La Cataluña carolingia derrota a la Cataluña de Maastricht. Mientras la nación milenaria sufre un espejismo, la Europa de Schuman y Adenauer se retuerce de dolor al ver que uno de sus mejores hijos se abandona en brazos del nacionalismo egoísta. Se proclama la independencia en sede parlamentaria, algo que antes se hacía desde el balcón de la Generalitat. Y al rato, Rajoy responde con la destitución total. Las cabezas cortadas se quedan sin coche oficial. En este juego de sombras y ficciones que es la política catalana, los cupaires han puesto sobre la mesa su programa (por no decir sus cataplines). Para ellos este fin de fiesta es solo una estación de paso, camino de la victoria final. Pero están solos; no perciben que el nuevo activismo es individualista, orientado hacia los estilos de vida y cada vez más apolítico.

La CUP, es hija natural de Xirinacs, el cura que hacía huelgas de hambre y que soportó un flato de Camilo José Cela, censor y Nobel, en aquel primer Senado de la Transición. Después del desahogo se hizo el silencio, hasta que Camilo dijo aquello de “prosiga el mosén”, un exabrupto elevado a la categoría de anécdota por el gran Luis Carandell. La plataforma anticapitalista tambien es hija de la Crida, aquella fronda saltimbanqui que dirigió Ángel Colom, perdido en el espacio-tiempo tras su paso por el republicanismo matón, que hoy representa Gabriel Rufián.

Los camaradas situacionistas no pasarán de la algarabía. Tienen en su haber el mérito de haber echado a Mas (el Kérenski catalán) y forzado a Puigdemont hasta la DUI. En Madrid, feudo de Podemos, la fuerza concomitante habla por boca de Ramón Espinar, el senador progre dispuesto a reconstruir España desde el abrazo a Cataluña (versión doméstica el Scotland we love you), “si nos deja el 155”, un torpedo contra el pacto constitucional de territorios y clases sociales. Pero por Dios, ¿Quién ha roto el pacto sino el independentismo? Frágil dialéctica la de estos muchachos del neomarxismo que no han leído a Gramsci y que, por mucho que presuman, no han pasado de Marta Harnecker.

'Carles Puigdemont', por Pepe Farruqo

'Carles Puigdemont', por Pepe Farruqo

'Carles Puigdemont', por Pepe Farruqo

El tacticismo se ha comido al president y su discurso de despedida, pronunciado el viernes en la escalera del Palau del Parlament, fue el último trágala. A su lado, Junqueras fundió con palabras lo cristiano con los valores de solidaridad, fraternidad y libertad. No sabe que el holograma de Jean-Paul Marat le pateará algún día mirando pa Utrera. Solo Puigdemont salvará el sueldo si el Gobierno no lo inhabilita antes. Tristeza profunda, pero alivio por el fin de la murga indepe que atenaza al país. Los gritos de República Catalana son la euforia momentánea porque de lo dicho nada. La respuesta internacional es el silencio de los corderos, salvo la ministra principal de Escocia Nicola Sturgeon y Gerry Adams, el líder del Sinn Féin. A nadie más le interesa la mascarada aislacionista del Parlament; a nadie salvo a Putin, este homófobo fascistón, ex KGB, que disfruta con las descomposiciones democráticas. Le Monde alarma del riesgo de violencia en las calles, pero los franceses hablan desde el púlpito de los mandarines y casi siempre se equivocan. Más bien veo cansancio. Hay un fondo pragmático en el pueblo catalán que nunca falla. Por más que se celebren fiestas y fastos momentáneos, la gente no es feliz; la calle es como el día de reyes sin regalos. La revolución de las sonrisas se ha convertido en la de los ceños fruncidos. Pero llega Albiol y, detrás de él, Zoido y Cospedal ocuparán aeropuertos, pantalanes, aduanas y muelles de carga. ¿Y los comités de defensa de la Republica? ¿Y la llamada a la desobediencia de la ANC? De momento han pinchado.

Para sus promotores, ¿la DUI ha sido un suicidio político o un suicidio penal? ¿O es puro desconocimiento, mezcla de vanidad e ignorancia? Sea lo que sea, después de la destitución del Govern, fuentes de presidencia sostenían que la institución, fruto del sufragio, sigue en su sitio a pesar del 155. Durante unas horas hubo dos Gobiernos, el Español y la República de Puigdemont. Isabelinos contra carlistas; legalidad frente a legitimidad; la historia (maldita ella) siempre se repite.

¿Y Artur Mas? Qué cara se le ha quedado al estratega que sacó al genio de la lámpara y luego no consiguió volver a meterlo dentro

Se concretó el fracaso negociador de Urkullu, Iceta, Joan Coscubela y los demás. A Urkullu se le ponen los pelos como escarpias solo de pensar que lo de Cataluña es un antecedente. El PNV tiene mucho que perder; estamos a las puertas de una negociación presupuestaria Euskadi-España, basada en el concierto. ¿Y Artur Mas? Qué cara se le ha quedado al estratega que sacó al genio de la lámpara y luego no consiguió volver a meterlo dentro.

Cuanto peor, peor: un tercio de los catalanes llevan al país al agujero de la independencia. Maquiavelo escribió que cuando, un país entra en guerra con otro, “primero lo empobrece” y las cosas no han cambiado desde que las ciudades-Estado se peleaban por la hegemonía del Mediterráneo. Nunca quise creerlo, pero debo decir que, antes de liquidarnos, nos han empobrecido. ¡Y Lo han hecho los de casa!

En medio de la borrasca, el rey mudo. En su última intervención Felipe VI sobrevoló aquel “marchemos francamente y yo el primero por la senda de lo constitucional” --Fernando VII ante la Constitución de Cádiz--, que persigue a los borbones como un estigma del mal fario. Pero no seamos injustos. Nuestro Rey corona una democracia parlamentaria con 40 años de historia que ha destronado para siempre a los pronunciamientos militares de dos siglos de historia negra. Nadie ha sabido desmontar el embrujo del procés con una dosis de la España vertebrada por la que lloraron Larra y Blanco White, o el mismo Juan Goytisolo, los más contradictorios y apasionados hispanos. Por qué no se ha recreado la “España gran”. La derecha liberal y el mundo socialista tienen mimbres cuando quieren convencer, pero quizá no quieren.

La biografía de Puigdemont se desentraña a través de sus equivalentes, los que lo han sufrido. Estamos a 55 días de las elecciones de Rajoy. La noche de la proclamación de la República, al lado de la señera ondea la bandera española. El juguete se ha roto.