Letra Clásica
Shakespeare, un hijo de la Tierra
Frank Kermode resume en un libro admirable los factores ambientales, históricos y sociales que contribuyeron a que el poeta inglés se convirtiera en el mejor dramaturgo de la historia
1 noviembre, 2018 00:00La creación literaria es una actividad individual. Un ritual solitario. Una práctica autárquica. Un escritor --da igual si se trata de un novelista, un poeta, un redactor de panfletos políticos o un articulista de periódicos-- puede aspirar a dirigirse al orbe entero, pero para conseguirlo antes debe encerrarse solo en un cuarto y hablarse a sí mismo.
Desde T.S. Eliot, uno de nuestros particulares dioses laicos, sabemos que la relación entre la tradición y el talento individual marca la historia de la literatura. El crítico estadounidense, que ejerció desde la editorial londinense Faber & Faber un influyente mandarinato cultural, escribió que en poesía es necesario distinguir entre el autor que crea y el hombre que sufre, postulando de esta manera la despersonalización total del acto literario. Su propuesta es una reacción alérgica ante los excesos del Romanticismo, obsesionado con el sujeto y tendente al sentimentalismo.
El autor de The Sacred Wood defendía la plena autonomía de la obra artística más allá de las circunstancias personales que la engendran, aunque esta teoría en realidad es un salto con red: el verdadero sentido de una obra literaria depende de cómo se inserte (o cuestione) la tradición cultural en la que se manifiesta. Para Eliot, la literatura funcionaba como un ecosistema natural: cualquier obra influye en la tradición y ésta, a su vez, nos alumbra sobre el talento creativo de cada individuo.
Vista de Londres en el año 1616 / CLAES VISSCHER
La relación entre el pasado y el presente cultural no es pues, desde su perspectiva, una línea fija, sino variable, lo cual explica que podamos leer a Cervantes como si fuera nuestro contemporáneo, siendo en realidad un autor históricamente pretérito. La tradición, sin embargo, no se hereda. Debe conquistarse. Para dominarla es necesario el esfuerzo. “[La poesía] no es la expresión de la personalidad, sino una forma de escaparse de la personalidad. Pero, desde luego, sólo quienes tienen personalidad y emociones saben lo que es querer huir de estas cosas”, escribió Eliot.
Para entender a los grandes autores de la literatura es necesario conocer no tanto su vida, sino su mundo cultural, la placenta ideológica en la que escribieron su obra. El océano de hechos que los rodeó. Éste es el trabajo que ha hecho ejemplarmente el crítico inglés Frank Kermode en un libro excepcional: El tiempo de Shakespeare (Debate). Kermode, profesor en Cambridge, Columbia y Harvard, brillante teórico y articulista de The New York Review of Books y London Review of Books, condensa en este ensayo divulgativo los sucesos históricos, sociales, económicos y ambientales que rodearon al mayor dramaturgo de los tiempos pasados y también de los venideros, cuya información biográfica es tan dudosa como la de Cervantes, y un terreno abonado para suposiciones, teorías y ficciones.
Para entender a los grandes autores de la literatura es necesario conocer no tanto su vida, sino su mundo cultural, la
La personalidad de Shakespeare sigue siendo --a pesar del enorme caudal bibliográfico que existe sobre su obra y sus milagros-- una de las grandes incógnitas de nuestra historia cultural. Kermode no resuelve ninguno de los misterios de su historia --para hacerlo sería necesario contar con una documentación que probablemente se ha perdido para siempre-- pero dibuja, con una maestría y una naturalidad ejemplares, los factores que explican cómo el hijo de un comerciante de provincias, supuestamente católico en una Inglaterra proclamada anglicana, y dividida por el absolutismo monárquico de los Tudor, se convierte en un Londres milagroso y embarrado, nueva plaza comercial de un imperio de ultramar in fieri, en un exitoso dramaturgo y empresario teatral, hombre de fortuna tal que a los 50 años se retira --o lo retiran-- a Stratford-upon-Avon, su pueblo, donde amplía su hacienda y deja en herencia el equivalente al medio millón de euros de nuestros días.
Shakespeare, que ansiaba ser poeta, y que lo es más que cualquier otra cosa, se convirtió, contra todo pronóstico, en uno de los primeros escritores que se libera --parcialmente-- del patrocinio de los mecenas y se transforma en un hombre de negocios. Su epopeya discurre desde los teatros prostibularios, donde se representaban obras históricas, piezas sobre hechos de armas y amores contrariados, hasta las ilustres escribanías donde se registraban los predios inmobiliarios y los escudos de falsa nobleza obtenidos gracias al comercio, en lugar de debido a la cuna. Es en este Londres acuático, colmado de violencia y corrupción, donde nació el capitalismo inglés, se crearon las primeras sociedades anónimas y el teatro se convierte en el espectáculo total de las masas.
Shakespeare, que ansiaba ser
Kermode condensa en un relato amenísimo, con las dosis justas de erudición, y consagrado a la naturalidad, inequívocamente inglés, todas las circunstancias relevantes de este apasionante contexto shakespeareano. Su lectura merece no sólo el tiempo, sino que los interesados en el universo del bardo inglés sigan el sabio consejo de Francisco Rico, que frente a la costumbre habitual de su gremio --los filólogos-- siempre ha recomendado leer algunas selectas obras críticas antes de enfrentarse directamente a los textos de los grandes autores de la literatura, que son los únicos padres de sus obras, pero nunca dejan de ser también los hijos de la Tierra y el tiempo donde nacieron, trabajaron y murieron.