El humor, aunque habitualmente involuntario, siempre ha estado presente en la política española (y en la catalana, sobre todo desde que empezó el prusés, ya ni les cuento). Pero últimamente se están dando extraños casos de humorismo voluntario que convierten a sus protagonistas en dignos émulos del difunto Chiquito de la Calzada: pensemos en los chascarrillos sarcásticos de José María Aznar a costa de los exabruptos indigenistas del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, o, sin movernos del terruño, en la nueva carrera de youtuber que acaba de emprender Artur Mas con la intención confesada de combatir el descrédito de la política. No me negarán que hace falta cuajo (y un humor muy retorcido, aunque reconozco que eficaz) para hacer como que le plantas cara a un descrédito al que tú has contribuido de manera superlativa con tus chorradas soberanistas, tus recortes despiadados y la sabia elección de tu sucesor, el que la lía, se escapa de España metido en el maletero de un coche y allá se las compongan los badulaques de sus secuaces.

Decía Felipe González que los expresidentes son como jarrones chinos que, aunque puede que queden vistosos en el salón de casa, siempre acaban convertidos en unos armatostes molestos que incordian más que otra cosa (lo cual no le ha impedido a él echar su cuarto a espadas siempre que se le antoja conveniente, igual que Aznar). En Cataluña tenemos unos cuantos jarrones chinos: Puigdemont, metiendo cizaña en todas partes; Torra, llamando a la revolución a diario mientras que, cuando hacía como que presidía la Generalitat y podía declarar unilateralmente la independencia de Cataluña, se conformaba con colgar pancartas que siempre acababa introduciéndose metafóricamente por el recto; Mas, marcándose unos videopodcasts en los que nos ofrece su weltenshaung lazi en amena conversación con gente como Sergi Pàmies (le aprecio sinceramente, pero no entiendo cómo se ha dejado liar para semejante pamema, a no ser que se deba a una curiosidad antropológica), Ana Pastor o David Fernández (cuya principal ocupación en estos momentos es destrozar el repertorio del pobre Ovidi Montllor con una tribute band al notable cantautor de Alcoy).

Que al Astut le gusta figurar no es ningún secreto, y supongo que agradece que se hable de él por algo que no sean los embargos a los que se ve sometido constantemente por la justicia española. Pero no sé si referían a él en esos reportajes de TV3 en los que se lamentaba la escasez de influencers, youtubers y tiktokers que se expresaran en catalán, tema que preocupa enormemente a los guardianes de las esencias y de la lengua. Hay que reconocer que el Astut tiene madera de influencer, pues es el principal responsable del desastre catalán de los últimos años, aunque puede que en su caso hubiera que sustituir ese término anglosajón por el más nuestro de liante. A diferencia de Torra y Puchi, Mas nunca fue un indepe pata negra, sino un arribista negado para la gestión empresarial que encontró en el soberanismo una manera de destacar, de disimular sus recortes de neocon (en este caso, el término con se puede interpretar en inglés, como diminutivo de conservador, o en francés, que quiere decir tonto) y de deshacerse de un bolígrafo cutre regalándoselo al Museo de Historia de Cataluña (que desde entonces se va llenando de joyas: las pancartas de Torra, la medalla de Laura Borràs a los millones de represaliados del 1–O… ¡Ya solo falta el machete de Jair Domínguez y que Tatxo Benet se descuelgue con su cochambrosa colección de arte antisistema!).

Aunque sea de corte siniestro, me alegro de que el Astut dé muestras de disponer de cierto sentido del humor. Y es que, aunque lo intente, no puedo tomarme en serio sus intentos de frenar el descrédito de la política con una serie de charlas en la intimidad de ese hogar que, milagrosamente, aún no le han embargado. Ya puestos, eso sí, agradecería un incremento de la comicidad en la propuesta: ¿qué tal una secuencia en la que unos operarios les piden amablemente a Fernández y al Astut que sigan hablando de pie porque tienen que proceder al embargo del tresillo?