Eugenio Ampudia
Música para plantas
La instalación de Eugenio Ampudia (Valladolid, 1958) en el Gran Teatre del Liceu, consistente en que un cuarteto de cuerda interpretaba una pieza de Puccini para un selecto auditorio de plantas y árboles repartidos por las butacas y palcos del local, ha cosechado cierto pitorreo en las redes sociales por lo supuestamente peregrino de la propuesta: tocar para entes sin orejas y se supone que sin alma (aunque Stevie Wonder dedicó todo un álbum a la vida privada de las plantas). En un digital del régimen llegan al extremo de acusar a Ampudia de plagiar la obra, sector arborescente, de Perejaume, artista del régimen, mientras no dicen ni mu de las acusaciones de plagio que está recibiendo Pilar Rahola por su última novela, L'espia del Ritz. Si se ha publicado algún artículo en defensa de Ampudia, yo no lo he leído, así que me disculpo con su posible autor y me erijo en abogado defensor del vallisoletano: tampoco me cuesta nada, ya que la pieza me gustó y creo que, visualmente, tenía una belleza algo absurda que resultaba hasta inquietante.
No estamos hablando de un piernas. El señor Ampudia lleva años transitando por el arte conceptual y el videoarte y es un creador respetado a nivel internacional y con algunos galardones a sus espaldas. Con el tiempo, uno ha aprendido a distinguir las memeces de las ideas peculiares y a no confundirlas. O sea, que lo que a muchos se les antoja una memez, a mí me parece una idea peculiar y tan hermosa como la música de Puccini que sonó durante los veinte minutos que las plantas estuvieron disfrutando de ella (¿o es que las plantas ni sufren ni padecen ni se enteran de nada? Me cuesta creerlo: voy a tener que consultar de nuevo a Stevie Wonder).
La reacción general en Barcelona ante la instalación de Ampudia ha sido un pelín perdonavidas. Esta ciudad se traga sin chistar las chorradas desnudas de Spencer Tunick o el arte “político” de Santiago Sierra, cuyas birriosas fotocopias de imágenes de supuestos presos políticos en España acabaron, por un ojo de la cara, en manos de Tatxo Benet, conocido benefactor de la sociedad y pilar del estado de derecho. Pero aparece el señor Ampudia con sus plantas y su cuarteto de cuerda y el veredicto general es que nos ha tomado el pelo. Yo no lo creo así. Ni mucha gente que vio la retransmisión por streaming del mini concierto. A mí verlo me gustó, me relajó, me hizo partícipe de un cierto sentido del absurdo y, si me apuran, hasta podría decir que pillé a un par de plantas siguiendo discretamente el ritmo. En una época en la que el arte conceptual está bajo mínimos, trufado de gente que imita lo que se hizo en los años 70, no deberíamos despreciar alegremente una propuesta ingeniosa, fresca y un punto majareta como la del señor Ampudia.