La más elemental prudencia aconseja mantenerse alejado de cualquier acto en el que participen Xavier Antich y Mònica Terribas, actuales mandamases de Òmnium Cultural. Si, además, al acto en cuestión acuden Dolors Feliu, la jefa (algo contestada) de la ANC, el excupaire David Fernández, el excantautor sensible Lluís Llach, el Mick Jagger del Empordà, Gerard Quintana, y un ramillete muy completo de sospechosos habituales del separatismo, toda prudencia es poca y, aunque te hayan invitado al sarao (lo que, evidentemente, no es mi caso), no hay que materializarse de ninguna de las maneras. A veces basta con ver quién está adoptando determinada postura política para tomar partido ipso facto por la contraria.

Este exordio viene a cuento de la performance inmóvil que organizaron ayer un montón de asociaciones soberanistas en la barcelonesa plaza del Rei para quejarse de las posibles acusaciones de terrorismo que está suscitando aquel misterioso Tsunami Democràtic que nunca se ha sabido muy bien quién dirigía (aunque hay jueces que apuntan directamente a Carles Puigdemont y Marta Rovira). El lema del acto era Protestar no és terrorisme, lo cual ya constituye una afirmación un tanto discutible: la cosa dependerá, digo yo, de la intensidad, violencia, mala intención y posibles daños derivados de la protesta.

Yo no lo tengo tan claro como Xavier Antich, francamente. No sé si la ocupación del aeropuerto, el cristo (o batalla) de Urquinaona, los cortes de carreteras o las intervenciones malévolas en la vía férrea pueden ser consideradas muestras de terrorismo, pero tampoco estoy seguro de que no lo sean. Es como la visita a Moscú en 2015 de David Folch, líder de Solidaritat Catalana per la Independència, para participar en un foro internacional de separatistas financiado por un fantasmal Fondo Militar Nacional fundado por Vladímir Putin: puede que todo fuese legal, pero prestarse a un pesebre bendecido por un criminal como Putin no sé si es lo más ético que puede hacerse (en Europa, por cierto, se están investigando ahora mismo los intentos de desestabilizar Europa por parte de Vladímir Vladimirovich, figurando entre ellos los contactos de enviados del Kremlin con diferentes instigadores del prusés: a ver qué sale de ahí…).

Se quejan Antich y sus cuates de que se acuse de terrorismo al Tsunami de marras, pero de ahí pasan a lo que realmente les interesa: que dicha acusación ponga en aprietos al PSOE y, de rebote, dificulte la concesión de esa amnistía que por un lado se anhela y por otro se rechaza. Y de ahí, ya incurriendo en el delirio, se viene a decir que las investigaciones sobre el Tsunami son solo el primer capítulo de un ataque en toda regla al derecho de manifestación y a la libertad de expresión: Embolica que fa fort!

No tengo la impresión de que esté en peligro en España el derecho a la protesta: lo estamos comprobando estos días con los diversos cirios que están montando los agricultores y a los que, probablemente, tienen derecho. Evidentemente, si a alguien se le ocurre entrar con el tractor en el Ministerio de Agricultura, llevándoselo todo por delante, la policía tendrá que ponerle en su sitio, ya que lo suyo se parecerá bastante a un acto terrorista. Como se parecieron, en la última etapa del prusés, la toma del aeropuerto de Barcelona o los cortes de carreteras o los sabotajes al ferrocarril o el lanzamiento de aceite a las ruedas de los vehículos policiales que transportaban a detenidos de la charlotada del 17. La aburrida performance de Antich y su pandilla simulaba una sincera preocupación por el posible deterioro de la libertad de expresión en España, pero no era más que la enésima rabieta de los sospechosos habituales, siempre dispuestos a salvarles el pellejo a los suyos hayan hecho lo que hayan hecho.

Lo único raro de ese cónclave de los de siempre es que se sumen, como así sucedió, gente que debería apartarse de las malas compañías. Gente como Jordi Évole, Andreu Buenafuente o el cantante de Love of lesbian, Santi Balmes, que no entendías qué pintaban allí (bueno, Évole sí, pues su particular manera de subirse encima de un muerto para parecer más alto consiste en ir de humanista relevante y practicar la autoimportancia). O sindicatos como UGT y CCOO: vale que lleven años pasando como de la mierda de esa clase trabajadora a la que dicen representar (pensemos en Pepe Álvarez, que no ha dado un palo al agua en su vida), pero ¿hace falta que bendigan la agenda del señor Antich? Hasta el Primavera Sound ha secundado la moción, supongo que porque sus responsables no quieren parecer gente que practica el solipsismo musical y no se preocupa de sus semejantes, terroristas o no (en esa misma dirección debe ir también la Asociación de Actores y Directores).

Xavier Antich cobra por envenenar el ambiente y por asegurar, como hizo hace unos días, que lo volverían a hacer (aunque no quedó claro ni quiénes ni qué). ¿Pero qué pintan otros en un aquelarre lazi de consumo interno? ¿Se sienten más progresistas solidarizándose con gente que no tiene gran cosa de progresista? ¿Se sienten mejores personas? ¿Están realmente convencidos de que protestar no es nunca una forma de terrorismo, por mucho que la violencia se desmande y no acabe palmando alguien porque Dios no quiso?

Lo dicho: la más elemental prudencia aconseja mantenerse alejado de Xavier Antich, Mònica Terribas, David Fernández, Dolors Feliu y Lluís Llach. Sobre todo, de Lluís Llach.