Es complicado hacer más el ridículo. El problema es que no es una cuestión estética. La falta de preparación y de ganas de gobernar del Govern de Quim Torra, en el transcurso de esta pandemia, pone en peligro las propias bases de la sociedad catalana. La frivolidad, la improvisación continua, el desprecio al adversario político, la desfachatez en los comentarios públicos y no digamos la mala fe evidenciada, por ejemplo, en la intervención en el Parlament de la consejera Vilallonga, dejan a la propia institución, a la Generalitat, en una delicada situación.
Cuesta mucho tomarse en serio una declaración o una reflexión de Torra, o del consejero Puigneró --el favorito de Puigdemont para encabezar la lista de Junts per Catalunya-- o, no digamos ya, un comentario de Vilallonga. En el caso de Puigneró lo que causa es irritación, cuando vuelve a situar sobre la mesa la independencia como algo necesario y vital para la suerte de Cataluña. Cuesta cuando se comprueba cómo ha gestionado el Govern los brotes del Covid en la comarca del Segrià, en Lleida, cuando se es consciente de que la imposición de la mascarilla, en todo momento, es una cortina de humo que puede comportar consecuencias peores para la incipiente y débil, todavía, recuperación económica.
Eso se demuestra cada día. Otra cosa es que los ciudadanos catalanes, los que optaron por esas formaciones políticas independentistas, sepan reaccionar o antepongan su orgullo y su rechazo a asumir que se equivocaron. Al ser humano eso le cuesta horrores. Nadie está dispuesto a decir en público que todo lo que ha pasado en los últimos años ha sido un completo desastre y que se ha sido corresponsable de ello.
Por eso, por esa condición humana --es posible que podamos errar en la apreciación-- lo que se juega en las próximas elecciones catalanas será de vital importancia. Esclarecer qué se pretende hacer será vital, porque no todas las estrategias conducen al mismo fin: ¿hay o no una alternativa para gobernar Cataluña de otra forma, para situar el eje de la acción política en la gestión, mientras se defiende, claro que sí, con todo el fervor y la habilidad posible, el autogobierno?
No se trata de una distinción entre independentistas y no independentistas, ni de bloque de izquierdas o de derechas. Se trata de tomarse en serio la institución, de no hacer el ridículo, como pedía el presidente Tarradellas, de colaborar y complementar al Gobierno español --del color que sea--, de exigir y autoexigirse, de buscar y designar a consejeros competentes y serios y, por favor, que se hagan respetar.
Y en ese contexto aparecen ahora diversos grupos que se declaran catalanistas, pero que tienen fines diferentes y que, si fueran juntos, deberían compartir un programa de gobierno claro, que se defendiera en la campaña electoral, con un compromiso con la ciudadanía. Porque, aunque puedan colaborar, no es lo mismo lo que quiere el nuevo Partit Nacionalista de Catalunya, con Marta Pascal al frente, que lo que defiende Fernández Teixidó con Lliures, o Albert Batlle como uno de los dirigentes de Units per Avançar, Y tampoco es lo mismo lo que intenta poner en pie la Lliga Democràtica, cuya dirección ha asumido Àstrid Barrio. Y tampoco es lo mismo lo que buscan los cuadros y militantes del PDECat descontentos con Carles Puigdemont.
Porque, ¿qué se quiere? ¿Mantener la vía del referéndum de autodeterminación aunque se empuje para más adelante, como zanahoria para atraer a independentistas tímidos? ¿O se pretende recuperar una etapa ya pasada, en la que se negociaba con el Gobierno central y, mientras, se aprovechaban los puestos de trabajo que ofrece una administración como la Generalitat?
Ya no es tiempo de especulación. La Generalitat espera a alguien con coraje y con determinación que, principalmente, sepa gobernar. Y, comprobado lo que sigue intentando el independentismo ahora en el poder, no parece que quede otra alternativa que hacerle frente, con un proyecto distinto, con otra manera de entender la política. Y confrontarlo en las urnas, con la máxima transparencia.
Por ello, lo que ese catalanismo tiene entre manos no es una cuestión menor. En las próximas semanas esos grupos podrían alcanzar un acuerdo. Habrá un hueco para una opción política --sea una coalición o una federación de partidos-- pero no para dos o tres. Tienen una sola bala. Y no la deberían desaprovechar, en beneficio del conjunto de la sociedad catalana, incluidos los independentistas de buena fe, que han sido engañados una y otra vez, pero que no pueden rectificar, porque verían su orgullo vulnerado.
Pongamos, de nuevo, el ejemplo citado: ¿Creen que Vilallonga es recuperable? ¿Creen que puede decir algo sensato después de haberla escuchado en el Parlament? ¿No hay nadie que desee que se vaya a su casa lo antes posible? ¿De verdad? ¿O Puigneró? ¿No dan ganas de salir corriendo?