Eduardo Mendoza IVÁN JIMÉNEZ (SEIX BARRAL)

Eduardo Mendoza IVÁN JIMÉNEZ (SEIX BARRAL)

Letras

Un canon de Mendoza en el 50 aniversario de 'La verdad sobre el caso Savolta'

Hay cinco principales obras de Mendoza que deben leerse y adentrarse en su peculiar mundo, con estructuras narrativas siempre sugerentes y un fraseo deslumbrante

Publicada

Tras leer, en mi portátil, el reportaje de Sergio Vila-Sanjuán en La Vanguardia sobre el quincuagésimo aniversario de la publicación de La verdad sobre el caso Savolta –novela ciertamente extraordinaria que traía “vino nuevo en odres viejos” y que causó en el momento, una impresión tremenda--, echo una mirada retrospectiva, considero lo mucho que me ha importado este autor, reflexiono, comprendo que no podría añadir nada sustancial a lo que dice Vila-Sanjuán: me gustaría, pero Roma locuta, causa finita est.

Ni siquiera estoy seguro de que haga falta escribir nada más sobre este novelista, ya que su obra es sobradamente conocida y apreciada, tiene el premio Cervantes, y el Planeta, etcétera. Y también hay cosas que me hacen dudar del valor del juicio particular (y particularmente, del mío), como, por ejemplo, que su novela más celebrada, Sin noticias de Gurb, no me divierte.

Lo que decía Mendoza

Cierto, en su día, cuando se publicaba por entregas en la edición catalana del diario El País, me pareció, como hoy le sigue pareciendo a mucha gente de sucesivas generaciones, divertidísima. No diré que se equivocan: no doy más importancia a mi propio criterio que al de cualquier otro lector.

Pero como es muy agradable compartir los propios entusiasmos, me gusta la idea, a propósito del aniversario de La verdad sobre el caso Savolta, de celebrar, aunque sea en forma somera y apresurada (dentro de nada tengo el taxi al aeropuerto), las novelas de este autor que me parecen logros incomparables.

La primera es precisamente la primera que publicó, Savolta. La leí en seguida, tras leer en la revista Star, si no recuerdo mal, una entrevista que le hizo al autor Josep Maria Cortés, colaborador de este diario. Lo que decía Mendoza me pareció interesante, y me fui a la librería a comprar la novela. En el año 75 teníamos a Cela, y creo que ese año también salió Si te dicen que caí, que es una de las obras maestras de Marsé, pero estos eran moldes narrativos digamos tradicionales, y entre los modernos o jóvenes estaba Millás, un excelente narrador pero al que entonces era imposible tomarse en serio porque su novela del 75 se titulaba Cerbero son las sombras. Imposible saber qué pretendía con eso.

Eduardo Mendoza DANIEL ROSELL

Eduardo Mendoza DANIEL ROSELL

La de Mendoza era buena desde el mismo título, sugestivo pero sin pretensiones, adscrito a una tradición del folletín o del folletón. Ahora bien, desde el principio el “caso” criminal, económico, político, ambientado en la Barcelona del pistolerismo, se disparaba con alegría en fórmulas estructurales atrevidas, sorprendentes.

Empieza el relato, si no recuerdo mal (no tengo mi biblioteca a mano, escribo en el vestíbulo de un hotel, en Zagreb), con el interrogatorio de un testigo de un crimen, en los juzgados de Barcelona, del paseo de San Juan, con todos los tecnicismos jurídicos propios de la ocasión, que ponían al lector de inmediato “en ambiente”.

La gran novela de Barcelona

Sigue luego con las rememoraciones del narrador y protagonista, un joven y oscuro abogado vagamente sentimental. Vuelven los interrogatorios judiciales, expuestos sin introducciones ni contextualizaciones, y en los que se adivina el carácter de los personajes por su manera de hablar. Esta combinación de fórmulas añejas y vanguardistas era hechizante.

El segundo libro en mi canon es, por descontado, La ciudad de los prodigios, que puede decirse que es la gran novela de Barcelona, y donde el talento narrativo y verbal del autor se muestra soberano y explosivo. Los principales personajes y la peripecia no son gran cosa, pero la habilidad descriptica y el mantenimiento del suspense y el tratamiento de algunos personajes secundarios son magistrales.

Portada del libro de Mendoza

Portada del libro de Mendoza

El tercer libro de mi canon es El año del diluvio el relato de la seducción de una joven monja por un terrateniente de la Cataluña profunda--, que suele considerarse una obra menor sobre un tema decimonónico, y sin embargo es insuperable por la creación de atmósferas, la descripción precisa de los fenómenos naturales o de los paisajes, algo muy difícil y laborioso, y que los narradores de hoy se ahorran, y con unas páginas finales –dedicadas a reproducir la carta que tiempo después de los hechos envió la monja sentimental a su desalmado amante— de una candidez, exaltación y romanticismo inolvidables.

¿Con qué novela comenzar?

El cuarto libro del “canon Mendoza” es Una comedia ligera, una aparente comedia burguesa de costumbres, ambientada en Barcelona, en un caluroso verano de la postguerra, y protagonizada por un comediógrafo (llamado Prullás, pero no recuerdo el nombre de pila… ¡Sí! ¡Carlos!) cuyo estilo está empezando a quedar obsoleto antes los nuevos aires de la dramaturgia europea.

El quinto, Mauricio o las elecciones municipales cuenta los dilemas amorosos, existenciales y políticos de un odontólogo idealista y algo sentimental, escindido entre dos amores, uno de ellos trágico, en los primeros años de la Transición. Aquí el fraseo, tantas veces deslumbrante, de Mendoza, se hace más seco y lacónico, pero desde luego no menos efectivo.

Añadimos un plus, que son los relatos cortos de Tres vidas de santos.

Con estos cinco o seis libros ya tiene uno lo mejor de este autor, sin que ello sea óbice, por descontado, para seguir con otras de sus novelas. Si yo quisiera iniciar en la prosa de Mendoza a un chico joven, o a una chica, le regalaría quizá El año del diluvio, por…

Tengo que dejarlo aquí, ha llegado el taxi.