Desde que me chaparon el restaurante Lázaro a principios de curso, he tenido que trasladar a otro sitio el almuerzo de los martes con dos viejos amigos, una costumbre que viene de antiguo, pues empezamos a reunirnos en la vieja Casa Leopoldo, que en paz descanse. En el Lázaro se comía bien a precios razonables, las dueñas eran adorables y siempre había entretenimiento audiovisual, pues aquello era refugio habitual de convergentes y procesistas en general. Yo en el Lázaro he visto cosas que jamás creeríais, o sí, pero que pueden calificarse de pavorosas: un almuerzo mano a mano entre Antonio Baños y Francesc Marc Álvaro, Prenafeta echando de comer a Enric Vila y Bernat Dedéu (los intelectuales de referencia del primario Graupera), ¡hasta a Jordi Pujol en un par de ocasiones, antes de caerse con todo el equipo! De todos modos, mi espectáculo favorito era el que nos ofrecía la que habíamos rebautizado como la mesa de los hasbeens, compuesta habitualmente por veteranos de Convergencia, entre los que destacaba un simpático anciano que llegaba al Lázaro ya entonado tras hacer un alto en el Dry Martini.
Los mejores momentos de la mesa de los hasbeens tenían lugar cuando se sumaba a los carcamales habituales Laura Borràs, que entonces presidía la Institució de les Lletres Catalanes. Cuando la veían aparecer, dada la notable envergadura de Borràs, aquello parecía una secuencia de Blancanieves y los siete enanitos en versión convergente. ¡Cómo se alegraban los provectos militantes de la primera hornada al verla llegar! ¡Con que risitas de alegría recibían a ese pedazo de mujerona (a la que ya habíamos rebautizado como la geganta del pi)! Solo les faltaba arrancarse la ropa y proceder al inevitable gang bang, espectáculo que, afortunadamente, siempre nos ahorraron.
En aquellos tiempos, Laura Borràs repartía dinerito entre catalanes de pro, destacando entre los beneficiados un tal Isaías, que se supone que era informático, aunque acabase siendo detenido brevemente por narcotráfico. A base de trocear la pasta en 18 entregas --para no superar el máximo permitido de pagos a dedo--, Borràs acabó entregando al bueno de Isaías 260.000 de nuestros mejores euros. Motivo por el que ahora le busca las cosquillas la justicia española. Teniendo en cuenta que hay grabaciones del espabilado Isaías vanagloriándose de sus sablazos y relamiéndose ante la posibilidad de que su amiga llegase a consejera de Cultura --lo logró, pero se la cepillaron con el 155, como a todos sus cuates--, yo diría que pintan bastos para la señora del Jaguar. Aunque tampoco es que la cosa me sorprenda: la corrupción es una seña de identidad de los convergentes y son legión los que se han dedicado al trinque personal o la subvención a los amiguetes, así que no me voy a escandalizar porque la geganta del pí le soltara 260.000 pavos a un presunto camello. Lo llevan en la sangre: Cataluña es suya y el dinero de los catalanes también.
Me veo venir una defensa basada en una supuesta venganza del malvado Estado español contra una luchadora por la libertad de Cataluña. Es un truco muy viejo que, incomprensiblemente, aún funciona en ciertos ambientes. Seguro que los hasbeens, tengan ahora su mesa donde la tengan, serán de esa opinión. Igual los llaman de testigos y puede que alguno de ellos se presente sobrio: cosas más raras se han visto.