En el partido que disputó hace unas semanas el FC Barcelona en el campo del Galatasaray, correspondiente a la vuelta de los octavos de final de la Europa League, Jordi Alba sufrió el lanzamiento de algunos objetos en un saque de banda. Me llamó un tanto la atención la saña con la que algunos tuiteros barcelonistas comentaron el incidente: hubo alguno que pedía que, ya puestos a tirarle cosas, le lanzaran objetos potencialmente mortales. En fin, ya sabemos lo que es Twitter, a menudo un desahogo primario favorecido por el anonimato y la virtualidad. Pero por la red también circulan personajes públicos, cuyas interacciones, por la repercusión de las mismas, pueden resultar indiciarias de aquello que recibe aprobación social, al menos entre ciertos sectores.

El escritor Quim Monzó reaccionó al episodio retuiteando el siguiente mensaje del ilustrador Àlex Santaló: “Joder, Alba, que en La Torrassa seguro que te han lanzado cosas peores”. La Torrassa es un barrio de L'Hospitalet de Llobregat, aunque Jordi Alba creció en La Florida, otro barrio del municipio. ¿Por qué se refirió el ilustrador a La Torrassa? Quién sabe. Pero La Torrassa era conocida como la “Murcia chica” en los años 30 del pasado siglo, debido al enorme asentamiento de inmigrantes murcianos en el barrio. El gentilicio murciano, de hecho, se convirtió en adjetivo despectivo para referirse, por antonomasia, a los inmigrantes llegados desde otras partes de España.

Durante aquellos años, el periodista Carles Sentís publicó una serie de crónicas en las que describió las condiciones materiales en las que vivían los inmigrantes y que acabaron reunidas en su libro Viatge en Transmisserià. En realidad, no se trató solo de una descripción objetiva de esas condiciones. En dichas crónicas, Sentís aseguraba, por ejemplo, que la promiscuidad de la mujer murciana era la causante de la delincuencia juvenil, del tracoma y de la proliferación de relaciones incestuosas, y hablaba de unas costumbres totalmente inéditas en Cataluña. También afirmaba que todas las uniones se realizaban con total despreocupación respecto a los efectos ulteriores, salvo cuando se trataba de “solicitar a título gratuito médico, comadrona, medicamentos, etc., de la Beneficencia Municipal”.

Carles Sentís, por cierto, tan “catalanista” durante aquellos años, e impregnado, como se puede ver, de las teorías racialistas del nacionalismo catalán de principios de siglo, acabó siendo secretario personal del ministro falangista Rafael Sánchez Mazas y afirmó cosas como que "la fe ciega en España nos inunda el espíritu y el alma”. Otro detalle: Viatge en Transmisserià está prologado por Jordi Pujol.

Así que, volviendo al incidente de Jordi Alba y al mensaje que retuiteó Quim Monzó, es probable que el ilustrador Santaló tuviera en mente esa imagen de La Torrassa. Y parece evidente, también, que el comentario tenía una intención denigratoria: el origen humilde del futbolista como estigma. Y es curioso: porque Jordi Alba es catalán y jugó en la cantera del Barça. Pocos días antes, el entrenador del Barça, Xavi, también había recurrido al origen para explicar la falta de excelencia en el manejo del balón de uno de sus futbolistas, el uruguayo Ronald Araújo. Aseguró que, como no era de la casa, ese aspecto del juego le costaba más. Pero Jordi Alba, insisto, es catalán y canterano. Entonces, ¿por qué esa alusión a su origen?

Quizás el trasfondo se entienda mejor con esta situación que me refirió hace poco una monitora de transporte escolar que lleva un grupo con fama de conflictivo. Me comentó que su encargada le había dicho que, si ella se llevaba bien con aquel grupo, era porque se rebajaba a su nivel y les hablaba en castellano. Cuando la monitora le afeó, indignada, sus palabras, la encargada no acabó de entender muy bien el motivo de su enfado, porque el comentario pretendía ser elogioso.

Jordi Alba podría haber ido en un autobús como ese, de adolescentes nacidos ya en Cataluña, pero castellanohablantes, con el sambenito de conflictivos, carne de ciclo de grado medio o de fracaso escolar, despreciados por no haber renunciado a su lengua y su cultura, por no avergonzarse de su origen, por no hacerse perdonar, catalanes castellanohablantes de La Torrassa, de La Florida, de Vila-Roja, de Font de la Pòlvora o de cualquier barrio deprimido a los que se les escamotea su lengua materna en la enseñanza porque para eso ya está la calle, su hábitat natural. Al fin y al cabo, son las bestias de las que hablaba Torra, las bestias y su lengua, las bestias y sus costumbres, las bestias acostumbradas a que les tiren de todo.