Epicuro, una doctrina contra el miedo
El filósofo griego, fundador de una escuela de pensamiento útil en tiempos de zozobra y una de las primeras víctimas de la censura ideológica, protagoniza un resurgir editorial
13 febrero, 2022 00:10Desde tiempo inmemorial el hombre busca vencer el miedo: a la muerte, a la escasez, a lo desconocido; el miedo al otro. Porque el miedo genera ansiedad, angustia, incertidumbre, infelicidad. La pandemia ha exacerbado los miedos, pero no es el único factor que los provoca. El hombre del presente no sabe cómo será el mañana. Puede contagiarse, pero ya no es ése el peor de los males que imagina. Ha recuperado miedos antiguos: a fuerzas que sabe que escapan a su control, a los poderes inalcanzables de los imperios (Estados Unidos, China, Rusia, Unión Europea), a los dioses del mercado, ni siquiera identificables. Los gobiernos nacionales han descubierto el poder del miedo para lograr el sometimiento de la población, de ahí que jueguen con el que inspira el terrorismo, el paro, las catástrofes o la inmigración.
La recuperación de filosofías antiguas como el estoicismo y el epicureísmo tienen como objetivo, precisamente, apaciguar los miedos y permitir un cierto sosiego sin el cual ningún tipo de aproximación a la felicidad es posible. La característica de estos movimientos filosóficos y probablemente lo que los ha revitalizado en el presente, es que proponen como ser feliz, aunque por caminos muy diferentes. El estoicismo fue, en cierta medida, la filosofía de las clases altas. Su lema podría ser el de una vieja canción que cantaban Los Surf: “La vida hay que tomarla como viene”. Su objetivo era la “eudaimonía”, es decir, la felicidad. También los epicúreos perseguían la felicidad, pero a través de la imperturbabilidad (“ataraxia”). Porque el placer no es lo opuesto al dolor sino su ausencia. “Ningún placer es por sí mismo un mal”, dice Epicuro en una de las pocas cartas que se han conservado de las muchas que escribió, “pero algunos placeres acarrean muchas más molestias que placeres”.
Felicidad para todos, no solo para los sabios
En los últimos tiempos las librerías se han llenado de textos sobre las filosofías helenísticas: de Cicerón y Marco Aurelio, pero especialmente de o sobre Epicuro: Cómo ser un buen epicúreo. Una filosofía para la vida moderna (Catherine Wilson, Ariel); Lecciones de epicureísmo. El arte de la felicidad (John Sellars, Taurus); Epicuro. Filosofía para la felicidad (incluye textos de Emilio Lledó, Carlos García Gual y Pierre Hadot, Errata naturae). Otros libros incluyen capítulos que reivindican las propuestas epicúreas: El expreso de Sócrates. En busca de las lecciones de vida de los grandes filósofos (Eric Wiener, Paidós); y también Filosofía y religión en el Renacimiento (Miguel Ángel Granda,l Themata) con abundante información sobre la recepción de la obra de Lucrecio De rerum natura, que ofrece una precisa visión del epicureísmo, por autores renacentistas como Erasmo o Thomas Moro, hasta el presente.
John Sellars apunta los motivos de este renovado interés: “El epicureísmo tiene mucho que enseñarnos hoy en día. En una época plagada de ansiedad ofrece un camino hacia la paz de espíritu. En una cultura de consumismo desmedido, nos incita a repensar lo que necesitamos realmente para vivir bien. En una época de aislamiento social cada vez mayor, nos recuerda el valor de la amistad. Y lo que es más importante: cuando en muchas ocasiones estamos rodeados de desinformación, insiste en la importancia de la verdad pura y dura”.
La mayoría de las obras citadas están dirigidas al gran público, lo que no tiene nada de extrañar, ya que Epicuro sostenía que todos los hombres son filósofos, es decir, que todos tienen una visión general del mundo sobre la que asientan una moral que rige su comportamiento. Y que todos buscan ser felices, aunque algunos lo hagan por caminos equivocados. Como recuerda Eric Weiner, Epicuro defiende que la felicidad no es cosa de sabios sino que está al alcance de cualquiera. “El mundo necesita más entusiastas filosóficos. No estudiantes de filosofía, y bien sabe Dios que no expertos sino entusiastas”, ya que “los jardines, aislados del ruido del mundo, se prestan a tales entusiasmos filosóficos”.
Ansiedades y miedos
La alusión a los jardines se debe a que la escuela fundada por Epicuro en Atenas era conocida como “el jardín” (Keros, en griego, palabra que también significa huerto). Allí impartía enseñaba a los amigos que la amistad es una de las bases de la felicidad, hasta el punto en que no imaginaba un placer mayor que compartir con ellos un vaso de vino acompañado de unas aceitunas y un pedazo de queso. Y es que la austeridad es para Epicuro un valor.
Catherine Wilson califica la filosofía epicúrea como “optimista” y desprovista de pulsiones egoístas. “El epicúreo mira con desdén la egoísta búsqueda de la gloria y el dinero”, escribe, lo que no significa ignorar los propios deseos. Las pulsiones hacia el placer son constantes, pero “la búsqueda directa de sensaciones placenteras suele acabar en derrota”, porque “la mejor vida es una libre de privaciones, comenzando por estar libre respecto al hambre, la sed y el frío, y libre respecto a las ansiedades y miedos”, sin olvidar que “vivir bien exige amigos”. Dice una de sus sentencias: “De todas las cosas que contribuyen a una vida dichosa, ninguna es más importante ni fructífera que la amistad”. Y esto no exige que el individuo deba dedicar su vida a los demás, a costa de su propio bienestar.
Epicuro, nacido en Samos en una familia de origen ateniense, llegó por primera vez a Atenas en 322 a. C. No es un año cualquiera. Entre 323 y 322 mueren Alejandro Magno, Aristóteles, Demóstenes y Diógenes el Cínico. Aristóteles es el último teórico de la política como acción global, como la mejor vía para obtener la felicidad comunitaria; Demóstenes fue el último defensor de la independencia de Atenas como polis. Alejandro, en cambio, acabó con las ciudades independientes. Atenas recuperó brevemente la independencia tras su muerte pero fue un relámpago antes de que esa forma política se apagara y cediera el paso a los imperios. Una de las características de los imperios es que su poder está lejos del ciudadano, que nada puede frente a ellos. Como hoy. La reacción de entonces, y de ahora, fue volverse hacia lo individual. Un camino que había abierto de par en par Diógenes el Cínico, rechazando los convencionalismos y limitando las necesidades al máximo para no depender de sus propias pasiones. Para ser más libre.
Primeras víctimas de la censura ideológica
“Extranjero, aquí harás bien en demorarte; aquí el máximo bien es el placer”. Ésta inscripción figuraba a la entrada del jardín de Epicuro. Estaba situado cerca de la Academia de Platón, ligeramente alejado del centro de la ciudad, donde se ubicaba la otra de las grandes escuelas atenienses del periodo helenístico: la de los estoicos. El jardín era un espacio para estar y disfrutar, para el placer. Pero para obtenerlo era necesario superar los miedos.
El primero, el miedo a la muerte. “La muerte no es nada”, escribe Epicuro, “pues cuando yo estoy, no está ella y cuando está ella no estoy yo”. Detrás de la sentencia hay toda una concepción del mundo. Para Epicuro no hay un más allá junto a los dioses. Ni siquiera es seguro que haya dioses y, si los hubiere, serían seres felices a quienes nada importarían las cuitas de los mortales. Rezar, pues, resulta perfectamente inútil. “La mayor perturbación de las almas humanas se origina en la creencia de que los cuerpos celestes son seres felices e inmortales, y que, al mismo tiempo, tienen deseos, ocupaciones y motivaciones (...) y también en el temor a algún tormento eterno”. Si se quiere vivir sin perturbaciones conviene tener presente que “la tranquilidad de ánimo significa estar liberado de todo eso”. No vale la pena temer la ira de los dioses ni conviene esperar su benevolencia.
El hombre, como el resto de la naturaleza, está formado por átomos que se unen y se separan. Eso es la muerte: la disolución de las partículas y, por lo tanto, nada queda del individuo que pueda sufrir o gozar. El placer, por tanto, es del cuerpo y se da en esta vida. La única realmente existente. Y también la justicia, porque luego no la habrá, lo que no quiere decir que Epicuro sugiriera que la justicia se imponga siempre. La cosmovisión materialista que se deriva del atomismo difícilmente podía ser aceptada por el cristianismo, cuyos pensadores, miembros del rebaño de Cristo, no dudaron en definir a los epicúreos como componentes de una “piara”. Diógenes Laercio, en la biografía del filósofo, recopila algunos de los insultos y descalificaciones que le dirigieron sus oponentes, hasta conseguir que sus textos fueran casi ignorados hasta el Renacimiento. Tras las críticas, resumidas en los textos de Grayling y García Gual, añade Diógenes Laercio que le parecen puras calumnias insostenibles. Emilio Lledó no duda en señalar que Epicuro fue “una de las primeras víctimas de la censura ideológica”.
Los límites que cada uno se marca
Se le acusaba de frecuentar cortesanas cuando, en realidad, fue la única escuela de la antigüedad que aceptaba la presencia de mujeres en un plano de igualdad (relativa) con los hombres. Y no distinguía entre libres y esclavos. Se decía que practicaba la magia, cuando invitaba a sus discípulos a estudiar directa y empíricamente la naturaleza para comprender sus leyes, ajenas por completo a las voluntades de dioses u otras fuerzas inmateriales. Para descalificar el pensamiento epicúreo fue necesario interpretar mal su defensa del placer. No sería extraño que los conservadores de siempre recuperen esa vía para descalificar el epicureísmo contemporáneo.
A diferencia de los estoicos, entre los cuales hay incluso un emperador (Marco Aurelio) Epicuro recomendaba a sus discípulos que se abstuvieran de intervenir en política y, por supuesto, que se alejaran de una actividad empresarial destinada a la mera producción para obtener riquezas. Entre sus seguidores, pocos le hicieron caso.
Wilson sostiene que cabe incluir en la lista de los epicúreos a Thomas Hobbes, junto a Maquiavelo, padre de la teoría política moderna; Jean-Jacques Rousseau, uno de los mayores críticos de Hobbes, inspirador del republicanismo que subyace a la Revolución Francesa, y Karl Marx, quien defendió que sólo la acción del hombre configura el devenir de la historia, exhortando a todos a tomar partido e intervenir en la defensa de los propios intereses. La misma Wilson resume el sentido de la vida que se deriva de las enseñanzas de Epicuro: “Las actividades más satisfactorias en la vida son aquellas que sustituyen la ignorancia por conocimiento y traen orden y belleza al mundo, reparando daños y superando el caos” porque “lo que da sentido a la vida es hacer aquello para lo que estás capacitado con un estándar que tú mismo te marcas, cuidar de quienes amas y ser amado y cuidado por ellos”.