La innovación más relevante de Puigdemont desde que se dedica a la política es el escenario circular desde el que perpetra sus mítines, no sé si se han fijado ustedes. Ni siquiera lo de denunciar ante Europa que alguien le había robado la placa de su vivienda en Waterloo que ponía Casa de la República fue tan importante como su actual escenario redondo. Acostumbrados como estamos a escenarios en los que quien habla se dirige al público que tiene enfrente, el circular, con el público alrededor, promete ser la única cosa por la que Puigdemont pasará a la historia, fugas con el rabo entre las piernas aparte.

La forma de la tarima y el hecho de tener a los asistentes circundándole le obliga a moverse continuamente, dando vueltas mientras habla, ya que, de otro modo, algunos concurrentes se marcharían del mitin habiéndole visto solo el culo a su líder, y eso sí que no. No es que el culo de Puigdemont sea poca cosa, todo lo contrario, va cogiendo volumen con el paso del tiempo, pero uno no se mete doscientos kilómetros de autobús entre pecho y espalda para contentarse con la imagen de las nalgas de su candidato favorito, por abundantes que sean. Puigdemont debería tener eso bien presente, e ir dándose la vuelta más a menudo, para que ninguno de sus fieles regrese a casa habiéndole visto solamente el trasero. Y eso que es desde ese lugar desde donde salen la mayoría de sus ideas.

Por culpa de ese escenario, Puigdemont da la espalda a una parte de asistentes cuando se está dirigiendo a los demás, y viceversa, con lo que siempre hay quienes no le ven más que el cogote (obsérvese cómo evito repetir la palabra culo). Aunque ello pueda parecer de mala educación, no deja de ser una metáfora de lo que hizo en su momento, cuando en lugar de dar la cara y seguir adelante, les dio la espalda a todos y huyó con nocturnidad y alevosía. Dar la espalda a sus seguidores ha sido siempre lo suyo. Con el escenario circular pretende recordarles a todos los que le quedan justo detrás que, en cuanto tenga ocasión, de nuevo huirá y no van a verle más que el culo (no siempre puedo evitar la palabra), allá a lo lejos, corriendo. La metáfora es bonita, aunque quizás sea involuntaria.

Además, un escenario circular representa perfectamente lo que ha sido la política de Puigdemont: correr mucho para llegar de nuevo al punto de partida. Lo que ha hecho Puigdemont -y el resto de partidos y líderes independentistas- ha sido celebrar un referéndum, proclamar una efímera república, purgar penas en la cárcel o huyendo de la justicia, y terminar reclamando la amnistía y un referéndum pactado, como al principio: es decir, un círculo perfectamente trazado, como a compás. Es por eso que Puigdemont no debería abandonar jamás los escenarios circulares, de ese modo, sin palabras, está diciendo a sus seguidores que mucho hablar, mucho hablar, pero se encuentra en el mismo lugar que hace diez años.

Algo ha mejorado desde que hizo un mitin en Bruselas encaramado a un palé de transportista, cuando parecía más un artista callejero a punto de hacer malabares y pasar la gorra que un presunto líder catalán. Aunque la metáfora también existía entonces: estaba gritando a los cuatro vientos que no es más que una mercancía. Es decir, un paquete. Es bueno que la forma de sus escenarios le sirvan para sincerarse.

La cuadratura del círculo era pretender que España, primero, y toda Europa, después, aceptaran sin rechistar que unos iluminados saltaran por encima de las leyes más elementales y de la convivencia ciudadana. Puigdemont ha descubierto que un círculo no se puede cuadrar de ninguna manera, y para no olvidarlo, se obliga a situarse cada vez encima de un escenario circular, ni cuadrado ni rectangular.