El Banco Central Europeo sube los tipos de interés. Las hipotecas se pondrán más difíciles para miles de familias. Putin corta el suministro de gas a Europa. La extrema derecha italiana está a punto de ganar las elecciones. Los precios van desmadrados y la inflación aguanta por encima de los dos dígitos. Alemania está a un pie de la recesión y Europa irá detrás. Los suministros tienen bloqueada la producción de un sinfín de empresas y sectores. Los gobiernos se afanan en aprobar medidas para evitar el colapso. Consecuencia primera, la deuda pública se dispara. La guerra en Ucrania sigue. Europa ha padecido el verano más caluroso en años y la sequía ya no es una amenaza, es una realidad. 

Esta es la tormenta perfecta que tiene otros efectos colaterales como la inmigración, la tensión yihadista en el Sahel, la violencia urbana, las okupaciones, el paro, el crecimiento económico que nunca llega y una larga lista de problemas que tiene al personal en vilo. Sin embargo, todo esto son problemas del mundo. Cataluña está por encima del bien y del mal. Parece que nada nos afecta. De hecho, las energías alternativas, que son la única solución que se vislumbra para evitar la dependencia del gas, también en Cataluña van a la cola porque lo queremos todo bueno, bonito y barato, pero en casa del vecino. No vaya a ser que nos “jodan” el paisaje. 

Cataluña is diferent. Nada de esto nos preocupa. Aquí el debate es quién irá a la manifestación del 11-S, la Diada. Si nos atienden en catalán o como nos aferramos a las señas de identidad que, por cierto, no dan de comer. Hace años, ya muchos años, era una Diada de todos. Casi salía bien aquello de “un sol poble”. Pero, la cosa se torció en 2012. A partir de ese momento con la fiebre soberanista disparada “un sol poble” se redujo solo a los partidarios de la independencia. El resto de catalanes, los españolazos -versión de Javier Cercas en la maravillosa trilogía de Terra Alta, o ñordos, versión de los garrulos con barretina, no éramos ya parte del “poble”. 

Este año las cosas han cambiado. Los responsables de repartir carnets de bon català han dado un paso adelante. Ahora ya no todos los independentistas son parte de “un sol poble”. Los que han osado no bailar el agua a la Assemblea Nacional Catalana, erigida en la única voz válida de los hiperventilados que defienden ir al choque con España, eso sí que alguien vaya delante para no prendre mal, han decidido que “un sol poble” expulsa a todos aquellos que intentan poner un poco de sensatez. O sea, en 2012 se expulsó a la mitad de los catalanes y en 2022 se expulsa a la mitad de los independentistas, o más si nos atenemos a que la CUP también ha quedado fuera del pódium. Vamos, a este paso, en venideras manifestaciones de “un sol poble” solo acudirán amigos y allegados del líder de turno. De momento, Carles Puigdemont, que arenga desde el sofá de Waterloo sin dar un palo al agua, o Laura Borràs, que aspira a más puestos públicos para trocear contratos, supuestamente of course, sin que las cloacas del estado y, sobre todo, los Mossos que investigan al narcotráfico, le puedan parar los pies. 

Hoy la mani será de nuevo una fiesta de los patriotas. Eso sí, con el recorrido más corto no vaya a ser que la cosa pinte feo, con menos autocares en peregrinación a Barcelona y con momento estelar al paso por delante de Capitanía. Los otros catalanes, españolazos de pro e 'indepes' sin pedigrí, dedicarán su tiempo a otras cosas porque no están autorizados para celebrar el día de los “pata negra”. Ya no estamos en un país donde la diversidad sea un valor. Hubo un tiempo en que convivíamos liberales, conservadores, democratacristianos, comunistas, socialistas, radicales... Ahora ya no.

Cataluña se ha convertido, la han convertido, en un país de buenos y malos, donde los autoerigidos líderes, de los buenos evidentemente, reparten los carnets de buenos y malos. La crisis del mundo no nos afecta. Lo importante es ser patriota. O no. A la mayoría, esto les trae al pairo. Pero, los líderes de “un sol poble” todavía ni se han enterado. Viven en su burbuja. Parafraseando a una película francesa, comedía para más señas, “¡Dios mío, que te hemos hecho!”, para merecer esto.