Muchas veces hemos puesto a Italia como ejemplo de malgobierno y de la decadencia de la política. Es un país donde las crisis se suceden, siendo rarísimo que un gobierno dure más de dos años. En los noventa, el sistema político saltó por los aires por la corrupción que salpicaba a todos los partidos. Sirva como ejemplo que un ex primer ministro huyó del país y otro fue acusado de connivencia con la mafia. Cayeron muchos políticos en una cruzada de renovación encabezada por varios fiscales y jueces. Alguno de ellos tuvo serios problemas personales y otros transitaron hacia la política. Tras no pocos juicios y escándalos los dos partidos de referencia, la democracia cristiana y el partido socialista, desaparecieron dando lugar a una regeneración política sin precedentes. Sus sucesores fueron, y son, más débiles dejando espacio para el populismo, la ultraderecha, el euroescepticismo y el nacionalismo excluyente.

En la política italiana vemos personajes realmente singulares: cómicos, empresarios de dudosa reputación, actrices porno, prostitutas, …. Todo cabe, desde un presidente que trató de cambiar la constitución en su favor a partidos artificiales nacidos por suma de tránsfugas pasando por ceses que obedecen solo a intereses partidarios. En los últimos cuarenta años se han sucedido 25 primeros ministros que han conformado 32 gabinetes. Puede hablarse de segunda o tercera república, es igual, la realidad es que su sistema bicameral perfecto genera bloqueos e inestabilidad estructural. La promiscuidad entre partidos y la propensión a llegar a acuerdos lo empeoran y crean un entorno viscoso donde algunos líderes se perpetúan sin pasar por las urnas. Esta degeneración del sistema ha provocado que desde hace tiempo el gobierno influya poco o nada en la realidad económica y social italiana.

Pero cuando parece que es imposible hacerlo peor, cuando el país camina con paso firme hacia el abismo, surge el sentido común y se impone la lógica. Italia parece abonada al rescate moral en momentos clave impulsado por el Presidente de la República, una figura en general callada pero que tiene una visión de Estado impresionante que le hace actuar en el momento oportuno.

En plena crisis económica el Presidente de la república, Giorgio Napolitano, encargó al super Comisario Monti la creación de un gobierno técnico, e Italia salió de la crisis. Y ahora de nuevo la primera autoridad italiana, Sergio Mattarella, llama a alguien tremendamente respetado, el ex presidente del BCE, Mario Draghi. Italia comienza a acostumbrarse a seleccionar personalidades de reconocido prestigio en momentos de crisis y lo que ayer era alboroto hoy se torna en consenso. Realmente admirable.

La política decadente italiana la tenemos aquí desde hace tiempo, ya no hay mucha diferencia entre ellos y nosotros, pero sin embargo nos falta su grandeza para ponernos de acuerdo en momentos críticos. No hay figura alguna que tenga respeto transversal. El presidente de la autoridad bancaria europea, el vicepresidente del BCE, el alto representante de la Unión Europea para asuntos exteriores son españoles, como español fue el Presidente del BIS, una especie de regulador de reguladores bancarios, o incluso el secretario general de la OTAN. Tenemos españoles en altas posiciones en la OCDE y en la ONU. Pero nos es igual, a todos les ponemos una etiqueta política, lo que hace que sean rechazados automáticamente por el otro bando. Ya lo mostraba Goya en su magnífica obra Duelo a Garrotazos, somos un país cainita.

Y si difícil es reconocer una figura de referencia más difícil, si no imposible, sería ponerse de acuerdo en la necesidad de un gobierno realmente de los mejores. Cualquier figura que se prestase a este papel por encima de los partidos tendría todos los problemas del mundo para hacer su trabajo. Los escasos profesionales que recalan en la política son expulsados por la partitocracia a la primera de cambio, es igual quien les haya fichado.

En la antigüedad, el concepto de democracia era muy diferente al actual. No todo el mundo podía votar y se llegó incluso a elegir a los gobernantes por sorteo. Hemos avanzado mucho en igualdad y en extensión del sufragio, pero en ocasiones uno mira con envidia a Italia que no se olvida de sus raíces y tira del liderazgo moral de los mejores cuando hace falta.

Nuestros grandes partidos, sin embargo, solo están de acuerdo en su discrepancia. A nadie le importa el bien de la nación, solo su ombligo. Lo penúltimo es que el sabio que decide en Cataluña quién y cómo sale de casa y qué negocios se abren o cierran aspira a consejero del partido rival de su jefa actual, viva la independencia de los técnicos. Y lo peor, me temo que unos y otros con sus complejos y vetos cruzados nos volverán a hacer pasar por las urnas en mayo para que ERC, indulto mediante, pueda pactar con el PSC sin remordimientos ni reproches excesivos. Si llegan a ser necesarias nuevas elecciones por puro tactismo quedará  claro, aún más, lo que les importamos los ciudadanos a quienes nos malgobiernan. Nada.