La Sala Segunda del Supremo detiene la máquina del perdón que significa pasar página y volver a la política de las cosas, no a las cerriles ideologías. La malversación sirve de detonante para marcar perfil y decir: “No te lo mereces, Puigdemont”. Y no se lo merece, pero qué pasa con el resto de ciudadanos catalanes que esperan una pausa de la maquinaria jurisdiccional para volver a empezar.
El espíritu humano busca los secretos de Dios, pero el príncipe (Puigdemont) se opone porque quiere la totalidad de la revelación; exige el poder del mito o su increpación, que para el caso es lo mismo. Está rodeado de enemigos íntimos que le descartan en la Corte danesa de los indepes y que, como está escrito, debería batirse con Laertes (Oriol Junqueras), también descartado, al final de la obra.
En ERC hay cuadros, como Joan Tardà o el encomiable Carod Rovira, pero no hay partido. Mientras sus bases discuten la investidura del socialista Salvador Illa, ganador de los comicios, la temperatura va en aumento; acaba de causar un incendio con el escándalo de los carteles que se mofaban de Ernest Maragall y de su hermano, el expresident Pasqual Maragall, enfermo de alzhéimer. Los carteles salieron del seno del partido cuya dirección promete rastrear, aunque los responsables son conocidos.
Oriol Junqueras dimitió para anunciar que optaría a revalidar la presidencia del partido en el congreso de otoño en plena crisis por los malos resultados de las elecciones catalanas. Ahora, la pugna por renovar los liderazgos del partido figura en un manifiesto de gran parte de la cúpula a favor de un relevo de Junqueras, mientras se discute la aplicación de un preacuerdo para entrar en el gobierno barcelonés de Jaume Collboni.
Faltaba algo que ha llegado con la falsa bandera de los Maragall causante de una estupefacción total. ¿Qué buscaba Ernest Maragall en ERC? ¿Qué pensaba cuando se personó en las fiestas electorales de ERC acompañado de su hermano? Pues bien, ahí tiene lo que en realidad descansa en el huevo de la serpiente de mirada amable que acaba enroscándose en una pierna antes de su mordedura venenosa.
Al poner al día la investidura de Illa vemos que la excepción catalana es el fantasma bajo el que subyace la complejidad del modelo general de financiación pública. Todos utilizan el utilitarismo faltón del que dice ser pobre y apenas tiene competencias; y quienes mejor utilizan el argumento son de Comunidades Autónomas poderosas que impiden demagógicamente la correcta financiación catalana. No será por falta de sabios en la materia como Ángel de la Fuente, Santiago Lago y otros, en los que confluyen el conocimiento de la Hacienda Pública y su praxis política, como el impecable profesor Antoni Castells. Hoy, pasadas cuatro décadas del inicio del modelo federal español, se siguen incumpliendo el principio de responsabilidad fiscal y las apuestas de ingreso y gasto de las CCAA. Se confunde la suficiencia financiera y de los territorios y la multilateralidad exigida por el principio de solidaridad.
Conceptualmente habíamos superado la década ominosa de la DUI, pero parece que no saldremos de ella sin una legislatura dedicada al renacimiento del concepto de pueblo, capaz de evitar a la nación negacionista que se mira el ombligo en plena derrota, como el Barça de Laporta. Hay que enfocar la solución de las cosas y no la salvación de las ideas.
Hamlet es atemporal. Sus interrogantes saltan a través del tiempo y llegan hasta hoy; muestran el alma humana y dan luz a las sombras más inquietantes. Shakespeare refleja la ambición del poder manipulador, corruptor, y vengativo. Una ambición que mueve a sus personajes y los aboca a la confrontación y a la destrucción. Cuando un partido, como ERC, llamado a responder en el momento decisivo, muestra su debilidad, contagia al resto. Además, ¿puede un partido gregario y asambleísta permitir la caricatura mezquina contra Pasqual? “Algo huele a podrido” en Esquerra.