Les confieso que el fútbol me importa bastante poco, aunque si echan una prometedora final por la tele no me resisto a ver el partido con el afán, la mayoría de las veces fallido, de conectar con la emoción deportiva y social que se respira. Pero la pasión por el Barça siempre me ha parecido una pesadez, y reconozco que con el procés establecí unos vasos comunicantes que me llevaron a alegrarme cuando perdía, no importaba contra quién. A menos triunfos del Barça, menos gasolina para la fiebre secesionista, concluía. Los paralelismos saltaban a la vista. El club se volvió tan narcisista y supremacista como la sociedad catalana que se había hecho independentista. El FC Barcelona se apuntó al aquelarre del procés y durante algunos años en el minuto 17.14 estallaban los gritos en el Camp Nou. Las directivas de la entidad firmaron todos los manifiestos habidos a favor del derecho a decidir y el referéndum, prestándose servilmente a las campañas de la ANC y Òmnium, y desatendiendo los intereses de sus peñas fuera de Cataluña, a las que incomodaba particularmente ese sometiendo a la propaganda separatista.

Les confieso que mi felicidad ahora mismo es máxima con el caso Negreira. Nadie duda de que el club pagó al exvicepresidente de los árbitros, aunque fuera “en defensa propia”, como han confesado off de record algunos directivos que tenían la certeza de que los árbitros ayudaban al Madrid, según ha desvelado el diario El Mundo. Seguramente, el comportamiento de las directivas azulgranas con esos pagos, que se efectuaron durante 15 años, no era algo excepcional en el fútbol español, pero lo cierto es que al Barça le han pillado con el carrito de los helados. De todas formas, hay que recordar que el pastel se descubre gracias a una inspección fiscal a una empresa de José María Enríquez Negreira por un pago de 1,4 millones de euros entre 2016 y 2018, sin que quedara debidamente acreditado a cambio de qué recibía la empresa DASNIL esa gran suma de dinero. El exvicepresidente del Comité Técnico de los Árbitros alega que su trabajo consistía en asesorar verbalmente, que nunca favoreció al club azulgrana, y que se limitaba a pasarle informes sobre cómo los jugadores debían comportarse ante cada trencilla. El asunto huele bastante mal, y todo hace suponer que lo peor es cierto (“si queremos que nos sigan respetando, tenemos que seguir pagando”, le escucharon decir en una reunión de junta a Sandro Rosell), como lo demuestra la falta de explicaciones por parte de la directiva que preside Joan Laporta, que cuando fue presidente por primera vez pidió incrementar los pagos a Negreira.

Tras muchos días de silencio, Laporta se refirió este lunes implícitamente al caso en un acto de capitanes y capitanas, ante un público mayormente infantil y juvenil, para desempolvar el argumentario victimista del “ellos contra nosotros”, con referencias a unos recientes ataques para ensuciar la imagen del club. Se emocionó al hablar de ello, aunque “no por debilidad”, aclaró, sino por “las ganas” que tiene de enfrentarse “a todos los sinvergüenzas que están ensuciando” el escudo. Un medio digital nacionalista ya ha preguntado si el caso Negreira forma parte de la Operación Cataluña que se desató desde las cloacas del Estado contra el independentismo. Solo es cuestión de tiempo que el escándalo se esgrima como otro agravio.

La situación económica del Barça es delicadísima, su deuda es astronómica, como consecuencia de una pésima gestión en las últimas décadas, de cuyo desastre los socios también son responsables por haberse refugiado en el autoelogio y haber consentido tantas falsas promesas por parte de los sucesivos presidentes. Lo de reelegir a un charlatán como Laporta para hacer frente a su peor momento es digno de estudio. Si las acusaciones de corrupción se demuestran, además de la posible pena de cárcel para algunos directivos, el club azulgrana puede verse castigado con el descenso a Segunda División y la imposibilidad de jugar en Europa por haber vulnerado la normativa de la UEFA. La catástrofe caería sobre el club azulgrana, que seguramente tendría que ser rescatado y privatizado. Mi antipatía hacia ese Barça no me lleva a desear que desaparezca, pero sí a que por fin se someta a una cura de humildad, para que en adelante sea solo un club, un club de fútbol, ni más ni menos.