Dylan, las infinitas variaciones
La obra del músico norteamericano, Premio Nobel de Literatura, abarca todos los formatos y expresiones artísticas, incluyendo la obstinada revisión de su cancionero
10 julio, 2020 00:00“Bob Dylan no existe. En una invención de la Iglesia”. Casi podríamos comenzar esta brújula con una paráfrasis del verso irónico que Leopoldo María Panero, poeta loco y maldito, hijo del desencanto, escribió para referirse a Dios en su célebre poema La monja atea. En efecto: la figura del poeta y músico norteamericano, Premio Nobel de Literatura para escándalo de los poetas provincianos de café y tertulia, es una creación de Robert Allen Zimmerman, un judío de Minnesota que, igual que hizo Picasso en el campo la pintura moderna, ha cambiado el curso de su arte: la canción popular de Estados Unidos, ese río desbordante donde desembocan el folk, el country & western, el rock, el blues, el gospel o el jazz.
Bob Dylan, con unaguitarra Fender Jazzmaster en los sesenta
De todo esto, sabiamente mezclado, reinventado y modificado, hay abundancia en los 39 discos de la discografía oficial de Dylan, que tan sólo resume una mínima parte de sus creaciones, que se diseminan en un sinfín de grabaciones inéditas –The Bootleg Series–, miles de conciertos, abundantes registros piratas, una gira interminable –The Neverending Tour– que le permite tocar desde en las ferias de los pueblos, a los casinos o los campos de fútbol, emulando así la vida de vagabundo que descubrió en las canciones de Woody Guthrie, o al leer a Mark Twain y a Kerouac –el astro de la Beat Generation–, y que se derrama en otras muchas expresiones artísticas como la pintura, la literatura, el cine, la fabricación de bourbon –Dylan comercializa una marca propia, Heaven´s Door– y hasta la herrería, sin olvidar la obstinada alteración de su cancionero, que nunca es exactamente el mismo, sino que muta en función de cuál sea su estado de ánimo o sus preferencias, hasta el punto de, igual que los músicos de jazz, destruir y volver a alzar desde cero en el escenario sus propias creaciones. Lo que sigue es una selección de algunas de estas referencias encadenadas.
Libros: El universo Dylan es uno de los temas estelares del periodismo musical norteamericano, que desde los años sesenta no ha dejado de producir biografías, ensayos y análisis sobre su figura, su vida y su obra, rastreando unas veces lugares comunes y, otras, incógnitas de imposible solución. Dylan nunca es uno, sino una nutrida multitud. De entre toda esta bibliografía recomendamos el libro de Anthony Scaduto –Bob Dylan– publicado en 1972, donde se abordan los orígenes del artista durante sus años de formación, su irrupción, igual que un cometa, en el perímetro del folk, su deslumbrante etapa eléctrica y su regreso a las raíces a través del country. El recorrido de este libro termina en 1971.
Como complemento, dada su visión panorámica, destaca también el retrato del natural escrito por Howard Sounes –Down the Highway. The Life of Bob Dylan–, aunque si se busca un testimonio directo (no necesariamente exacto) están las Crónicas, el primer volumen de las memorias del músico, donde cuenta, en capítulos alternos, momentos de sus inicios, describe sus crisis creativas y demuestra una pericia como escritor de sí mismo admirable. Frases cortas y directas. Ideas claras. Fuerza en cada frase. Y la decidida actitud de quien sabe que los grandes trazan su propio sendero.
Todo lo contrario es su fallida novela Tarántula, una especie de poema surrealista en prosa escrito a la manera de Finnegans Wake de James Joyce. Como curiosidad para los devotos, existe una Encyclopedia dedicada al músico de Minnesota, escrita por Michael Gray, donde se compendian influencias, asociaciones, personajes y fuentes –por ejemplo el blues ancestral de los años 20 y 30– que han construido la obra dylaniana. Para quienes quieran un estudio académico de las letras de Dylan, además del compendio de su cancionero, está el ensayo de Christopher Ricks, catedrático de Literatura en Oxford: Bob Dylan, Visions of Sin.
Música: Dylan es, sin lugar a dudas, el mejor compositor de su tiempo, el Shakespeare de la música popular. Paradójicamente, es un artista que no piensa que sus creaciones estén cerradas cuando son grabadas para su comercialización, sino que las concibe como estructuras abiertas, en constante mutación y evolución. Las grabaciones sólo son una más de todas las formas posibles de su arte, siguiendo en esto la filosofía beatnik. Cada vez que cambia de época o influencia, reinterpreta buena parte de su cancionero, ofuscando a quienes esperan –sesenta años después– verlo cantar folk con una guitarra de palo. ¿Por qué cambia Dylan sus obras maestras? No existe una explicación oficial, pero hay dos opciones, no necesariamente contradictorias.
La primera: para joder a su público. La segunda: para sentirse vivo cada día en el escenario. A modo de ilustración puede servir la canción It´s Not Dark Yet, una reflexión íntima sobre la muerte. La versión grabada en 1997 para el disco Time Out My Mind es una endecha lenta y cadenciosa, elegantísima, donde se percibe la producción de Daniel Lanois, que ha esculpido el sonido con dedicación. Otra variante, interpretada en un concierto en el Madison Square Garden, imprime a la canción un tempo más veloz y agreste: lo que era una elegía se torna en una despedida de la oración más iracunda.
Una tercera versión, en concierto, reinventa la misma canción dándole un aire místico, hipnótico, surrealista, como de ultratumba. Dylan la canta como venido desde otro planeta, igual que un fantasma irreal.
Idéntico ejercicio puede hacerse muchas otras de sus canciones, cuyas variantes alcanzan lo imposible, como las dieciséis versiones distintas de Can´t wait que se reúnen en este disco pirata o las antitéticas interpretaciones de Blowing in the Wind que reflejan al Dylan de 1963 en contraste con el crooner crepuscular de 2020.
Cine: Dylan siempre sintió una especial fascinación por el cine que le indujo a querer dirigir películas. Oficialmente sólo dirigió una –Renaldo y Clara– que es una suerte de autobiografía ficticia rodada en los tiempos de la gira con The Rolling Thunder Review –mediados de los años setenta–, donde aparecen desde su exmujer –Sara Lowns– a Joan Baez. No tuvo ningún éxito comercial.
Además del clásico documental sobre su gira por Inglaterra de 1965 –Don´t Look Back, dirigido por D.A. Pennebaker siguiendo el estilo del cinema verité– existe otro, Eat the Document filmado también por Pennebaker, pero esta vez siguiendo las instrucciones del propio Dylan, de escasa calidad pero un alto valor documental, pues nos muestra al Dylan eléctrico de 1966 enfrentándose a su propio público, airado tras su salto desde el folk al rock. Aunque quizás la película que mejor resuma las metamorfosis de Dylan sea I´m Not There, dirigida por Todd Haynes, un biopic donde se ficcionalizan las distintas edades del músico norteamericano, interpretado por actores distintos que, por acumulación, muestran todos sus distintos heterónimos artísticos.
Arte: Las aspiraciones artísticas de Dylan no se limitan a la escritura, el cine o la música, sino que incluyen la pintura y la herrería. La primera es una afición antigua, sobre la que ya escribió en When I paint my masterpiece. Dylan siempre ha dibujado: en 1968, durante su retiro en Woodstock, su vecino, Bruce Dorfman, le enseñó a pintar al óleo, imitando los cuadros de Chagall.
Portada de Music From Big Pink, el álbum de The Band / BOB DYLAN
De su autoría es la portada de Music From Big Pink, el soberbio disco de The Band, por entonces su grupo de acompañamiento, y de Self-Portrait, su álbum doble de versiones de 1970 que el crítico Greil Marcus –autor de un excelente libro, Invisible Republic, que explica cómo The Basement Tapes resumen el alma de Estados Unidos– recibió en un artículo para la revista Rolling Stone con el siguiente titular: “¿Qué coño es esta mierda?”. Décadas más tarde, Dylan ha expuesto sus dibujos y pinturas en galerías y museos a un precio –por cuadro– que no baja de los 20.000 dólares.
Dylan, escultor del hierro / JON SHEARER
La afición a la herrería es mucho más reciente: el músico la hizo pública, a través de un reportaje fotográfico en su casa de Malibú (California), cuando presentó su marca de whisky, cuya botella reproduce una composición escultórica en hierro creada y soldada por el Premio Nobel.
Radio: Los conocimientos musicales de Dylan son similares a los de Funes, el memorioso, aquel personaje del relato de Borges que recordaba cada sensación, instante e impresión de su existencia. Se dice que tiene una de las mejores colecciones de discos antiguos y música tradicional y contemporánea norteamericana que existe en el mundo, incluyendo grabaciones inencontrables y verdaderos incunables sonoros. Sus gustos son amplios y su conocimiento de la tradición que le precede, en la que se inserta su propia obra, es la de un erudito. Lo ha demostrado en su faceta como locutor radiofónico en los programas de Theme Time Radio, (2006-2009).
Viajes: Dylan, pese a haber dado muchas veces la vuelta al mundo, no es amigo de incluir paisajes exóticos en su cancionero. Su territorio emocional sigue siendo básicamente Estados Unidos, aunque en sus composiciones recoja su fascinación por Londres, París, Roma, Bruselas, Japón –tiene un disco en directo grabado en el teatro Budokan de Tokio–, España –en la famosa Boots of Spanish Leather cita a Madrid y a Barcelona; Spanish Is The Loving Tongue es una suerte de homenaje a la lengua castellana– y México, donde sitúa el divertimento que es Romance Of Durango. Su paisaje mental, sobre todo en sus últimos años, es más sombrío: las Highlands escocesas, a las que en los años noventa dedicó una memorable canción-río donde escribe lo siguiente: “Mi corazón está en las Tierras Altas / No quiero ir a ningún otro lugar”.
“Bob Dylan no existe. En una invención de la Iglesia”. Casi podríamos comenzar esta brújula con una paráfrasis del verso irónico que Leopoldo María Panero, poeta loco y maldito, hijo del desencanto, escribió para referirse a Dios en su célebre poema La monja atea. En efecto: la figura del poeta y músico norteamericano, Premio Nobel de Literatura para escándalo de los poetas provincianos de café y tertulia, es una creación de Robert Allen Zimmerman, un judío de Minnesota que, igual que hizo Picasso en el campo la pintura moderna, ha cambiado el curso de su arte: la canción popular de Estados Unidos, ese río desbordante donde desembocan el folk, el country & western, el rock, el blues, el gospel o el jazz.
Bob Dylan, con unaguitarra Fender Jazzmaster en los sesenta
De todo esto, sabiamente mezclado, reinventado y modificado, hay abundancia en los 39 discos de la discografía oficial de Dylan, que tan sólo resume una mínima parte de sus creaciones, que se diseminan en un sinfín de grabaciones inéditas –The Bootleg Series–, miles de conciertos, abundantes registros piratas, una gira interminable –The Neverending Tour– que le permite tocar desde en las ferias de los pueblos, a los casinos o los campos de fútbol, emulando así la vida de vagabundo que descubrió en las canciones de Woody Guthrie, o al leer a Mark Twain y a Kerouac –el astro de la Beat Generation–, y que se derrama en otras muchas expresiones artísticas como la pintura, la literatura, el cine, la fabricación de bourbon –Dylan comercializa una marca propia, Heaven´s Door– y hasta la herrería, sin olvidar la obstinada alteración de su cancionero, que nunca es exactamente el mismo, sino que muta en función de cuál sea su estado de ánimo o sus preferencias, hasta el punto de, igual que los músicos de jazz, destruir y volver a alzar desde cero en el escenario sus propias creaciones. Lo que sigue es una selección de algunas de estas referencias encadenadas.
Libros: El universo Dylan es uno de los temas estelares del periodismo musical norteamericano, que desde los años sesenta no ha dejado de producir biografías, ensayos y análisis sobre su figura, su vida y su obra, rastreando unas veces lugares comunes y, otras, incógnitas de imposible solución. Dylan nunca es uno, sino una nutrida multitud. De entre toda esta bibliografía recomendamos el libro de Anthony Scaduto –Bob Dylan– publicado en 1972, donde se abordan los orígenes del artista durante sus años de formación, su irrupción, igual que un cometa, en el perímetro del folk, su deslumbrante etapa eléctrica y su regreso a las raíces a través del country. El recorrido de este libro termina en 1971.
Como complemento, dada su visión panorámica, destaca también el retrato del natural escrito por Howard Sounes –Down the Highway. The Life of Bob Dylan–, aunque si se busca un testimonio directo (no necesariamente exacto) están las Crónicas, el primer volumen de las memorias del músico, donde cuenta, en capítulos alternos, momentos de sus inicios, describe sus crisis creativas y demuestra una pericia como escritor de sí mismo admirable. Frases cortas y directas. Ideas claras. Fuerza en cada frase. Y la decidida actitud de quien sabe que los grandes trazan su propio sendero.
Todo lo contrario es su fallida novela Tarántula, una especie de poema surrealista en prosa escrito a la manera de Finnegans Wake de James Joyce. Como curiosidad para los devotos, existe una Encyclopedia dedicada al músico de Minnesota, escrita por Michael Gray, donde se compendian influencias, asociaciones, personajes y fuentes –por ejemplo el blues ancestral de los años 20 y 30– que han construido la obra dylaniana. Para quienes quieran un estudio académico de las letras de Dylan, además del compendio de su cancionero, está el ensayo de Christopher Ricks, catedrático de Literatura en Oxford: Bob Dylan, Visions of Sin.
Música: Dylan es, sin lugar a dudas, el mejor compositor de su tiempo, el Shakespeare de la música popular. Paradójicamente, es un artista que no piensa que sus creaciones estén cerradas cuando son grabadas para su comercialización, sino que las concibe como estructuras abiertas, en constante mutación y evolución. Las grabaciones sólo son una más de todas las formas posibles de su arte, siguiendo en esto la filosofía beatnik. Cada vez que cambia de época o influencia, reinterpreta buena parte de su cancionero, ofuscando a quienes esperan –sesenta años después– verlo cantar folk con una guitarra de palo. ¿Por qué cambia Dylan sus obras maestras? No existe una explicación oficial, pero hay dos opciones, no necesariamente contradictorias.
La primera: para joder a su público. La segunda: para sentirse vivo cada día en el escenario. A modo de ilustración puede servir la canción It´s Not Dark Yet, una reflexión íntima sobre la muerte. La versión grabada en 1997 para el disco Time Out My Mind es una endecha lenta y cadenciosa, elegantísima, donde se percibe la producción de Daniel Lanois, que ha esculpido el sonido con dedicación. Otra variante, interpretada en un concierto en el Madison Square Garden, imprime a la canción un tempo más veloz y agreste: lo que era una elegía se torna en una despedida de la oración más iracunda.
Una tercera versión, en concierto, reinventa la misma canción dándole un aire místico, hipnótico, surrealista, como de ultratumba. Dylan la canta como venido desde otro planeta, igual que un fantasma irreal.
Idéntico ejercicio puede hacerse muchas otras de sus canciones, cuyas variantes alcanzan lo imposible, como las dieciséis versiones distintas de Can´t wait que se reúnen en este disco pirata o las antitéticas interpretaciones de Blowing in the Wind que reflejan al Dylan de 1963 en contraste con el crooner crepuscular de 2020.
Cine: Dylan siempre sintió una especial fascinación por el cine que le indujo a querer dirigir películas. Oficialmente sólo dirigió una –Renaldo y Clara– que es una suerte de autobiografía ficticia rodada en los tiempos de la gira con The Rolling Thunder Review –mediados de los años setenta–, donde aparecen desde su exmujer –Sara Lowns– a Joan Baez. No tuvo ningún éxito comercial.
Además del clásico documental sobre su gira por Inglaterra de 1965 –Don´t Look Back, dirigido por D.A. Pennebaker siguiendo el estilo del cinema verité– existe otro, Eat the Document filmado también por Pennebaker, pero esta vez siguiendo las instrucciones del propio Dylan, de escasa calidad pero un alto valor documental, pues nos muestra al Dylan eléctrico de 1966 enfrentándose a su propio público, airado tras su salto desde el folk al rock. Aunque quizás la película que mejor resuma las metamorfosis de Dylan sea I´m Not There, dirigida por Todd Haynes, un biopic donde se ficcionalizan las distintas edades del músico norteamericano, interpretado por actores distintos que, por acumulación, muestran todos sus distintos heterónimos artísticos.
Arte: Las aspiraciones artísticas de Dylan no se limitan a la escritura, el cine o la música, sino que incluyen la pintura y la herrería. La primera es una afición antigua, sobre la que ya escribió en When I paint my masterpiece. Dylan siempre ha dibujado: en 1968, durante su retiro en Woodstock, su vecino, Bruce Dorfman, le enseñó a pintar al óleo, imitando los cuadros de Chagall.
Portada de Music From Big Pink, el álbum de The Band / BOB DYLAN
De su autoría es la portada de Music From Big Pink, el soberbio disco de The Band, por entonces su grupo de acompañamiento, y de Self-Portrait, su álbum doble de versiones de 1970 que el crítico Greil Marcus –autor de un excelente libro, Invisible Republic, que explica cómo The Basement Tapes resumen el alma de Estados Unidos– recibió en un artículo para la revista Rolling Stone con el siguiente titular: “¿Qué coño es esta mierda?”. Décadas más tarde, Dylan ha expuesto sus dibujos y pinturas en galerías y museos a un precio –por cuadro– que no baja de los 20.000 dólares.
Dylan, escultor del hierro / JON SHEARER
La afición a la herrería es mucho más reciente: el músico la hizo pública, a través de un reportaje fotográfico en su casa de Malibú (California), cuando presentó su marca de whisky, cuya botella reproduce una composición escultórica en hierro creada y soldada por el Premio Nobel.
Radio: Los conocimientos musicales de Dylan son similares a los de Funes, el memorioso, aquel personaje del relato de Borges que recordaba cada sensación, instante e impresión de su existencia. Se dice que tiene una de las mejores colecciones de discos antiguos y música tradicional y contemporánea norteamericana que existe en el mundo, incluyendo grabaciones inencontrables y verdaderos incunables sonoros. Sus gustos son amplios y su conocimiento de la tradición que le precede, en la que se inserta su propia obra, es la de un erudito. Lo ha demostrado en su faceta como locutor radiofónico en los programas de Theme Time Radio, (2006-2009).
Viajes: Dylan, pese a haber dado muchas veces la vuelta al mundo, no es amigo de incluir paisajes exóticos en su cancionero. Su territorio emocional sigue siendo básicamente Estados Unidos, aunque en sus composiciones recoja su fascinación por Londres, París, Roma, Bruselas, Japón –tiene un disco en directo grabado en el teatro Budokan de Tokio–, España –en la famosa Boots of Spanish Leather cita a Madrid y a Barcelona; Spanish Is The Loving Tongue es una suerte de homenaje a la lengua castellana– y México, donde sitúa el divertimento que es Romance Of Durango. Su paisaje mental, sobre todo en sus últimos años, es más sombrío: las Highlands escocesas, a las que en los años noventa dedicó una memorable canción-río donde escribe lo siguiente: “Mi corazón está en las Tierras Altas / No quiero ir a ningún otro lugar”.