Toda demagogia política incorpora implícita o expresamente una apelación a las emociones, que son el lubrificante que facilita la penetración de los propósitos ideológicos por muy bastos que sean.

Emodemagogos políticos los hay en todas partes. Pero la emodemagogia de los ideólogos del secesionismo es de las más eficaces, puesto que ha conseguido cautivar y retener grandes masas de seguidores y de votantes. El secreto del éxito reside en el alto voltaje de la emoción (identitaria) incorporada a la demagogia y en lo atractivo de las construcciones ideológicas, que seducen sin tener que pensarlas: “España nos roba”, “el derecho a decidir”, “libertad presos políticos”… y la última creación (de momento), “violencia pacífica”.

En toda demagogia los hechos se obvian o se manipulan. Para los secesionistas los hechos no existen y, si son tan aplastantes que no se pueden negar, no importan o son tapados por hechos (inexistentes) descritos por ellos; el fin –la independencia realmente perseguida o como tapadera de variados intereses– justifica los medios.

El último episodio de despliegue emodemagógico, incluso con exposición sonora y subversiva del orden jurídico en sede parlamentaria, está sucediendo alrededor de la detención de secesionistas que venían preparando precursores de explosivos para su presunta utilización en actos de “respuesta” a la sentencia del Tribunal Supremo.

Los dirigentes del secesionismo salieron en tromba al saltar la noticia de la detención, no esperaron a la concreción de los hechos atribuidos, y lanzaron la emomentira: “Criminalización del independentismo”. Torra encabeza nuevamente la cohorte de emodemagogos al calificar a los detenidos de “ciudadanos comprometidos con su sociedad”. ¡Menudo compromiso la fabricación de material explosivo para sabotajes! Al  no condenar los actos violentos de sus grupos de acción directa, los secesionistas deslucen el pretendido pacifismo del movimiento y enseñan la oreja.

Ante la próxima sentencia, presumiblemente condenatoria, asistiremos a una explosión de emodemagogia, a parte de las explosiones materiales que puedan haber. El Tribunal Supremo será presentado como el brazo ejecutor, vía sentencia, de “la represión” del “Estado”, que es como llaman a España. La descalificación ideológica del poder judicial es de una enorme gravedad e irresponsabilidad, de producir los efectos pretendidos dejaría a la sociedad  indefensa a los pies de los demagogos precursores del neofascismo, que sólo se puede evitar con instituciones fuertes y respetadas.

La reacción de los demócratas defensores del Estado de derecho ante la “respuesta” anunciada tiene que ser firme y razonada. No es fácil combatir la emodemagogia, amplificada por los medios de comunicación que conceden portada –luego publicidad gratuita– a cualquier despropósito y burrada de los secesionistas; en todo caso, no tiene que hacerse con una emoción y demagogia opuestas.

Sigue siendo perfectamente válida la enseñanza de Bertolt Brecht cuando combatía el fascismo de su tiempo poniendo en evidencia la falsedad y las contradicciones de sus emomentiras.