Yolanda superstar
Mis reacciones a la frenética actividad política de Yolanda Díaz son ambivalentes. Por un lado, me parece que, comparada con Ione Belarra, Irene Montero o la inefable Pam, es lo más parecido a Albert Einstein que nos ha dado la izquierda a la izquierda del PSOE (y tampoco me resulta irritante, algo que agradezco mucho ante el crecimiento exponencial del recurso a la chorrada intelectualmente ofensiva por parte de la mal llamada Nueva Izquierda). Por otro, su discurso bonista, a lo Mundos de Yupi, se me antoja vacío y tontorrón, como si Yolanda pensara que sus oyentes no dan más de sí y, ¡pobrecicos!, hay que hablarles como si estuvieran viendo el programa de los Teletubbies. Solo le falta recurrir al adjetivo guay para resumir su proyecto político. Y como no parece nada tonta, me temo que ese tono en plan Viva la Gente es el que le han aconsejado sus asesores que utilice para intentar sacar adelante su plan para llegar a la presidencia del país, ese artefacto llamado Sumar que nadie sabe si va a conseguir lo que se propone o todo lo contrario.
De momento, eso sí, Yolanda ya ha conseguido cabrear a Podemos en general y a Pablo Iglesias en particular, que es quién le dio el cargo que ocupa y que ahora se siente apuñalado por la espalda por su antigua patrocinada. No le falta razón: la colocó en un cargo del que él parecía haberse aburrido y ella se lo agradeció quitándoselo de encima (algo parecido le ocurrió en su momento al Caudillo con Juan Carlos I, con la diferencia de que ahí, el traicionado ya no estaba en posición de quejarse, y conste que estoy a favor de ambas puñaladas).
Uno de los principales logros de Yolanda Díaz ha consistido en evitar las maneras bruscas y adustas de comportarse de sus camaradas de Podemos y mostrar siempre una muy trabajada mejor versión de sí misma. Por mucho que Cuca Gamarra insista en que es una comunista de manual con gran habilidad para el disimulo (ya saben, el lobo disfrazado de cordero y tal), Yolanda parece, a primera vista, una persona razonable y de carácter conciliador capaz de reunirse con los empresarios sin caer en la tentación de escupirles (y mira que algunos se lo merecen). Yo diría que se trata de una comunista reciclada en social demócrata que prefiere arriesgarse a volar sola (por mucho que hable de sumar distintas sensibilidades) antes que seguir aguantando la compañía de Podemos, que es tirando a molesta y no parece serle útil para llegar a donde quiere llegar, que es la presidencia de la nación. Desde el PSOE de Sánchez la jalean porque Sumar puede heredar la misión que le correspondía a Ciudadanos y que Albert Rivera se encargó de abortar: ejercer de partido bisagra dispuesto a echar una mano a los sociatas cuando estos lo necesiten (en vez de apuntarse al estilo Podemos, a los que, recurriendo al dicho popular, no es mejor tenerlos dentro meando hacia fuera porque en realidad están dentro meando hacia más adentro).
Podemos va de capa caída, como se pudo comprobar en el reciente acto de Sumar en Madrid, al que se apuntaron arribistas de campeonato como Ada Colau y su amigo Jaume Asens, que hasta hace poco parecían ejercer de sucursal catalana de Unidas Podemos. Es como si hubiese corrido la voz de que Podemos ya ha dado de sí todo lo que podía dar y que, al estilo de Ciudadanos, camina lenta, pero decididamente, hacia la irrelevancia. No es de extrañar viendo el nivel de gente como Montero y su fiel Pam, o el de rutilantes guest stars como Juan Carlos Monedero o Pablo Echenique: entre todos han convertido el partido anticasta en una pandilla de frikis y, lo que es peor, en una nueva casta. A día de hoy, sigue sin entenderse muy bien la dimisión de Pablo Iglesias como vicepresidente del gobierno (una gaffe solo comparable a la negativa de Rivera a ocupar ese cargo cuando se lo ofreció Sánchez). Llegar a vicepresidente del gobierno es llegar muy alto, sobre todo cuando solo eres un penene al que no se rifan las universidades de postín y un bocazas de cariz peronista que solo puede interpretar, y tampoco muy bien, el papel de tertuliano. Se supone que Iglesias abandonó la vicepresidencia del gobierno para acceder a un futuro de rey de la comunicación gracias al apoyo del millonario trotskista Jaume Roures, pero ahora que hasta éste empieza a comportarse con él como si no lo conociera de nada y, además, tuviera ganas de perderlo de vista porque, ¡finalmente!, lo ha calado y ha tomado buena nota de su ineptitud político-periodística, da la impresión de que dicho futuro ya se lo puede pintar al óleo, por mucho que pase el cazo entre sus supuestos leales para tener su propio canal de televisión en Internet con el que hacer la pascua a la derechona.
No me imagino a Yolanda Díaz dejando de ser vicepresidenta del gobierno para iniciar una brillante carrera de tertuliana o de supuesta voz de los sin voz (si se me permite citar al inolvidable Eduardo Tarragona, también conocido en su momento como El hombre que llama “al pa, pa” y “al vi, vi”). Yolanda va a lo que va. Y para lograr sus objetivos, se ha dado cuenta de que lo primero que debe hacer es alejarse del partido de los Ceaucescu de Galapagar, que solo le aportan oprobio, bochorno y vergüenza ajena. Diga lo que diga, Sumar debería llamarse Sustituir. Podemos ya ha vivido mucho tiempo del chollo del 15M y la cosa ya no da demasiado más de sí. Uno no tiene nada en contra de la existencia de una izquierda a la izquierda del PSOE, pero considera que esa izquierda no la representa Podemos, cuya decadencia no ha hecho más que empezar.
El principal problema de Yolanda Díaz es que nos pilla muy cansados (y bastante aburridos) a sus posibles votantes de izquierda y centro izquierda. Agradeceríamos, como Roures, perder de vista a Iglesias y los suyos. Nos gustaría que el PSOE dejara de ser el club de fans de Pedro Sánchez. Yolanda Díaz- sobre todo, si la comparamos con lo que tiene al lado, ya sea en el PSOE o en Podemos- no nos cae del todo mal, aunque su discurso nos parezca de una simpleza y una imprecisión desoladoras. No ha hecho un mal trabajo en el gobierno, y su carácter aparentemente conciliador (aunque no es del todo descartable que Cuca Gamarra tenga razón) se lo hemos agradecido mucho todos los que estamos hasta las narices de que el parlamento español se haya convertido en un insufrible gallinero en el que todos compiten para ver quién es más grosero y más desagradable. Pero la pregunta que nos hacemos casi todos es: ¿hay propuestas razonables para el futuro de España bajo el discurso pueril, como de motivational speaker, que se gasta Yolanda Díaz? Yo no he conseguido averiguarlo. ¿Y ustedes?