Hay guerra. La junta de fiscales avala la amnistía para los delitos de malversación del procés. A García Ortiz no le ha hecho falta empuñar su bastón de mando. El fiscal general ha hecho un Bob Kennedy, cuando el hermano del entonces presidente de EEUU salvó de la quema a Martin Luther King, aunque nadie pudo evitar que ambos fueran asesinados. Mientras tanto, abrasado por el éxtasis místico, Puigdemont mira al ministerio público, aunque contemple de reojo la división frontal de togas y puñetas que vimos en la calle manifestándose contra Sánchez.
A Puigdemont le asalta el erotismo sagrado de los elegidos, a pesar de haber negado mil veces la expiación de su culpa en la DUI, el ridículo más grande de la historia de nuestro pueblo. Le acaban de excluir de la financiación singular y acusa de chantaje a Sánchez y ERC. Volverá antes de lo previsto o ya veremos, porque la guerra entre fiscales y magistrados acaba de entrar en acción a la vista de todos. La revolución de los jueces evitará que tengamos que ver nacer un partido justicialista a la sudamericana. Se hace todo tan a las claras que la ideología de las Salas, acostumbrada a las sombras, sale a la luz con descaro.
ERC se ha comido en cuatro días a sus dos líderes: Oriol Junqueras, estatua circunspecta, y Marta Rovira, dotada de una retórica juscouboutist paralizante. Los manteros del gorro frigio se pelean dispuestos a encontrar un camino de redención que les aproxime a las tesis oportunistas de Junts, sin someterse a las arcas caudinas de Puigdemont. Llegan tarde. Lo que no es institucional no vale; lo que no está regido por la ley no cuenta, como les pasa a los ideólogos derechosos de Cataluña –la mayoría de Junts– y a los izquierdosos del resto de España pegados al zapato de empeine alto de Yolanda Díaz.
En Cataluña, las asambleas de militantes republicanos inundan portales, pequeñas plazas y casas de pueblo. Discuten para no morir como les pasó cuando Ángel Colom los llevaba más allá de río Jordán y les anunciaba las murallas de Jericó; sin embargo, se quedaron en el no mans land de la nación profunda, donde habitan el rencor y la gangrena.
Los del guirigay se comieron después a Josep Lluís Carod Rovira, la única cabeza ágil y fría que ha tenido ERC, y luego se zamparon a Joan Puigcercós, un hombre de izquierdas germinado en Ripoll, donde hoy triunfa la ultra Sílvia Orriols, formada en el pujolismo más cerval; ella siente el latido de la patria, mes enllà dels turons porque porque la quiere libre y desahuciada, pobre y mendicante; la alcaldesa de la histórica villa se acerca a Puigdemont y sus camaradas se parecen ya demasiado a los jóvenes bárbaros de una imaginaria república celestial.
Mientras Junqueras recorra el país a pie en busca de las esencias, habrá quien le dé posada y golpecitos en la espalda durante un pan con tomate en la Font Picant, al estilo José Antonio Labordeta por las sendas de Un país en la mochila; entrará y saldrá incólume de Les Guilleries, antigua tierra de carlistas y saltimbanquis, señoreada por el bandolero Serrallonga, en los años de la pólvora. Compartirá, pero no convencerá.
Sus bases exigen ser compensadas por haber recibido una educación montaraz, ¡vaya! A ellos se añaden los 500 cargos intermedios de ERC, que Pere Aragonès ha dejado en la Generalitat. Los cuadros intermedios, si alguna vez hubo cuadros en ERC, exigen continuar en sus cargos. Ya se sabe que la sopa boba de lo público sostiene la arquitectura territorial republicana con sueldos pas mal y con cargo al presupuesto. Si es el precio del pacto de investidura ERC-Illa, el acuerdo tendrá un sabor amargo, pero necesario.
En pocas horas, Puigdemont ha pasado de basilisco a rey puesto. Convencido de que representa como mínimo a Garibaldi, evoca todavía el fracaso mediopensionista de Prats de Molló. Puigdemont y Junqueras iban directos a un duelo al amanecer por motivos de orgullo, pero les ha pillado la junta de fiscales, un órgano de resonancias públicas, pegado al Don Calogero del célebre Gatopardo siciliano, el que mueve la caja de las Autonomías, consagradas en la Constitución y el Estatut.
A veces, los astros se conjugan después de una guerra. Las togas rezumen pasado, están al límite de un cambio legislativo sobre el CGPJ. El Bob Kennedy del fiscal general señala una ruta.