Escucho a los Aragonès, Budó y al resto de consejeros mostrar su preocupación por intentar paliar los efectos de esta grave crisis, y no me cabe duda de que sus declaraciones son sinceras. Pero no, ese no es problema. El problema es que llegan tarde y mal, muy mal.

Llegan tarde porque los que nos vienen gobernando en Cataluña desde hace décadas, antes nacionalistas y ahora separatistas, se han dedicado a intentar convertirnos en súbditos nacionalistas, primero, y desde hace unos años, a believers de su causa secesionista.

Y llegan mal, porque durante todos estos años no se han dedicado de forma exclusiva, ni siquiera prioritaria, a la gestión de la cosa pública. Años en los que han despilfarrado cantidades inmensas de dinero, recursos y tiempo a una causa partidista, frentista, y además insolidaria y excluyente. Es decir, no han podido dedicar tanto esfuerzo y tiempo a peor empresa.

Y ahora, en tiempos de pandemia, llegan los lamentos.

Llegan las prisas, la falta de preparación, el estudiar a última hora. Llega la inquietud por no haberse dedicado a lo que importa; a la gestión, a estudiar y conocer las materias que les competen, a las políticas sociales y económicas, o a los planes de contingencia. No, no estaban preparados. Tampoco les importaba mucho. En definitiva, han hecho todo contrario de lo que hubiera hecho un ordenado y diligente gestor; estar preparado y centrado en su trabajo.

Son el peor ejemplo de gestión; imagínense a un gestor que no se dedica ni conoce su empresa, que no analiza su situación (financiera, organizativa, operativa), que malmete a unos empleados contra otros, que se lleva mal con su consejo de administración y que incluso osa menospreciar, cuando no insultar, a sus clientes y proveedores. Esto es lo que han hecho. No hemos podido tener peores gestores. Y ahora todo son lamentos y grandes declaraciones; “hacemos todo lo que podemos”, “estamos centrados al cien por cien”. Tarde y mal.

Los gobernantes independentistas han sido desleales en el desarrollo de sus funciones. Injusta e irresponsablemente desleales. Desleales con los ciudadanos de Cataluña a los que les han racaneado todo el esfuerzo que deberían haber consagrado a la gestión de la sanidad, a la educación, a la innovación o al empleo.

Tiempo, dinero y esfuerzo dedicados a romerías en Bruselas, a Lledoners, a actos identitarios en Talamanca para conmemorar vaya-usted-a-saber-qué, o a mítines de agravio y furia contra lo que ellos denominan “España”. Años en los que se han despilfarrado cientos de millones en medios de comunicación públicos y concertados, cuya función principal era y es la de ser correa de transmisión de la causa secesionista. Lo de la neutralidad y pluralidad informativa se lo dejan a la BBC.

Los Artur Mas, los Puigdemont o los Torra han sido gestores desleales, y no solo a España o la Constitución, que también, sino, y en primer lugar a usted, y a mí, y al interés general de los catalanes. No han buscado el bien común, ni los grandes consensos ni las políticas transformadoras. No, se han afanado en dividirnos, en tensionar la sociedad, o en provocar una salida inaudita de miles de empresas de nuestra comunidad.

Se han consagrado al conflicto, a menospreciar a nuestros hermanos del resto de España, en buscar el choque y la pulla. Que si nos roban, que si somos “diferentes”, que si nosotros mejor solos. Todo ello aliñado con un insoportable olor a supremacismo.

Es cierto que nuestra Constitución, al contrario que muchos países de la propia Unión Europea, permite y ampara los movimientos y partidos independentistas, pero como bien dice Mikel Arteta, eso no lo hace legítimo, en todo caso, lo hace tolerable. Porque no puede ser legítimo querer dividir y alzar fronteras, despedazar una comunidad de individuos que viven en colaboración, solidaridad y auxilio para levantar una muralla de insolidaridad y exclusión. A eso se han dedicado y se dedican los actuales gobernantes en Cataluña, a una administración desleal y cizañera.

Pero es que, además, no nos ha salido baratos. Para no dedicarse al cien por cien a su actividad y función institucional, los gobernantes separatistas (desde el President, los consejeros o los directores generales) disfrutan de los sueldos más altos de toda España por sus respectivos cargos. Mientras Torra cobraba 153.235 euros al año, la presidenta de Madrid, 103.090. Un 50% más. Y casi el doble de la media de sueldo anual de los presidentes autonómicos. Lo mismo los consejeros. Por lo menos podrían haberse acogido a una rebaja de sueldo por dedicación no exclusiva.

Y ahora, cuando toda España espera el auxilio europeo de los fondos de recuperación, los prometidos 140.000 millones de euros, Aragonès levanta la mano y grita; ¡me tocan 30.000 millones! Han cantado línea. No tan deprisa, vicepresidente. Por partes, habrá que fijar primero unos criterios objetivos y razonables para el reparto interterritorial. Por aquello de los equilibrios, la solidaridad y el interés general.

Pero lo que más preocupa, es que una parte de los fondos que finalmente corresponda a Cataluña, se desvíe de nuevo a alimentar el monstruo secesionista. Que se dedique a la propaganda de TV3 y del hipersubvencionado Toni Soler, a las embajadas, a las asociaciones varias y a los numeritos en Waterloo.

Es decir, se puede dar la paradoja de que, si no se controla y audita el destino final de tales fondos, la propia Unión Europea acabe financiado un proyecto que atenta frontalmente contra sus principios y valores. Que se acabe financiando desde Europa un proyecto que busca la “confrontación inteligente”.

Por cierto, la confrontación nunca tiene nada de inteligente. Al revés, es el fracaso de la inteligencia. De la razón. Pero discutir de eso con los Puigdemont carece ya de sentido. Muera la inteligencia. Así de bajo han caído algunos, y siguen cavando.

El coste de oportunidad que hemos padecido los catalanes es incalculable, pero muy costoso, sin duda. Y solo vemos la punta del iceberg. Pero todo eso, como lágrimas en la lluvia, se ha perdido ya para siempre. Llámenme iluso, pero se nos presenta ahora la oportunidad de frenar la sangría y el cizañeo, de elegir y nombrar gobernantes que se dediquen a eso, a gobernar lo de todos, para todos, y no a enfrentar. No es tanto pedir. Me niego a resignarme. Con la ayuda de San Valentín y de una movilización masiva, les podemos enviar a la cola del paro de los políticos desleales.