poco de paz en vez de barrer para su parroquia.

Puestos a hacer las cosas bien, los organizadores del Orgullo podrían deshacerse de todos los políticos, ya que éstos solo acuden al desfile para ver si pillan algún voto y se hacen querer por los homosexuales. Intuyo que la asistencia el desfile anual es vista por muchos de ellos como una tabarra obligada de la que preferirían librarse, lo cual no es de extrañar si observamos el tono generalizado de mamarrachada que impera en la celebración. Pero los votos hay que ganarlos a pulso, y aunque tengas la suerte de que te hayan prohibido presentarte en el desfile, tú apareces igual, se pongan como se pongan, que con un poco de suerte te llevas un botellazo o una lluvia dorada y te puedes hacer la víctima de la intolerancia gay durante unos cuantos días. Y si puedes exigir la dimisión de un ministro, pues tampoco le haces ascos.

El Día del Orgullo Gay se ha convertido en una procesión laica en la que el colectivo homosexual es beatificado un día al año. Estás obligado a aplaudir a drag queens patéticas y a sonreír ante el inevitable tarado que ha salido a la calle en pelotas y se frota contra un árbol: todo debe parecerte estupendo si no quieres quedar como un facha. Puedes hacer lo que quieras salvo reconocer que el colectivo homosexual es tan variado como el heterosexual y en ambos hay cierto número de indeseables que cometen abusos sexuales. La prensa colaborará ocultando los abusos y violaciones gais, como si hubiese violencias de primera (heterosexuales) y de segunda (homosexuales). Dos noticias recientes han pasado totalmente desapercibidas estos días: el asalto de una lesbiana agresiva a otra mujer en Gijón, a la que intentó meter un dedo en el culo y luego la emprendió a cabezazos con su acompañante, y la violación en Palma de Mallorca de un chaval irlandés de diecinueve años que iba muy borracho y acabó sodomizado en un callejón por dos cuarentones (en vez de presentar cargos, volvió velozmente a Irlanda con un recuerdo inolvidable para toda la vida).

Sé que citar estos dos casos de violencia gay me puede granjear el sambenito de facha, pero en este mundo no hay colectivos angelicales y todos sabemos que los maltratados pueden convertirse en maltratadores. Y, sobre todo, el porcentaje de gentuza es una de las pocas cosas distribuidas equitativamente entre todos los distintos grupos humanos.