'Queer'

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Cine & Teatro

'Queer': Luca Guadagnino adapta a William Burroughs

El cineasta italiano lleva al cine la segunda novela del escritor más extraño de la Geneación Beat, un relato donde se exploran las sombras del deseo sexual y de las drogas

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Siempre vistió como un hombre de orden -traje tres piezas y sombrero-, pero William Burroughs (1914-1997) era un crápula, o un depravado, elijan el término que prefieran. De los miembros de la Generación Beat fue el que más lejos se adentró en la senda de las drogas: más allá de la marihuana, las anfetas y los alucinógenos, él se enganchó a la heroína. Además, estuvo involucrado en dos homicidios. En el primero -el asesinato de David Kammerer a manos de Lucien Carr en Nueva York en 1944- de forma indirecta, y en el segundo -la muerte de su entonces esposa y también politoxicómana Joan Vollmer en Ciudad de México en 1951- de forma muy directa. Fue él quien le pegó un tiro en la frente, supuestamente jugando a Guillermo Tell en estado de ebriedad. Llega ahora a las pantallas la adaptación de Queer, su segunda novela, escrita mientras esperaba el juicio por la muerte de Jean. La dirige Luca Guadagnino y la protagoniza un entregado Daniel Craig. 

Las sórdidas peripecias de Burroughs -que asoman en las pinceladas autobiográficas de Queer y en su adaptación al cine- cimentaron su mito. Ya se sabe que el personal siente fascinación por el malditismo. Si nos centramos en la literatura, su contribución relevante se ciñe a las tres primeras novelas: Yonqui, Queer y El almuerzo desnudo. Lo que escribió después -Nova express, La máquina blanda, El ticket que explotó…- es ilegible e infumable. ¿A ver quién es el valiente que se atreve? ¡Ánimo y coraje!  Son pura verborrea enajenada, a base de automatismos, azares (la técnica del cut-up) y aniquilación de la sintaxis y la lógica. Es decir, caminos que ya habían explorado mucho antes los surrealistas y que conducen a un callejón sin salida. En cuanto a su presunta obra pictórica -para cuya creación utilizaba armas de fuego, a las que siempre fue muy aficionado- es un mero chiste. 

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Si hoy seguimos hablando de Burroughs como escritor -no como mito- es por sus tres libros escritos en los años cincuenta. Yonqui es una novela de planteamiento todavía tradicional, narrada en primera persona por un adicto, que publicó Ace Books en 1953, por mediación de Allen Ginsberg. Ace era una editorial popular, conocida por su colección de ciencia ficción. El propietario era A. A. Wyn, tío de Carl Solomon, a quien Ginsberg había conocido en el psiquiátrico en el que ambos pasaron una temporada y al que dedicó Aullido. El poeta le pasó a su amigo dos manuscritos y Solomon y su tío descartaron uno -se trataba de En el camino de Kerouac-, pero decidieron publicar el otro -el de Burroughs-, porque le vieron potencial comercial por su escabrosidad. 

El libro salió firmado con el seudónimo William Lee, con el título retocado -del original Junk (basura) a Junkie (Yonqui)- y con el añadido de un subtítulo sensacionalista: Confesiones de un drogadicto irredento. Apareció en una edición barata en rústica, que incluía dos novelas por el precio de una y con una cubierta muy pulp, con las preceptivas insinuaciones de violencia y sexo. Además, Wyn censuró algunas líneas para evitarse posibles problemas legales, un recorte que se subsanó en ediciones posteriores. 

Daniel Craig and Drew Starkey en 'Queer'

Daniel Craig and Drew Starkey en 'Queer'

Aunque escrita inmediatamente después de Yonqui, Queer quedó incompleta y permaneció inédita hasta 1985, de modo que la segunda novela publicada del Burroughs fue El almuerzo desnudo. Con ella rompió amarras con la narración ortodoxa y dio un salto de gigante en la radicalidad de su escritura, rompiendo el orden cronológico y lógico, liberando las palabras en una exploración de lo alucinatorio, lo irracional y lo surrealista, con un humor sardónico y abundancia de elementos grotescos y escatológicos.

La escribió en Tánger y la publicó en París Olympia Press. La editorial, dirigida por Maurice Girodias, estaba especializada en novelitas libertinas y pornográficas y en literatura de calidad escrita en inglés, pero prohibida en sus países. En su catálogo destacaron El amante de Lady Chatterley sin censurar y las primeras ediciones de hitos como Trópico de Cáncer de Henry Miller, El hombre de mazapán de J. P. Donleavy o Lolita de Nabokov. Girodias rechazó de entrada El almuerzo desnudo, porque aquello le pareció demasiado raro y poco vendible.

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Sin embargo, cuando se publicó un capítulo en la Chicago Review y se generó un notable escándalo, cambió de opinión y la publicó en 1959. En 1962 llegó la primera edición americana de la mano de Grove y en 1965 un juicio por obscenidad -no tan conocido como el de Aullido de 1957– del que el libro salió absuelto y que la editorial utilizó como publicidad gratuita. 

Entre Yonqui y El almuerzo desnudo se sitúa Queer, no solo cronológicamente, sino en el acelerado proceso evolutivo del autor. Escrita entre 1951 y 1953, durante la conmoción tras haber matado a Joan Vollmer y mientras esperaba juicio en México (hasta que vio que pintaban bastos y huyó haciendo uso de la fortuna de su familia), la novela es al mismo tiempo una suerte de continuación de Yonqui y un incipiente paso hacia la experimentación formal. 

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Ace rechazó el libro, después de valorarlo en una versión todavía incompleta, porque temían que se lo retiraran de la venta por el modo muy explícito en el que se abordaban no ya las drogas, sino las relaciones homosexuales. La novela, pendiente de revisión y acabado, quedó en un cajón, junto con un relato, El viaje de la ayahuasca, que complementaba su tramo final. Burroughs se olvidó de ella hasta que cambió de agente literario. En 1985 el todopoderoso Andrew Wylie, El chacal, le consiguió un ventajosísimo contrato con Viking por siete libros, incluidos varios todavía por escribir, que le aseguraba al escritor una confortable vejez. En ese paquete iba la edición de la todavía inédita Queer, en unos tiempos más propicios para una novela explícitamente gay. Cuando se cumplió el veinticinco aniversario de esa primera edición, se publicó una especial con una exhaustiva y enjundiosa introducción del especialista Oliver Harris, que es la actualmente disponible en Anagrama. Harris fue consultado por Guadagnino sobre el modo más pertinente de llevar al cine la novela. 

El protagonista es Lee (Daniel Craig), transparente alter ego de Burroughs, un escritor americano, homosexual y adicto a la heroína, que se mueve en un grupo de expatriados asentados en Ciudad de México. Entre ellos un pintor especialista en llevarse a casa a jovencitos que después le roban (un irreconocible y magnífico Jason Schwartzman, muy alejado de su registro habitual). Lee busca sexo rápido con jóvenes locales y la película logra transmitir la mezcla de deseo e inquietud, de lujuria y sordidez, en esos encuentros fugaces con desconocidos, en tiempos de prohibición y persecución de la homosexualidad. Todo cambia cuando queda prendado de un taciturno y pasivo chico americano, Allerton (Drew Starkey), que no se sabe muy bien si es un ser enigmático o una pura oquedad, dada su contemplativa apatía. El personaje está inspirado en el amante del escritor en aquel entonces: Lewis Marker. 

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La novela de Burrough se divide en dos partes: la primera centrada en el sexo y la segunda en la droga. Arranca con Lee en Ciudad de México y sus noches de desenfreno, y salta después al viaje con destino a Ecuador, acompañado por Allerton, en busca del yagé o ayahuasca, el alucinógeno que le obsesiona porque le atribuye propiedades telepáticas. Este periplo los lleva a la selva, donde en la película encuentran a una extravagante científica (Lesley Manville, también irreconocible y brillante), a cuyo marido interpreta el cineasta argentino Lisandro Alonso. Hay en la cinta un claro desequilibro entre ambas partes: la primera se alarga en exceso y resulta fatigosamente reiterativa, mientras que a la segunda le sucede lo contrario, todo se precipita demasiado. 

Adaptar al cine a Burroughs no es tarea fácil. En 1999 Cronenberg -¿quién si no?- se atrevió con El almuerzo desnudo y salió razonablemente airoso. Cuando en una entrevista le preguntaron por qué se había tomado tantas licencias con respecto a la novela, dio una respuesta genial: “Porque si hubiera sido absolutamente fiel, la película habría costado quinientos millones de dólares y la habrían prohibido en todos los países”. Queer no es un material tan explosivo y su adaptación es algo más sencilla.

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Guadagnino ha contado con el mismo guionista que para Rivales (dos largometrajes estrenados con tres meses de diferencia): el dramaturgo Justin Kuritzkes (marido de Celine Song, la directora de Vidas pasadas). Siendo radicalmente distintas y estando destinadas a públicos diferentes, Rivales y Queer abordan en el fondo el mismo tema: el deseo. Pero mientras que Rivales es festiva, sensual, explosiva, juguetona y con un punto de frivolidad, Queer es sombría y turbia; en ella la sexualidad merodea alrededor del dominio, el peligro y la transgresión. 

Daniel Craig, cansado ya de hacer de James Bond, decidió finiquitar al agente secreto y embarcarse en proyectos interpretativos más retadores. Este sin duda lo es. Por un lado, las escenas sexuales son muy explícitas y por otro el personaje requiere una actuación contenida, en la que los matices deben darse con gestos casi imperceptibles. Craig sale más que airoso del que posiblemente sea el papel más arriesgado de su carrera, desde la ya lejana El amor es el demonio, en la que interpretaba al ladrón y amante del sadomasoquista Francis Bacon (al que daba vida Derek Jacobi). 

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Cineasta ecléctico e hiperproductivo, lo que nadie podrá negarle Luca Guadagnino es la deslumbrante puesta en escena de sus películas. Ya lo demostró en su ópera prima, Yo soy el amor. Y la fuerza visual sostiene películas imperfectas como Cegados por el sol, el remake de Suspiria o la serie We Are Who We Are. Su tema central es el amor, o el deseo: desde el adolescente de Call Me By Your Name hasta el triángulo amoroso de Rivales, pasando por los caníbales de la loquísima y genial Hasta los huesos.

En cuanto a Queer, pocas veces se ha filmado la carnalidad con tanta crudeza y tensión erótica como en el primer encuentro entre Lee y Allerton, y con tanta sensualidad como en el viaje astral que comparten al probar la ayahuasca. Esta escena psicodélica está coreografiada por Sol León y Paul Lightfood, la pareja al frente del Nederlands Dans Theatre. En cambio, otros pasajes oníricos, como el que hace referencia a la muerte de Jean Vollmer, están menos logrados.

Daniel Craig y Lesley Manville en 'Queer'

Daniel Craig y Lesley Manville en 'Queer'

Guadagnino toma algunas decisiones osadas, como rodar toda la parte mexicana en decorados construidos en Cinecittá y utilizar en ciertos momentos -por ejemplo, en el despegue del avión- maquetas. En ninguno de los dos casos trata de disimularlo. Decorados y maquetas trasladan una sensación de irrealidad, de artificio, que desconcertará a algunos espectadores. Pese a sus problemas de ritmo, sus desequilibrios y su excesivo metraje (135 minutos que se hacen largos), Queer es probablemente la adaptación más sensata que se podía hacer de la insensata novela de Burroughs.