En política, muchas veces las formas, las torpezas, la arrogancia o la falta de reflexión arruinan los objetivos que se persiguen, aunque se actúe con buenas intenciones. Algo de esto parece que es lo que ha estado a punto de ocurrir con la mesa de diálogo entre el Gobierno de España y el Govern de la Generalitat. Cuando el jueves un comunicado de la Moncloa anunciaba que la mesa de diálogo se aplazaba hasta después de las elecciones autonómicas anunciadas, pero aún no convocadas, por Quim Torra, había que suponer que esa iniciativa estaba pactada con ERC. Pero resulta que no, que Esquerra se enteró por la prensa y su portavoz parlamentario, Sergi Sabrià, lanzó un durísimo tuit en el que hablaba de “incumplimiento flagrante” de los acuerdos y de “absoluta irresponsabilidad” del Gobierno, términos que se repetían en un comunicado del partido. ¿Cómo es posible que la Moncloa tome una decisión así sin consultarla con ERC? Es incomprensible porque la torpeza es mayúscula.

Seis horas después, Pedro Sánchez rectificaba tras una conversación con Pere Aragonés y una visita a la Moncloa de Gabriel Rufián. Pero el mal ya estaba hecho y la torpeza de actuar por libre, sin consultar a la otra parte con la que se firmó el acuerdo, proporciona munición a la oposición y a los medios de la derecha, que acusan al presidente del Gobierno de estar en manos de ERC y de plegarse a sus exigencias.

Es muy probable que la intención de Sánchez fuera hacer un favor a ERC aplazando la mesa de diálogo hasta después de unas elecciones que seguramente darán la victoria a los republicanos, que estarán entonces en mejor disposición para negociar al frente de un Govern encabezado por ellos, si se cumplen las expectativas que anuncian las encuestas. Rufián ha afirmado que Sánchez había actuado de buena fe, que le faltaba información y que la rectificación se había producido cuando ERC se la había facilitado. La información que le faltaba a Sánchez solo puede ser que Torra quizá no convoque las elecciones antes del verano, algo que se desprende de las mismas declaraciones de Rufián y que coincide con insinuaciones procedentes de fuentes de la presidencia de la Generalitat.

Si esto es así, la alarma de ERC ante la suspensión de la mesa estaba plenamente justificada porque perdía el principal logro de sus acuerdos de investidura de cara a las próximas elecciones autonómicas, en un periodo de tiempo en el que Torra puede aún maniobrar en contra de Esquerra, trabajo al que se dedicará prioritariamente el president después de que su llamada declaración institucional del miércoles se convirtiera en realidad en un discurso partidista que consagra la ruptura con ERC, a la que acusó de deslealtad. En esa comparecencia, Torra presentó como un acto de responsabilidad el hecho de posponer la convocatoria electoral a la aprobación de los Presupuestos de la Generalitat. Es verdad que Cataluña necesita superar la etapa de las prórrogas presupuestarias, que dura desde 2017, pero también lo es que no tiene sentido aprobar unas cuentas que deberá administrar un Gobierno distinto, cuya actuación se verá condicionada por ello.

Todo indica, pues, que Torra lo que ha querido es ganar tiempo en espera de acontecimientos. El primero que llegará es la entrevista del día 6 con Sánchez en Barcelona, a la que el presidente de la Generalitat irá con la intención de pedir el derecho de autodeterminación, el fin de la “represión” y la amnistía de los presos, que es como ir directamente al fracaso de la reunión. Torra, que nunca ha querido la mesa de diálogo, se empleará a fondo para que también fracase y quitar así a ERC un triunfo que pueda exhibir en la campaña electoral, en la que se librará la batalla definitiva entre las dos alas del independentismo.

La decisión irreflexiva y unilateral de Sánchez de aplazar la mesa de negociación no dejó a ERC otra salida que forzar la rectificación, pero es posible que al final los republicanos se arrepientan de sus urgencias. Después de meses de incomunicación, unas semanas o unos meses de retraso de la mesa de diálogo no eran tan importantes si tras las elecciones se aclaraba el panorama y se creaba un clima más propicio para las negociaciones. Negociar en periodo preelectoral condena la mesa a la parálisis, en el mejor de los casos, y en el peor al fracaso.