No existe en la historia del arte –salvo excepciones contadísimas– el caso de un pintor que no haya tratado de dibujarse a sí mismo bajo la recurrente forma del autorretrato, ese género artístico que nace en Flandes y en Italia hacia finales del siglo XIV y que, desde entonces, no ha dejado de cultivarse, suponemos que porque no existe ningún otro impulso humano más poderoso que la celebración de la propia vanidad. El término retrato, cuya etimología procede del latín, designa la reproducción de un personaje o de una cosa, pero no siempre de forma exacta. Autorretratarse, de hecho, es una manera de fijar una identidad que no tiene que ser auténtica. Es un acto de afirmación contra la muerte. Y también un simulacro o invención. 

Igual que los antiguos practicaban el retrato mimético e idealizado, uno de los rasgos de la modernidad es la sacralización de esa ficción particular que todos tenemos sobre nosotros mismos. Quien se retrata a sí mismo en exceso suele tener un problema psicológico con su imagen: la selfipatía. No le ocurría desde luego a Murillo, de cuya figura sólo existen dos autofiguraciones, entre ellas el soberbio lienzo de la National Gallery de Londres. Durero, Cézanne o Gauguin se hicieron célebres por las autorreflexiones pictóricas sobre sus personas, aunque sus máscaras quedan muy lejos de Goya –del que se han documentado doscientos autorretratos– o Rembrandt, que nos legó más de un centenar, si incluimos los grabados y los dibujos. Van Gogh se hacía tres autorretratos exactos cada año. Y Picasso, todos los días. 

Viene este exordio sobre las artes del apunte del natural a cuento de la campaña de propaganda institucional #ThisIsTheRealSpain impulsada por el Ministerio de Exteriores para combatir en instancias internacionales el relato independentista –esa fábula interesada– sobre nuestro país. La iniciativa, de momento, se limita a un vídeo de algo más de dos minutos en el que personalidades de la cultura, las finanzas y la política cuentan lo que todos sabemos: que vivimos en un país democrático. Imperfecto, pero honorable.

Cabría preguntarse si, cuarenta años después de la Santa Transición, hacía realmente falta enunciar lo que, salvo para los ciegos e interesados de siempre, es más que evidente. Y hacerlo además con la candidez que expresa la campaña del Gobierno, que reivindica una verdad que, asombrosamente, no se muestra (con hechos objetivos) en ningún momento. Este retrato oficial de España Global, que así se llama el ente público que lo ha encargado, nos parece improvisado, pobre, selectivo –famosos, millonarios y gente con éxito– y excesivamente testimonial. Como vídeo sobre nuestra identidad, es mejorable. Básicamente porque cuando se quiere hacer un relato verosímil de cualquier cosa conviene primero no incurrir demasiado en el panegírico sonriente y, después, si se disfruta de facultades narrativas, lo lógico es buscar un equilibrio entre las virtudes y los defectos, que es la única forma de convertir los segundos en las primeras. 

Que a estas alturas España tenga que contarle al orbe que es un país civilizado porque el lobby independentista insista (ante los ignorantes de la Tierra) en que nuestra democracia es equivalente a la dictadura franquista, más que alegrarnos, nos previene sobre el extraordinario grado de fragilidad que tienen los hechos en esta sociedad del espectáculo. Salta a la vista que la campaña del gobierno de Pedro Sánchez, investido presidente con los votos de los soberanistas, sólo va a servir, como ya ha sucedido, para alimentar la demagógica propaganda indepe, que ha contratacado con otro vídeo (manipulado por Òmnium, esa gente de absoluta confianza) donde los demagogos del prusés insisten en que en España existen presos políticos, como si saltarse el orden constitucional, y negar la ciudadanía de facto a más de la mitad de los catalanes, fuera un juego de sobremesa. 

Más que para la comunidad internacional, lo que debería haber hecho Exteriores es encomendar el vídeo a Interior. A los únicos a los que les conviene decir que España es una dictadura es a los nacionalistas, que han hecho de la tergiversación su negocio. Bajo su victimismo amarillo, color con el que intentan camuflar el supremacismo de siempre, lo que se retrata es a una España de caricatura negra, absolutista y violenta. Pero Exteriores no lo ha hecho mejor. Nos enseña una España donde no aparece la gente corriente, la que todos los días se levanta para trabajar, buscar trabajo y ayudar a los demás. Ésta es la única España que vemos todos los días por la calle. La España anónima y sin apellidos que no sale en los vídeos ni de unos ni de otros. Y que no necesita que nadie le diga quién es. Porque, igual que don Quijote, lo sabe.