Es posible que entre las bases del Movimiento Nacionalista esté cundiendo la depresión, a juzgar por los lamentos de algunos de sus abanderados en la prensa y de la retracción táctica de otros hacia posiciones más resguardadas, más prudentes; también parece que haya calado la obviedad de una decadencia general –económica, intelectual, cultural—, decadencia provocada por 10 años de excitación baldía, terminada en un éxtasis de ocho segundos y seguida por una gran desilusión y furia.

Es lógico, porque se pudo comprobar de la forma más empírica posible la distancia grande que mediaba entre los discursos y previsiones de la dirigencia del Movimiento y la crasa realidad. A nadie se le escapa –aunque muchos se lo callen— que ha habido en los líderes del procés falta de inteligencia, en el sentido de visión clara de las cosas y comprensión de la realidad y de las fuerzas en juego. Este descubrimiento tiene que haber sido doloroso, y es lógico que cueste reconocerlo, sobre todo cuando, como es el caso, se partía de una gran autoestima y de la convicción de superioridad intelectual sobre el enemigo (España).

Muchos se han desenganchado del relato de unas bajas pasiones que se hacían pasar por ideas libertadoras, y que ha quedado desmentido con hiriente rotundidad. Pero muchos experimentan dificultades para volver al pensamiento racional, porque cuando uno es infectado por una psicopatología social es fácil que se vuelva inmune a los argumentos de la razón, de la Historia, a las enseñanzas de la cultura. Bach ya no te asiste, de nada te sirve leer a Descartes. (Esto, como explicación de urgencia, a desarrollar otro día, de por qué no solo tontos y oportunistas, sino personas inteligentes en otros aspectos, incluso muy inteligentes, se apuntaron también al procés).

En Cataluña, comunidad de la que piden el traslado los jueces y policías, no ha llegado todavía la sangre al río, aunque es constante el goteo de agresiones a sedes y a militantes de los partidos políticos “del enemigo”, por parte de las juventudes del movimiento, encuadradas en sus partidos más extremistas, y que actúan con alegre impunidad. Últimamente la violencia es a cuenta del 25% de lengua castellana en los planes de estudio, que parece un agravio terrible, pues la lengua, “ADN de Cataluña”, como la definió Artur Mas el Astut, es el último bastión de la psicopatía social y el Arca de la Alianza. “No se toca”.

Así, los espías del síndic de Greuges huronean en los patios de los colegios para enterarse de quién habla la lengua buena y quién la mala, so pretexto de sondeo técnico: ya sabemos cómo acaban estos conocimientos técnicos. Los domicilios de los enemigos y las sedes de los partidos y de los medios de comunicación –como Crónica Global, dicho sea de paso— y entidades desafectas son pintarrajeadas con amenazas (“Je suis partout”), vandalizadas, ultrajadas con heces, etcétera. Las redes sociales invitan a linchar a la familia que se atreva a reclamar el cumplimiento de la legalidad.

Podemos querer creer que son agresiones puntuales, insignificantes, pero habría que hacer la lista y se vería que son más numerosas que las demandas judiciales del magnate Roures a los periodistas que escriben sobre sus negocios.

La complicidad política y presupuestaria del Gobierno con la Generalitat, y la sospecha de que aquí el socialismo hace la vista gorda para no soliviantar a sus aliados –aliados gracias a los cuales accedieron al poder, y que son precisamente quienes activaron el procés— contribuye a extender la sensación de desamparo y a desanimar a la disidencia, especialmente en las ciudades y localidades donde todo el mundo se conoce. Si hemos asistido en Barcelona a escenas de asombroso amedrentamiento y sumisión de gente a la que creíamos sólida, qué no será en los pueblos del interior…

Los graciosos locutores de TV3 y los columnistas más arrauxats de la prensa digital pagada por la Generalitat (so pretexto, precisamente, de apoyar a la supervivencia de la lengua catalana, supuestamente en peligro de extinción) critican el pacifismo de la “revolución de las sonrisas” e insinúan más o menos abiertamente –pero siempre cuidándose de no incurrir en la ley antiterrorista— que ya va siendo hora de acudir al llamado de las armas.

Cuando un locutor de TV3% no pierde ocasión de invitar a su plató y entrevistar afectuosamente a cuanto terrorista tenga a mano después de cumplir condena; cuando un conocido policía de la Generalitat, que suele decir barbaridades en sintonía directa con el pensamiento del Movimiento Nacionalista, y al que le gusta fotografiarse, sonriente y vestido de uniforme, con sus líderes, también ellos muy risueños, incita a acosar a un niño de 5 años para castigar a sus padres réprobos, tenemos aquí no ya solo indicios de chifladura o casos extremos y aislados de aquella psicopatía social, sino propiamente la reiterada manifestación de valores y señales que merecen preocupación. Sube en los pueblos el nivel del miedo, y no solo allí.