En sus orígenes, el término woke, despierto, se usaba en Estados Unidos para poner freno a actitudes racistas, especialmente las inconscientes. Luego se le fueron añadiendo todas las actitudes discriminatorias de una sociedad generalmente injusta con quien es diferente a como lo es la mayoría y ahora engloba toda una ensalada de conceptos, muchos de ellos parte de la agenda de la parte más ideologizante de nuestro actual Gobierno. La ley del solo sí es sí, la de autodeterminación sexual o la de dignidad animal, entre otras, rezuman cultura woke.

Hemos pasado de discriminar injustamente a unas minorías a discriminar igual de injustamente a la mayoría, forzando de manera perversa el idioma. El Ministerio de la Verdad de Orwell se hizo carne y habita entre nosotros. De igual modo que una rana escapa de una olla con agua hirviendo, pero muere si la metemos en agua fría que vamos calentando poco a poco, la cultura woke llena todos los espacios y sin darnos cuenta nos va comiendo el sentido crítico y cada vez más asumimos como normal lo que no lo es, porque sí, hay situaciones en las que lo normal, entendido como lo que es mayoritario, existe. Tolerancia total, discriminación ninguna, pero también para la mayoría que ahora parece perseguida por la minoría.

Los jóvenes actuales creen vivir en un paraíso de libertades, y no es así. Hoy tenemos menos libertad de expresión que durante la transición. Los 80 y parte de los 90 fueron años transgresores y España se quitó toda la caspa, homologándose, cuando no superando a nuestros vecinos europeos. Alfonso Guerra, Fraga y Carrillo, entre muchos otros, eran mucho más transgresores que los niñatos que ahora se atreven a criticar la transición sin haberla vivido. Hoy lideramos no sé muy bien el qué cuando matar a una rata o criar un canario es delito, mientras que salen de la cárcel agresores sexuales o entran violadores en cárceles de mujeres porque el legislador no ha hecho bien su trabajo. No estamos homologados con Europa, Europa se ríe de nuestras ocurrencias.

Las últimas leyes de esta legislatura están despertándonos de alguna manera, aunque solo sea por lo absurdo de unas y lo dañino de otras. Pero otros países de nuestro entorno comienzan a desperezarse. Italia, con una primera ministra mucho menos facha y tonta de lo que nos la pinta la propaganda oficial, empeñada en despersonalizar al enemigo ideológico, comienza a poner pie en pared a atropellos a la libertad de las personas y a la homogeneización cultural. La tierra de Leonardo, Miguel Ángel y Petrarca tiene todo el derecho del mundo a reivindicar su cultura y su identidad. Pero es aún mejor noticia de que en una sociedad tan woke como la holandesa, donde se recomienda agresivamente el aborto cuando una ecografía despierta la más mínima sombra sobre la perfección del nasciturus o la eutanasia a enfermos crónicos sin más problema que el coste de sus tratamientos, ha ganado las últimas elecciones el partido de los agricultores porque la sociedad está harta de restricciones para evitar la contaminación por nitratos. Los holandeses quieren queso y mantequilla, aunque para eso necesiten criar vacas, animal odiado porque sus flatulencias contaminan más que el parque automovilístico. Los holandeses, referentes de la modernidad, aunque no tienen problema en que las prostitutas se ofrezcan en escaparates, no aspiran a vivir comiendo grillos, cuando no cucarachas. Por su parte, los alemanes se han dado cuenta de que tirar a la basura la industria del automóvil y entregar la movilidad a los coches del Scalextric chinos no es la mejor de las ideas. Y hasta los parisinos han votado para eliminar los patinetes de alquiler en sus calles, ejemplo rodante del incivismo y la falta de educación. Puede que solo sean espejismos, pero poco a poco aparecen ejemplos de sentido común.

El ecologismo está muy bien, pero matizado por el sentido común, como todo. De entrada, hemos de darnos cuenta de que en Europa vivimos sólo el 5% de la población mundial, y esta cifra cada vez será menor. Por mucho que cuidemos nuestro entorno la tierra ni se entera. China, India, Latinoamérica y África no están para cuentos de colores, primero es sobrevivir, luego progresar y una vez se llega a la decadencia, como Europa, entonces ya podemos hablar de la quinoa, los brotes de soja y los superalimentos. Cuando una sociedad se sofistica, como la nuestra, se reduce drásticamente su velocidad reproductiva. Europa envejece porque priorizamos estudiar, trabajar, viajar y divertirnos a crear una familia. Los países desarrollados limitan su crecimiento demográfico por el propio hecho de ser desarrollados, que se lo pregunten si no a Japón o Corea. Si todo el mundo llegase al nivel de rentas y nivel de vida de Europa, Estados Unidos, Japón o Corea pasaríamos de 8.000 millones de habitantes a 5.000 en no muchas décadas. La tierra siempre se ha autorregulado y por más que nos creamos dioses se seguirá autorregulando, no hace falta que nos inventemos muchas cosas, la climatología, las epidemias y, sobre todo, nuestra estupidez, nos pondrán en nuestro sitio.

Ojalá este inicio del “despertar del despertar” no sea efímero. Viva la cultura europea, las vacas, la carne, el vino, los coches tal y como los concebimos hoy y, sobre todo, viva la libertad. Lo políticamente correcto solo son censuras y cadenas que nos quieren imponer unos mediocres que lo son tanto que ni se dan cuenta de que les manipulan.