Shuggie Otis, el precursor (de casi todo)
El autor de aquella obra maestra que fue ‘Inspiration Information’, considerado como el antecesor de Prince, merece un lugar por derecho propio entre los grandes visionarios de la música negra
12 marzo, 2023 23:45Le escuchamos una vez a un amigo que peor que escribir un libro mediocre es publicar uno muy bueno demasiado pronto. También podemos recordar aquello que dijo Balzac sobre las expectativas: que son el principal problema de la vida. Y a continuación presentamos ya a Shuggie Otis, que comenzó siendo un niño prodigio del que todo el mundo a su alrededor esperaba mucho, quizás demasiado, empezando por él mismo, y acabó convertido en músico de culto, ignorado por el gran público, desdeñado por las discográficas, reivindicado apasionadamente por un puñado de músicos y admirado por los amantes de esa singular corriente que fue la psicodelia negra, aquella promiscua, alegre y fantasiosa explosión de creatividad que generó el cruce del soul, el funk e incluso el góspel con el pop y el rock bañados en LSD de los años 70.
El padre de la criatura –de Shuggie Otis, no de la psicodelia negra, cuya paternidad fue colectiva, con abanderados icónicos como Sly Stone, cierto Curtis Mayfield o el gran emperador del asunto, George Clinton, alma de Parliament/Funkadelic– era Johnny Otis, pianista, guitarrista, vibrafonista, percusionista, bandleader, productor, cantante, cazatalentos e influyente empresario, pionero y gran figura del rhythm & blues. No extraña tanto, sabiendo esto, que Shuggie (de nombre real John Alexander) dominase siendo todavía un niño más instrumentos aún que su padre, aunque no deja de sorprender tamaña pericia a tan corta edad.
Mucho antes de la mayoría de edad, el joven estaba habituado a tocar con el padre o sus amigos en escenarios de todo tipo, hasta el punto de que era no menos frecuente que el muchacho compareciera disfrazado de mayor, a veces con un bigote pintado para redondear cómicamente la mascarada, cuando se trataba de actuar en clubes de ambiente licencioso a horas intempestivas. Dados los óptimos contactos de los que podía presumir Johnny Otis, y a la vista del formidable talento del adolescente multiinstrumentista, particularmente con la guitarra y el bajo, era cuestión de tiempo que lo reclamasen fuera del ámbito familiar. Y así fue reclutado por Al Kooper (cómplice de Bob Dylan, Jimi Hendrix, Cream o The Rolling Stones, junto al que participó en la segunda entrega de sus Super Sessions), Frank Zappa (para tocar el bajo en su disco Hot Rats), la maravillosa e indómita cantante Etta James o Richard Berry, el creador de todo un standard del rock como Louie Louie. Todo esto, ojito, con sólo 15 años.
Pero si una cosa tenía clara Shuggie Otis era que bajo ningún concepto quería convertirse en un músico de sesión de lujo, por muy impresionante que fuera la nómina de artistas que solicitasen sus servicios, ya fueran los Stones, que le ofrecieron unirse a la banda tras la salida de Mick Taylor y tras la negativa del muchacho contrataron a Ronnie Wood, David Bowie, al que también dio calabazas, o el productor Quincy Jones. Él tenía en la cabeza un proyecto de obra personalísima y no dudó en atarse al palo de su propio barco ante unos cantos de sirena a los que la inmensa mayoría de los mortales habrían sucumbido halagados y orgullosos.
Considerado en los albores de su carrera como una especie de Jimi Hendrix en potencia, y visto en nuestros días como el más innegable precursor de Prince por su concepción genialoide de la creación musical y por su manera de basarse en la tradición para llevarla a nuevos territorios, Otis revoloteó siempre entre géneros. Si Kooper Session (1969), grabado junto a Al Kooper, ofrecía una tremenda demostración de su talento para el blues y el rhythm & blues canónicos, en Here comes Shuggis Otis (1970), su primer disco en solitario presentaba a un músico igualmente impecable en su tratamiento del blues-rock negro, lo que llevó a B.B. King a declarar, a propósito de este trabajo, que Otis era su “nuevo guitarrista predilecto”. Raro sería que estos dos discos no hiciesen las delicias de cualquier aficionado a esos sonidos clásicos, pero lo más interesante de su obra estaba aún por venir.
Freedom Flight (1971), aún con canciones de hechuras más convencionales, ofrecía ya rotundas pistas de la senda que estaba dispuesto a recorrer el artista, en temas verdaderamente irresistibles como Sweet Thang y Strawberry Letter 23 o en el magma de Freedom Flight, un corte de doce minutos de arquitectura jazzística y aires de serena e intimista psicodelia soul. Su obra maestra llegaría en 1974 y se llamó Inspiration Information, un disco lleno de ideas y sobrado de audacia con el que Otis se desató por completo: él compuso, cantó, tocó todos los instrumentos y produjo una obra que se desliza con pasmosa naturalidad de la balada barroca al funk de terciopelo, del folk experimental al pop extravagante, del rock negroide y feliz de Love, donde cantaba su amigo Arthur Lee, a deliciosas y visionarias miniaturas de cámara y protoelectrónicas como Aht Uh Mi Hed.
Hoy nos resulta disparatado que ese disco, que podría –que debería– haberlo encumbrado para siempre, marcase por el contrario el inicio de un ostracismo que duró varias décadas, hasta que en 2001 David Byrne, a través de su sello Luaka Bop, lo reeditase dándole (merecidos) galones de obra maestra incomprendida en su momento. Ocurrió, en aquel momento, volvemos a 1974, que las discrepancias del artista con la discográfica Epic Records, que esperaba poder vender un producto más fácilmente etiquetable, y el meticuloso método creativo de Otis, que se había ganado una reputación de artista difícil por su obsesivo perfeccionismo, llevaron finalmente al sello a romper su contrato.
Durante sus años desterrado del negocio, muchos llegaron incluso a creer que había muerto. Fueron años duros, en los que Otis tuvo severos problemas con el alcohol, contempló el ascenso al estrellato masivo de coetáneos con los que había sido comparado, como Stevie Wonder o Marvin Gaye, y salió adelante gracias a los réditos de una canción, Strawberry Letter 23, que muchos ni siquiera sabían que era suya, pues quienes la popularizaron masivamente fueron The Brothers Johnson, gracias a una versión producida por Jones y que años más tarde sería incluida en la banda sonora del cineasta y exquisito music selector Quentin Tarantino en su película de 1997 Jackie Brown y citada explícitamente por Beyoncé en Be with you, un tema de 2003.
La de Shuggie Otis era una música con vocación futurista, con un pie en la tradición pero mirando siempre hacia adelante. La soltura y la naturalidad con la que recombinaba a su antojo los géneros y el empleo pionero de la tecnología en forma de cajas de ritmos analógicas y la concepción del estudio de grabación como instrumento en sí mismo, lo señalan no sólo como un Prince antes de Prince (quien por cierto, como es evidente, estudió muy a fondo la obra de Otis) sino también como uno de los primeros músicos que intuyeron y esbozaron las posibilidades de la música negra como miscelánea pop, más allá de los géneros tradicionales, algo que explotó definitivamente en los años 90 y los 2000, con el espectacular auge del R&B urbano.
De él lo último que conocemos es el lanzamiento en 2018 de Inter-Fusion, un disco de hard-rock virtuoso pasado de rosca grabado junto a los virtuosísimos (y aburridísimos) Carmin Appice y Tony Franklin. En 2014 lanzó el directo Live in Williamsburg y antes aún, en 2013, Epic, el sello que había deshecho abruptamente de él a mediados de los 70, reeditó Inspiration Information conjuntamente con Wings of Love, una colección de canciones grabadas por el artista durante sus años fuera de la circulación. Ese relanzamiento –ya con el músico fuera de onda y, en contra de todo aquello que en su día lo hizo único, en modo nostálgico– lo presentó en una gira que llamó World Domination Tour, ignoramos si en un gesto irónico y autoconsciente o de grandilocuente orgullo herido. De poder elegir, preferimos de largo la primera posibilidad, aunque entendemos perfectamente los argumentos que explicarían la segunda.