Recuerdo que el primer animal inolvidable de mi vida fue un periquito, de cuerpo verde y cabeza amarilla. Vivía, saltaba y se columpiaba, más feliz que unas pascuas, en una jaula amplia en la casa familiar en Barcelona. Era listo como el demonio y sumamente simpático. Además canturreaba o parloteaba que era un primor, porque todos vivíamos pendientes de él y le hablábamos a todas horas. Mi abuelo, director de orquesta, le corregía la entonación solfeando, octava arriba o abajo. Era de concurso. Claro que nunca igualó el récord Guinness mundial del célebre periquito Puck –del que se dice manejaba más de 1.700 palabras—, pero a su favor diré que formaba frases coherentes. Por las mañanas, cuando me veía entrar en la cocina, me apremiaba con un “¡Díaaas, Julitooo, lechugaaa, lechugaaa!”, reclamando que le pusiera trocitos de ensalada entre los barrotes. Y cuando algún domingo, en plena comida familiar, se despeinaba y lanzaba su clásico “¡Viva los noviooos!”, la casa se venía abajo de felicidad.

Nunca he vuelto a tener pájaros, aunque al vivir en el campo no hay primavera que transcurra sin recoger e intentar salvar a algún polluelo que se ha caído de su nido. Lo mío siempre han sido los perros. Los adoro. He tenido cuatro y de haber podido, serían 44. Y de los cuatro guardo mejor recuerdo que de muchos de los humanos que he conocido. Creo que nunca he empleado mejor mi tiempo que cuando les preparaba la comida, cepillaba, lavaba o jugaba con ellos gateando a cuatro patas. Donde yo iba, ellos iban. Y si me tenía que ausentar por trabajo los dejaba en inmejorables manos.

Esta introducción personal viene a cuento, como seguramente habrán imaginado, de la nueva Ley de Protección y Bienestar Animal, perpetrada, sí, perpetrada, por las lumbreras de Podemos, con la señora Ione Belarra al frente. Ya dije en una de mis últimas columnas que este partido de indocumentados con coche oficial nos brindaría en 2023 momentos de gloria –cuando digo gloria me refiero a vergüenza ajena, evidentemente—. Y parece que así será, porque no contentos con el desastre que ha supuesto la promulgación de su ley del solo sí es sí (¡menuda papeleta para el PSOE reparar semejante desaguisado, aunque les está bien empleado!), ahora se inmiscuyen y complican la vida de millones de personas que aman, protegen y cuidan de sus mascotas como si fueran hijos, con una normativa kafkiana y surrealista a más no poder.

¿Quiero decir con esto que no era necesaria una nueva ley de bienestar animal? ¡Claro que no, toda ley es susceptible de ser actualizada y mejorada, porque el tiempo y la dinámica de la vida reclama siempre constante revisión! Personalmente creo que esa ley debería centrarse idealmente en poner coto a auténticas salvajadas que se cometen con los animales y que todos hemos visto mil veces... Y pienso, de inmediato, en los perros de caza, viejos y famélicos, que en el mundo rural algunos miserables dejan morir de hambre (cuando no ahorcan) a la que no les son útiles para el rastreo; y en esas mascotas, fruto del capricho de un día, que unos urbanitas estúpidos abandonan a su suerte al llegar las vacaciones; o en esos animales que son encadenados a pleno sol y sin agua, o encerrados en un coche sin ventilación durante horas; y también en esos otros animales, sumamente peligrosos, adquiridos muchas veces de forma ilegal –serpientes, arañas, escorpiones— exhibidos en terrarios de diseño en casas de gilipijos con pasta. Y no dejaré en el tintero la polémica que conlleva la tauromaquia, por muy arte ancestral que pueda ser en la cultura mediterránea; ni las aberraciones que se cometen en muchas fiestas populares por toda nuestra geografía, empezando por Cataluña; ni el bárbaro espectáculo que supone degollar a cientos de corderos aunque nos toque respetar, qué remedio, costumbres foráneas.

Es obvio que hay que regular y actualizar muchas cosas en el ámbito animal; ya sean animales de compañía, de granja, destinados a trabajos agrícolas, de laboratorio, confinados en zoológicos, o exhibidos en el mundo del espectáculo. Adelante. La ley ya ha sido aprobada por vía de urgencia en el Congreso, y en paralelo se ha dado luz verde a la reforma del Código Penal. Pero por lo que vamos conociendo y se va filtrando en los medios, esta ley más parece perseguir y querer meter las narices en la vida privada y en la libertad personal de ciudadanos responsables y cívicos, que en el auténtico bienestar de nuestros animales de compañía.

Veamos. De entrada la tauromaquia, por ser patrimonio cultural, queda fuera de esta ley. También se excluye a los perros de caza –¡vaya por Dios!—, los perros de trabajo (pastoreo, ganado, perros policía, perros guía); la ley no menciona a los veterinarios ni cuenta con ellos como colectivo profesional, con el lógico malestar en el sector; se obliga a los propietarios de mascotas a contratar un seguro vitalicio (durante toda la vida del animal) de responsabilidad civil por posibles daños a terceros ocasionados por nuestra mascota, en una cuantía que sufrague los gastos médicos derivados del posible mordisco, zarpazo o tropezón. En la actualidad solo los propietarios de perros de razas peligrosas estaban obligados a suscribir ese tipo de seguro. A partir de ahora no se establece diferencia alguna entre un bichón maltés con lazo rosa y un dóberman.

Sigamos. Las mascotas no podrán exhibirse en los escaparates de las tiendas de animales, que solo podrán vender pájaros, peces y roedores (conejos y hámsteres), pero no perros, gatos y hurones; la cría, intercambio o venta de perros y gatos por parte de particulares, o los pactos de cruce y crianza establecidos con otros propietarios pasan, por tanto, a ser ilegales; los dueños de gatos dados al pendoneo –los gatos que entran y salen y vagan a su antojo; es decir, casi todos— deberán castrarlos (de hecho se recomienda esterilizar a todas las mascotas); la tenencia de perros conlleva, a partir de ahora, superar un curso obligatorio (aún no se ha especificado en qué consistirá), tanto para los nuevos propietarios como para todos aquellos que lleven toda la vida teniendo perros en sus casas.

La lista de normas, disposiciones, obligaciones e infracciones que esta nueva ley establece es muy extensa –se puede descargar en formato pdf en la web del BOE—; así que baste aquí decir que su incumplimiento conlleva multas de 500 a 10.000 euros (faltas leves); de 10.000 a 50.000 euros (faltas graves), y de 50.000 a 200.000 euros (faltas muy graves). Y también muchas penas de cárcel aparejadas.

Y la explicación a tanta multa y tanta cárcel reside en el hecho de que estas lumbreras marxistas modifican con esta ley, y creo que es un error garrafal, el concepto de “animal doméstico” (perros, gatos, cotorras, conejos enanos) por el de “animal vertebrado”, que incluye a todo tipo de animales salvajes. Seguramente ya se habrán enterado ustedes de que a partir de ahora si se les cuela una rata en casa –y no me refiero a un Stuart Little monísimo, sino a una rata negra, de cloaca, grande como un pan de kilo— y la mata, o la deja hemipléjica de un escobazo (¡ojo, si son dos o tres escobazos ya es ensañamiento con arma mortífera!) le puede caer la del pulpo (multa de hasta 50.000 euros y año y medio de cárcel), y deberá hacerse cargo, también, de la rehabilitación clínica de la rata. De hecho, en caso de plaga de ratas en el entorno urbano (Ada Colau estará encantada con este epígrafe, para mayor desesperación de los barceloneses), deberá ser contenida utilizando “métodos no letales”. Del mismo modo, guárdese usted de atropellar en carretera comarcal a un erizo, o a un jabalí o a una culebra, porque le sacarán hasta los higadillos. Y si es de los que acostumbran dejar a su perro, al que naturalmente le gusta ladrar, en la terraza o en el patio de la casa mientras trabaja, procure que ningún vecino le tenga ojeriza, porque la delación va a estar a la orden del día y se le caerá el pelo. La multa es de 50.000 euros.

Eso sí, en el hipotético caso de que alguien sienta filia, auténtica pasión, por un burro, un chimpancé, o por una ovejita de Anatolia, rechoncha y pizpireta, como le ocurrió a Gene Wilder –véase Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar de Woody Allen—, y arda en deseos de beneficiársela, no deberá preocuparse en absoluto, porque en este aspecto la nueva ley de Podemos despenaliza y normaliza la zoofilia –¡si un niño puede, si le apetece y consiente, disfrutar del sexo con adultos, cómo se le va a negar a un adulto encamarse con todo bicho viviente!—; eso sí: se admite la zoofilia siempre y cuando el animal sea feliz y no sufra lesiones ni traumas. A fin de no tropezar dos veces con la misma piedra, y evitarse problemas jurídicos, seguro que Ione Belarra e Irene Montero ya han encargado alguna ley adicional, complementaria, que recoja el esencial e imprescindible consentimiento animal... Ya saben, algo tipo solo guau es guau o solo beee es beee.

En fin, lo dejo aquí, que me mareo mucho. A ver si aterrizan de una puñetera vez los extraterrestres y nos desintegran a todos. Será un alivio.