Ahora que las autopistas ya no son de pago, el tráfico ha crecido y, con él, los atascos. Regresar a Barcelona tras un fin de semana es toda una odisea por culpa del mayor tráfico, las inertes estaciones de peaje que, salvo la de Vilassar, siguen como monumento a la improvisación y a la mala gestión, los accidentes y el “efecto cotilla”, el que nos hace rebajar la velocidad para ver qué ocurre cuando se produce un accidente en sentido contrario.

El atasco, salvo cuando un accidente bloquea todos los carriles, se produce porque rebajamos la velocidad y el de atrás la rebaja un poco más que el de delante, así hasta que se para la cola, iniciándose el tan conocido efecto muelle de arrancar y parar hasta que pasamos el punto de la primera frenada donde, milagrosamente, todo está despejado y el tráfico fluye con rapidez.

Más o menos eso está pasando en las cadenas de suministro globales. El mundo se paró en la primavera de 2020 y ha ido arrancando poco a poco. Y ahora que la oferta comienza a tirar nos encontramos con una crisis de oferta y, sobre todo, de transporte que hace que las cosas disten de ser como en 2019 y la recuperación esté en riesgo.

El parón de casi toda la economía productiva mundial ha dejado al aire las vergüenzas de nuestro consumismo low cost. Que una prenda o utensilio pueda comprarse por 5 o 10 euros implica que se produce en algún lugar del mundo por un euro o menos. Poco o nada nos han importado las condiciones de quien era, de facto, un esclavo de nuestro consumismo, ni habernos cargado casi toda la industria europea, solo queríamos más y más barato. Y ahora que hay riesgo de desabastecimiento nos llevamos las manos a la cabeza por la fragilidad de nuestra economía.

Adicionalmente, al atasco global se une la maximización de beneficios de las grandes corporaciones. Sigue habiendo aviones y barcos en dique seco porque no interesa fletarlos medio vacíos. La demanda tiene que seguir subiendo y consolidándose para que la capacidad se incremente. Para comprobarlo solo hay que ver la evolución del precio de los fletes, que ha ido subiendo desde que la actividad se ha recuperado pero ahora, que entran más barcos en escena, ha comenzado a bajar.  La tendencia es clarísima en materias primas e incipiente en contenedores. Y lo mismo ocurre con las fábricas a quienes la escasez de materiales no les viene mal para abrir solo cuando se garantiza la saturación de sus líneas y las ventas de sus productos. Este año no habrá sobrestock de casi nada, lo cual permitirá mantener o subir los precios, echándole al culpa a muchas cosas, y, además, usando las ayudas de los Estados para mantener empleo con fábricas cerradas. Pero los beneficios empresariales suben, a pesar de producirse y venderse menos.

De igual modo que ahora hay fabricantes de mascarillas en España, es hora que algunas industrias vuelvan a España y a Europa. Ojalá vuelva parte del textil, de los juguetes, de los componentes industriales. Nos hemos entregado a la globalización de modo absurdo, cambiando riqueza industrial por la posibilidad de comprar ropa interior a un euro la pieza. Hemos perdido mano de obra cualificada para ser tenderos de cacharrería china, camareros de turistas y, en el mejor de los casos, teleoperadores sofisticados. Esta crisis, pasajera y sobrepublicitada, debería animar a hacer una nueva política industrial, con más valor añadido “made in Spain”.

Cuando se buscan ubicaciones para actividades digitales, promotores e intermediarios se afanan en aclarar que en el entorno solo hay licencia para actividades limpias y, como mucho, industria 4.0, aunque probablemente nadie sepa lo que es. No debemos avergonzarnos de la industria “de verdad”, la necesitamos y ahora es una buena oportunidad. China se está quitando la careta y ya sabemos lo que nos podemos fiar de ellos. Y España, lamentablemente, vuelve a ser un país barato en Europa. Nuestro salario medio es la mitad que el de los países del norte, y un 30% el italiano. España puede, si quiere, ser el lugar de Europa donde producir en el mejor equilibrio calidad-coste. Si a pesar de lo que estamos viviendo y de la oportunidad real de reindustrializarnos volvemos a entregar nuestra alma industrial a los países asiáticos después de esta crisis, simplemente no tendremos perdón.