Una de las fotografías impresionantes en torno al terrorismo de ETA la publicó, si no recuerdo mal, yo al menos la vi allí, El País, a principios del año 2.000. Mostraba al socialista Fernando Buesa, que había sido vicepresidente del Gobierno autónomo --en un gobierno regional de coalición con el PNV, entre 1991 y 1994--, en el Parlamento vasco, de pie entre los escaños, charlando con otros electos.

Buesa, un hombre de 54 años, canoso, con pelo y barba blanca, iba vestido con pulcritud y elegancia, en una pose también elegante, con los brazos cruzados y estaba casi del todo él de espaldas, seguramente no para no ver al fotógrafo sino para no tener que saludar a alguien que pasaba en actitud furtiva por detrás de él, un tipo corpulento, de rostro tosco y aire primitivo, con una expresión reconcentrada de odio y de rabia: Josu Ternera. Buesa de traje y corbata y Ternera con camiseta y jersey de tela áspera, parecían componer la estampa del torero y el negro astado de 500 kilos que pasa de refilón, rozándole. A la sazón el jefe etarra era, gracias a los votos del PNV, miembro de la comisión de Derechos Humanos del parlamento regional, lo cual no está nada mal para un jefe de asesinos y lo dice todo sobre el macabro sentido del humor de los nacionalistas vascos y sobre su moralidad acrisolada. Ver aquella imagen casi daba escalofríos y recuerdo que pensé en lo violento y repugnante que tenía que ser para los parlamentarios demócratas vascos verse las caras, cada día de sesión, con los batasunos de EH, cómplices de los asesinos de sus camaradas y quizá de sus propios asesinos; tuve algo parecido a un presentimiento, que se confirmó en febrero del año 2000, cuando la banda de Ternera asesinó a Buesa y a su escolta, un ertzaina llamado Jorge Díez Elorza, con un coche bomba. A Ibarretxe este crimen demasiado vistoso le obligó a romper su pacto de gobierno con EH, lo que desde luego fue un incordio para él, pero al mismo tiempo en cierta manera también fue un alivio al librarle de un adversario correoso, pues Buesa, que había sido vicelehendakari en el gobierno de coalición PNV-PSE de 1991-1994, tenía los conocimientos, la autoridad intelectual y sobradas habilidades retóricas y discursivas para sacarle continuamente los colores en el Parlamento por aquel pacto.

Después de tantos años de aquella foto y de aquellos crímenes, la caída del Ternera en la operación “Infancia Robada” --en alusión a las niñas hijas de guardias civiles muertas en el atentado de 1987 que él encargó contra el cuartel de Zaragoza-- es objetivamente y a todos los efectos una buena noticia, pero no todo el mundo lo ve así. Por un lado están los calumnistas habituales que tratan de empañar el éxito de la Guardia Civil con sus sospechas de listillo sobre el preciso momento en que se ha producido la detención y con elucubraciones ruines sobre maquiavélicas conspiraciones gubernamentales para obtener con esta detención réditos de cara a las elecciones; idea retorcida e inconsistente, pues parece que Sánchez si no tiene el apoyo de ERC necesitará para gobernar el de Bildu.

Por otro lado, a los batasunos, bildus, sortus, amigos, parientes, conocidos y saludados de los etarras, la detención del Ternera no les parece bien, no contribuye a la convivencia pacífica del noble pueblo vasco ni a la democracia, y lamentan que cuando el pueblo está volcado al futuro los Estados, sobre todo el Estado español, se empecinen rencorosamente en revolver el doloroso pasado, en volver a épocas oscuras de represión, ya superadas. Josu libertad. Había que haberle dejado en paz en su cabaña de Heidi en los Alpes. No la toques más, que así es la rosa.

Quedamos a la espera de las reacciones de ERC y Junts per Puchi, que no cabe duda de que en cuanto puedan invitarán a Ternera a visitar el Parlament y tributarle una nutrida salva de aplausos. Luego Ternera podría pasarse por los estudios de TV3 para que le entrevisten, de tú a tú, algunos de sus más distinguidos locutores y humoristas. Al fin y al cabo el nacionalismo catalán aplaude, venera y respalda a personajes como Otegui (capitoste de ETA), Carles Sastre (asesino de Bultó), o Gonzalo Boye (secuestrador de Revilla). Si esos tres ya han cabido en el gran corazón de los nacionalistas catalanes, háganle un hueco también a Ternera, pues una de las siete obras de misericordia según Jesucristo es “visitar a los presos”, y el bueno de Josu ha sido un “héroe de la retirada”, como ha dicho Eguiguren con una expresión ciertamente ofensiva por inoportuna. Y ya sabemos por las películas de la tele que un asesino en serie puede ser también, si se le da ocasión, bona gent. ¿Para qué ensañarse con el vencido? Que lo excarcelen cuanto antes, en atención a su edad y sus achaques de salud. Que le invite Torrent a discursear en el Parlament; que acuda, quizá del brazo de Carod, que como conseller en cap tuvo sus charletas clandestinas con papá, en Perpiñán, en famosa ocasión; que le reciban los parlamentarios lacis con una nutrida salva de aplausos; que lo lleven luego a las tertulias de la nostra, que le haga unas gracietas de las suyas Toni Soler; Roures podría hacerle un documental; en fin, el tratamiento VIP que merecen los representantes injustamente perseguidos de los pueblos oprimidos.