No se han tomado muy bien los indepes el enterarse de que Cataluña fue tierra de grandes negreros. Mejor dicho, lo que se han tomado mal es que se hable de ello, porque saberlo, lo sabía todo el mundo, pero se prefería silbar mirando hacia otro lado. El catalán es el pueblo que con más énfasis se aplica aquello de lavar la ropa sucia en casa, lo exagera de tal manera que aunque la casa, o sea Cataluña, hieda a mil demonios por culpa de la ropa sucia que se amontona por todos los rincones, sigue negándose a sacarla al exterior. Lo curioso es que el mismo empeño que aplica en ocultar cualquier hecho poco honroso de su pasado o de su presente, lo pone también en exagerar hasta el ridículo, incluso a mentir si es necesario, cualquier acontecimiento que considere que podría glorificar a su querida patria, aunque sea la catalanidad de Cervantes, Da Vinci y Santa Teresa de Ávila de una tacada. Como cuesta tanto determinar si es más ridículo ocultar la historia verdadera o inventarse una falsa, los catalanes han optado por ambas opciones a la vez, así se aseguran el ridículo.

No solo es que en suelo catalán hubiera traficantes de esclavos que se enriquecieron con cargamentos humanos hacia América, es que hubo también industriales catalanes al otro lado del Atlántico que hicieron fortuna gracias a la mano de obra negra y gratuita que les llegaba de África. Se ha sabido siempre, como se ha sabido que estos empresarios y sus fortunas fueron clave para que la revolución industrial llegara a Cataluña antes que al resto de España y con mucho más empuje. De igual forma, todo el mundo tiene conocimiento de que, años más tarde, Cataluña se enriqueció de nuevo, esta vez con el comercio de armas y de otros productos durante la primera Guerra Mundial. Comercio que sostuvo con ambos contendientes, por supuesto, que no ha llegado todavía el día que un catalán pierda un negocio por cuestión de principios. El día que TV3 emita un reportaje sobre estos hechos, volverán a rasgarse las vestiduras los catalanes de bien.

Uno podría entender la rabia que supuran los guardianes de la memoria de Cataluña, si el reportaje de los negreros hubiera sido inventado, o por lo menos exagerado. Pero lo que critican es justo lo contrario: un documental que refleja tan exactamente lo que sucedióun documental que refleja tan exactamente lo que sucedió no debe emitirse, ya que daña la imagen de Cataluña. Algunos, queriendo pasar por más tolerantes que el resto, argumentan que sí, que vale, que puede emitirse, pero resaltando también el comercio de esclavos que tuvo lugar en otros países, empezando por España, por supuesto. Se puede criticar a Cataluña, pero solo con la boca pequeña, dejando claro que hay países peores. Mejores no, eso es imposible.

Querer construir un país a base de inventarle un pasado de color de rosa ya es empezar a construirlo con mal pie. Quien olvida su historia está condenado a repetirla, que dijo alguien. Con ello no me refiero a que pueda haber de nuevo catalanes fletando barcos con sus bodegas llenas de esclavos --aunque si no es así no será por cuestiones éticas, sino porque lo impide la ley-- sino a que estamos condenados a seguir ocultando todo lo malo que suceda. Y ahora podría terminar advirtiendo del peligro que eso supone, ya que significa asumir e incluso perdonar los delitos que puedan cometer hoy en día los líderes catalanes solo por el hecho de ser catalanes, disculpar todo lo que hagan en virtud de su supuesto patriotismo. Pero sería una advertencia inútil, ya que eso es precisamente lo que está sucediendo en Cataluña desde hace unos años.