Francesco Petrarca / DANIEL ROSELL

Francesco Petrarca / DANIEL ROSELL

Letras

Petrarca para 'millenials' y ejecutivos

José María Micó selecciona y traduce para Acantilado una antología del ‘De remediis utriusque fortunae’ de Francesco Petrarca, un tratado moral escrito en siglo XIV y lleno de sabiduría vital

27 enero, 2023 19:30

“La adolescencia me embaucó, la juventud me desvió y la vejez me corrigió”, escribe en sus Seniles, una maravillosa colección de cartas crepusculares, Francesco Petrarca (1304-1374), poeta toscano del siglo XIV, cuando Italia todavía era una suma de señoríos, condados y ciudades-estado. Un precursor del humanismo y sin cuya influencia –capital en términos históricos– no hubieran existido tal y como los conocemos ni el genio de Shakespeare ni los endecasílabos deslumbrantes de nuestro efímero Garcilaso de la Vega, soldado difunto.

El poeta de Arezzo, un absoluto impostor que obtuvo la insigne condición de vate laureado (y, por tanto, pensionado) con un único poema épico sin terminar –dedicado a Escipión el Africano– y un libro (incompleto) de biografías de varones romanosDe viris illustribus–, gracias a su influencia entre la curia católica, es recordado (sobre todo por los especialistas) como el autor de devotísimas poesías de amor despechado dedicadas a una imaginaria Laura y recogidas en su Canzoniere, ese monumento a la seducción no correspondida.

big 2a28 Piattino con ritratto di Francesco Petrarca Cantagalli   1

Esta máscara no hace, sin embargo, estricto honor a la verdad. Sus obras confesionales están plagadas de falsedades, la primera relativa a su edad, y su misteriosa biografía, construida con materiales tan periféricos como las anotaciones que iba dejando escritas en sus libros personales, ocultan otros muchos rostros hasta componer casi una constelación. Uno tiene el perfil del hijo de una saga de notarios instalados, al calor de la corte papal, en Aviñón. Otro es el del mal estudiante de leyes. También está el lacayo ilustre que alquilaba sus servicios a los signori de la época, como la familia Colonna o los Visconti, enfrentadas a su vez entre sí, con un sentido bastante pragmático, por no decir aéreo, de la lealtad política.

Después tenemos al clérigo in absentia: un Petrarca que cobraba canonjías y rentas como cargo religioso pero no pisaba los altares ni se dedicaba a socorrer a las almas descarriadas. Por último está el ilustre bibliófilo –acaso su actividad culturalmente más importante, al decir de Francisco Rico, uno de los grandes especialistas en sus simulacros literarios– que, además de encontrar libros antiguos y perseguir incunables, dejó muchas copias y códices de autores clásicos sin los que no hubiera quedado vestigio alguno de su tránsito por este mundo.

Edición del libro segundo del 'De remediis utriusque fortunae' (1536) de Petrarca impreso en Venecia por Bernardino Stagnino

Edición del libro segundo del 'De remediis utriusque fortunae' (1536) de Petrarca impreso en Venecia por Bernardino Stagnino

A esta afición enfermiza por los escritores de la Antigüedad –sobre todo romanos; porque no llegó a dominar el griego– debemos, entre otras cosas, la recuperación de Vitrubio, principal tratadista de arquitectura clásica. Petrarca dispone pues de obra escrita y de hazañas in acto para pasar a la posteridad. Lo singular es que no lo ha hecho como un simple poeta arqueológico –en el buen sentido de la palabra– sino como un escritor vigente para quien se atreve a descubrirlo. A esta loable tarea contribuye José María Micó, poeta, especialista en Góngora, traductor de Dante y medievalista en Barcelona, que acaba de editar con Acantilado una antología –Remedios para la vida– del Petrarca más imperecedero: el moralista.

Cumplido su medio siglo, veinte años antes de su muerte, entre 1354 y 1366, el poeta toscano escribe los 254 fragmentos –la edición de Acantilado reúne una selección de 35– que  componen De remediis utriusque fortunae, un tratado donde alerta sobre las calamidades, siempre ambivalentes, de la rueda de la Fortuna, tema predilecto de Boecio, cuyo Consuelo de la Filosofía forma parte de esta misma colección de clásicos. Al igual que este diálogo (fingido) entre el filósofo romano y la Filosofía, Petrarca escribe sobre los altibajos vitales con un conocimiento que no ha perdido vigencia casi siete siglos después de su publicación.

Copia manuscrita en letra bastarda francesa del  'De remediis utriusque fortunae' (1391)

Copia manuscrita en letra bastarda francesa del  'De remediis utriusque fortunae' (1391)

Los Remedios, que gozaron de mucha popularidad durante los siglos XV y XVI, antes de que su autor fuera sustituido por los humanistas y la escuela escolástica quedase convertida en un egregio monumento al saber confesional, son una summa doctrinal. Su atractivo no reside, estrictamente, en la materia –la literatura moral es un género ancestral–, sino en su dispositio. Petrarca organiza sus meditaciones a partir del falso dialogismo entre conceptos abstractos  como la felicidad, el dolor y la razón. Los dos primeros, que resumen los estados esenciales del hombre, enuncian su presencia; la segunda responde con una sequedad proverbial.

Lejos de evocar una fórmula retórica antigua, esta conversación, que tiene mucho de esgrima dialéctica, equivale –con todas las salvedades (irónicas) pertinentes– a una conversación de WhatsApp entre cualquier adolescente millenial (encantado de conocerse, primero y, más tarde, compungido ante una frustración que es incapaz de soportar) y una voz análoga a la del sentido común de sus padres o de un tutor, en general impertinente o incluso grosero.

– Felicidad: “La vida de los jóvenes está lejos de la vejez y de la muerte”.

–Razón: “Te engañas. Para el hombre nada es seguro y la parte más peligrosa de la vida es aquella que a causa de una seguridad excesiva transcurre descuidada. Ninguna cosa está tan cerca de otra como la muerte de la vida. Parecen muy distantes, pero están juntas porque la una huye sin cesar y la otra se aproxima. Adonde vayáis la tendréis delante, aun encima de la cabeza”.

francesco petrarca canzoniere 1

Nada de abstracciones (salvo las convenciones figuradas). Nada de circunloquios. Cero grasa verbal. Petrarca va directo al grano, condensando en estas prevenciones frente a la adversidad y la buena fortuna todo el caudal de epicureísmo de los sabios antiguos, descubiertos últimamente por los ejecutivos de empresa, que en las escuelas de negocios creen haber encontrado el Mediterráneo y dotar así de trascendencia “el proceso de toma de decisiones”, como si el resto de la humanidad no decidiera cada día qué hacer para sobrevivir.

Que parte del mundo de la alta empresa esté fascinado por los maestros de la filosofía antigua, entre los que debemos contar a Petrarca, que transitó desde la filología a la moral de forma natural, en buena medida para armonizar el pensamiento pagano con el cristiano, obvia que la cultura no es nunca una cuestión de dinero, sino un patrimonio que requiere sacrificio, interés y esfuerzo. Lo que natura no da, Salamanca no presta. Salvo excepciones bienvenidas siempre que el animus –decían los latinos– sea sincero en lugar de impostado.

Ediciión en ingles de la obra moral de Petrarca impresa en 1579 por Richard Watkyns

Ediciión en ingles de la obra moral de Petrarca impresa en 1579 por Richard Watkyns

De ahí que este libro, igual que otros suyos, como De otio religioso, De vita solitaria o el Secretum, esté lleno de sabiduría y fuera “concebido para aliviar, y aún extirpar, las pasiones del alma, mías o de quienes lo lean”. Sin duda es una lectura (potencialmente) provechosa para todos los ejecutivos deslumbrados con el arquetipo del triunfador e inconscientes ante la posibilidad (cierta) del fracaso súbito y recurrente, que es el hermano siamés del primero.

Dolor: “Soy envidiado por muchos”.

Razón: “Es mejor ser envidiado que compadecido”.

Dolor: “Soy envidiado”.

Razón: “¿Quieres dejar de serlo? Deja los cargos y oficios públicos; no llames la atención de la gente con tu presuntuoso caminar o con tu magnífico séquito; aléjate cuanto puedas de los ojos de los envidiosos; no les invites a señalarte con el dedo a causa de tu apariencia, tus palabras o tu forma de vestir. El vulgo y la envidia, como todos los otros males, habitan en las calles. No hay mejor modo de vencerlos que huyendo o escondiéndose de ellos”.

José María Micó / LENA PRIETO

José María Micó / LENA PRIETO

Petrarca es un maestro en el arte de llevar la contraria. En latín y en vulgar. Al ingenuo le descubre la realidad. Al pavo real, la infinita sabiduría de la humildad. Al pretencioso le baja los humos (negros) y al corto de estatura (moral) le descubre que la generosidad y la sencillez de carácter son las únicas virtudes que hacen crecer de verdad el alma cuando la naturaleza no acompaña. Micó explica en su prólogo que el poeta emula a Séneca, de igual manera que sus remedios palpitan tras los milagrosos parlamentos de La Celestina, donde la irrupción de la realidad asesina al idealismo y los nobles cohabitan con los menesterosos. Pero el toscano trasciende el modelo del filósofo cordobés al prevenir ante el exceso de optimismo.

Remedios para la vida, Petrarca

Su diálogo distingue entre las dos caras de la caprichosa fortuna. Y a ambas teme por igual. “Una requiere freno y la otra distracción, en una se debe reprimir la soberbia del alma y en la otra aliviar su desamparo”. Sus armas de combate son la sabiduría platónica y la austeridad. Su poesía en romance se aleja del dolce stil novo y esta moralia, enunciada en crudo, sin afeites, es un antídoto tanto frente a las adversidades como ante la buena suerte que, por su condición pasajera, resulta muchísimo más peligrosa que la mala. Una lección universal que debería volver a enseñarse en todos los colegios:

“La vida es breve, el tiempo inseguro (…) lo que parecía un siglo es apenas un instante. Entonces se descubre el engaño, cuando ya no se puede evitar; y por eso suelen darse en vano consejos a la juventud, que es a un tiempo incrédula e inexperta, carece de consejos propios y desprecia los ajenos. Y de este modo los errores juveniles, por más innumerables y descomunales que sean, permanecen ocultos e ignorados para sus propios autores. Nada mejor que la vejez para descubrirlos y representarlos ante los ojos de quienes son cómplices y disimulan; no advertís lo que debierais ser hasta que acabáis siendo lo que no querríais”.