Luna Miguel  / LUIS MIGUEL AÑÓN

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Letras

Luna Miguel: “Leer para el mundo editorial es un trabajo absolutamente precario”

La editora, encargada de nuevos talentos para distintos sellos, alerta sobre las incoherencias del sector, la estrechez docente y la influencia de las redes en la lectura

24 noviembre, 2022 20:00

Poeta, narradora, periodista y editora. Con estos cuatro términos podemos definir a Luna Miguel, alguien que conoce el mundo de libro desde dentro y también desde fuera. A través de las redes, ejerce como una prescriptora cuyas recomendaciones siguen una gran comunidad de lectores. A través de internet ha encontrado también nuevas voces literarias. Para Miguel, desde que comenzó en los blogs hasta ahora, con Instagram, la tecnología ha sido una herramienta para el diálogo literario. En su último ensayo, Leer mata (La Caja Books), reflexiona sobre el acto de la lectura, la relación entre lectura y cuerpo y la experiencia lectora. Conversamos con ella sobre las vías de acceso a la lectura del público más joven.

-En su ensayo afirma que socialmente escribir tiene prestigio, pero leer no…

-Es así. Se ve claramente en la industria del libro, donde los lectores de manuscritos cobran poquísimo. He visto que más de una editorial no paga por encima de 20 euros por realizar informes de lectura. Y, aunque no es lo mismo, he visto también cómo, conscientes del éxito que tienen, editoriales pagan 15 euros a algunos tik tokers e instagramers si aparecen en las redes leyendo alguno de sus títulos. Lo que quiero decir con esto es que dentro del mundo editorial el trabajo de leer es absolutamente precario, mientras que hacia fuera no se hace otra cosa que decir que lo que se quiere es que la gente lea. ¿Puede haber algo más contradictorio? Se dice que hay que fomentar la lectura, pero dentro de la industria no se reconoce a aquellos que leen de forma profesional. ¿Qué sentido tiene? Y resulta todavía más contradictorio si pensamos que  últimamente donde más se promueve la lectura, sobre todo entre los más jóvenes, es en las redes a través de retos o campañas. Piensa, por ejemplo, en el hastag #LeoAutora o #LeoAutorasTodoElAño. Campañas de este tipo hacen que los más jóvenes se sumen, quieran participar y comiencen a leer.

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-¿Son invitaciones a la lectura?

-Diría que sí. Por ejemplo, en Tik Tok encontramos a Leo Espluga, un chico que plantea lecturas muy complejas de filosofía y literatura y que tiene más de 80.000 seguidores que comentan sus videos y leen los libros que recomienda… Y no solo se trata de las redes. También las series de televisión sirven como invitación a la lectura. De hecho, si entras en Netflix, verás que en la mayoría de las series de moda hay un escritor o un lector. En otras palabras: me da la impresión de que, para los actuales adolescentes, hay muchos inputs vinculados a la lectura, pero ninguno de ellos proviene de la industria del libro. Desde lugares distintos se les dice que leer es divertido, que leer mola. No se les dice por qué, pero sí se les transmite esta imagen. Para algunos pueden resultar raros los lugares desde donde se fomenta la lectura, pero son los que son, y es maravilloso ver cómo a través de estas vías los más jóvenes se enganchan. Lo paradójico de todo esto es que no es la industria editorial la que crea nuevos lectores, sino la industria del ocio.

-Y sin embargo es en el mundo del libro donde se oyen más lamentos por la falta de lectores y la ausencia de lectores jóvenes.

- Claro que hay lectores y lectores jóvenes. Basta ver la lista de los títulos más vendidos para darse cuenta de que los primeros libros del ranking suelen ser de carácter juvenil. El problema que yo veo es que hay una desconexión entre las lecturas juveniles y lo que viene después. Es decir: no sabemos cómo conectar ese lector adolescente con esa otra literatura, esa literatura que podríamos definir como literaria o de madurez. No sé consigue que se produzca el salto de una literatura a la otra: un adolescente que está leyendo novela juvenil difícilmente dará el salto y comenzará a leer otro tipo de literatura, incluso aquella, como podría ser la de Sally Rooney, aparentemente conectada con su realidad. Ese paso no se produce en parte porque, empezando por la propia industria, no se sabe cómo fomentarlo. De hecho, ninguna de las editoriales, por mucho que con su estética o con su forma de promocionarse lo intente, está llegando a la gente de veinte y pocos años.

- Decía Alejandra Pizarnik, a la que usted cita en su ensayo, que hacerse adulto como lector significa pasar del Retrato de un artista adolescente al Ulises de Joyce.

-Es evidente que debería producirse un salto, que, sin embargo no se produce. En el caso de Pizarnik hay que tener en cuenta que es alguien que, siendo muy jovencita, comienza a leer libros de adultos. Esto es algo interesante y sobre lo cual se debería pensar. Tendemos a compartimentarlo todo: por género, por autor, por cronología y  también por edades. Esto hace que en el colegio no se introduzcan lecturas más adultas para que convivan con las más juveniles o las que impone el currículum académico.

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-Su experiencia lectora se parece a la de Pizarnik, ¿no es cierto?

-Una de las cosas que le agradezco a mi padre, que era profesor de literatura de instituto, es que me retara a leer determinados libros que a priori no eran aptos para mi edad. Recuerdo que el mismo año en que me leí Harry Potter descubrí a Bukowski. Y disfruté con ambas lecturas. Con una diferencia: sentía que una me entretenía, mientras que la otra –me pasó con Bukowski, también con Salinger y muchos otros– me formaba en relación con la vida y, sobre todo, me generaba ideas.

-¿Hemos pecado de asociar la lectura al entretenimiento y excluir la dificultad?

-En parte. No solo tendemos demasiado a pensar la literatura como entretenimiento, sino también a pensarla como algo que es siempre igual, que no tiene matices y que no implica experiencias lectoras distintas. Cuando alguien me pide que le recomiende un libro, si es una persona que solo lee un género narrativo, intento proponerle algo distinto, que no responda a los códigos, la estructura o al tipo de trama al que está habituada. ¿Qué pasa si a alguien que únicamente lee novela histórica le das La amiga estupenda de Elena Ferrante? A lo mejor queda entusiasmada, porque es una novela con un fuerte componente histórico, pero que se abre a reflexiones que, seguramente, la novela de género no incorpora. Sin embargo, no se suele favorecer esta apertura hacia otro tipo de lecturas ni entre los más jóvenes, ni en nadie.

Al lector de novela policíaca se le recomienda novela policíaca. Al lector de novela histórica se le recomienda novela histórica. Mientras los que estamos habituados a leer la mal llamada novela literaria somos aparentemente más abiertos y estamos dispuestos a ser disparados desde lugares muy diversos, desde el entretenimiento hasta la complejidad. Y es hacia esta apertura a la que habría que conducir a los lectores jóvenes y enseñarles que la literatura no es una sola y que las experiencias lectoras son distintas, como lo son todas las experiencias. Deberíamos enseñar que leer te puede llevar a lugares que no esperabas. Porque leer no debe implicar necesariamente encontrarte con lo que esperas, con aquello con lo que estás de acuerdo o que te divierte. Significa vivir experiencias de todo tipo.

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- ¿Falta, por tanto, educación lectora?

-Totalmente. Basta ir a un manual de bachillerato para darse cuenta de cómo se enseña literatura: se te dice que Machado es muy bueno, que Lorca es muy bueno… Poco más. La literatura son los cuatro nombres que se destacan y ya está. Nombres que, además, no te dicen nada cuando eres adolescente porque son autores que requieren cierta madurez. De hecho, cuando vuelves a leer, ya con más años, a Machado o a Lorca descubres a dos grandísimos poetas. Descubres que Poeta en Nueva York es absolutamente hípster y te interpela como no lo había hecho antes. El problema de base es que se enseña literatura imponiendo un canon cerrado, haciendo memorizar nombres y ya está. No se habla del contexto, no se habla de los textos en sí, no se habla de sus contemporáneos, sobre todo si son mujeres. Tampoco te enseñan a comprenderlos, a entrar en los textos y a conectar con ellos.

-Quizás porque se enseña historia de la literatura, pero no a leer literatura.

-Efectivamente. Se enseña simplemente un canon específico, muy masculino y sin otros elementos que lo enriquezcan. Para mí, una de las cosas más divertidas de leer una obra es descubrir toda la bibliografía secundaria en torno a ella. Entiendo que hay pocas horas lectivas, pero no estaría mal leer a Lorca y observar cómo ha influido en la cultura LGTBI, cómo el flamenco ha adaptado sus poemas. Estaría bien enseñar cómo su obra sigue enriqueciendo la cultura actual. Quizás de esta manera, favoreciendo el diálogo entre la obra de Lorca y los más jóvenes puedan interesarse por Rodrigo García Marina, un poeta joven LGTBI que publica en La Bella Varsovia. Porque aprenderse el nombre de los escritores de la misma manera que se memorizan los ríos de España no sirve para fomentar la lectura. No hay ningún tipo de erótica en este tipo de enseñanza.

-Cuando se publicó Harry Potter más de uno dijo que antes los jóvenes leían mejor literatura, como Verne, Defoe o Stevenson. ¿Ha habido una degradación de la literatura juvenil o nos pasamos con el discurso apocalíptico?

-Hay mucho discurso apocalíptico por lo que se refiere a este tema, como sucede con otros. Recuerda cuántos auguraron que el ebook acabaría con el papel y, sin embargo… Tendemos a pasar por alto la realidad de los hechos. Por lo que se refiere a la literatura juvenil hay que tener en cuenta que ahora existe mucha más variedad y, por tanto, ya no hay un único currículum posible como lector. Se decía que, tras leer a Verne, los jóvenes hacían el salto hacia la gran literatura, pero ¿qué gran literatura? ¿La literatura francesa escrita por hombres? ¿Acaso este salto no se puede producir en otras direcciones? De hecho, yo creo que lo que molesta es que no se siga el itinerario lector de siempre y con el camino de siempre me refiero al canon. No todos leemos de la misma manera y no necesariamente tenemos que seguir leyendo como se leía antes: quizás hoy Verne no sea el autor ideal para que un adolescente acceda a la literatura. Quizás sea un autor que requiera de una madurez lectora que únicamente llega con los años. No pasa nada. A los clásicos se llega cuando se llega. No por llegar por caminos distintos se es peor lector.

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-Han cambiado radicalmente los canales de acceso a la lectura. ¿Ahora priman las redes?

-Lo hermoso es que en casi todas las redes sociales existe una comunidad de lectores: pasó con Youtube y los youtubers; pasó con Instagram y los bookstagramers y pasa con Tik Tok y los booktokers. Cada red tiene su propio lenguaje, pero en todas hay lectores y hay gente compartiendo lecturas. Antes te hablaba de Leo Espluga, que analiza capítulos enteros de Kant en Tik Tok. Hablamos de comunidades de lectores potentes, donde no se habla solo de vampiros. Y esto no es nada nuevo. Pensemos en la Generación Nocilla. ¿De qué se conocían? De los blogs. Todos ellos (Agustín Fernández Mallo, Vicente Luis Mora) tenían blogs en los que hablaban de sus autores fetiches y de científicos que escribían aforismos… La Generación Nocilla comenzó en la blogesfera. Allí crearon su círculo, su comunidad de lectores. Y fue así porque en los medios no encontraban ni las referencias ni el espacio para hablar de esas rarezas norteamericanas o francesas que les interesaban. Ahora pasa algo similar: gente de veintitantos encuentran en la red sus comunidades, sus referentes y su lenguaje. Y lo hacen margen de la industria y de los medios tradicionales.

-¿Además de lectores, se crean en las redes escritores?

-Sin duda. Va de la mano. Lo veo en algunos de los autores que edito, como es el caso de Sara Torres. Muchas autoras actuales, por ejemplo, cuando publican su primer libro ya tienen tras de sí una comunidad: gente que desde hace tiempo la sigue en redes, lee lo que publica, se fía de su criterio y lee los libros que recomienda. Torres está interesada en la literatura sáfica y tema queer; sus lectores también se interesan por esos asuntos, sobre los que leen. Llegado un determinado punto, pueden escribir sobre estos temas. Te he citado a Torres, pero podemos pensar en otros autores, no necesariamente jóvenes, como Jordi Carrión. Hay un grupo de personas interesadas por lo que hace. Es un grupo formado principalmente por lectores, pero también por otros escritores.

- ¿Se podría decir que las redes cambian la relación entre lectores y escritores?

- Yo diría que han cambiado el hecho de que el escritor ya no es solo un escritor para los lectores. Para mis seguidores, yo soy prescriptora. Los lectores que siguen en las redes a determinados escritores lo hacen porque se interesan por sus recomendaciones y por sus intereses. Antes había escritores-críticos que, avalados por determinados suplementos literarios, prescribían una serie de lecturas que posteriormente los lectores realizaban. La prescripción ya no pasa por los periódicos ni por los suplementos, sino que tiene lugar en las redes: quienes compran mis libros también se interesan por lo que leo. Esto sucede con otros autores en Instagram, en Twitter o a través de los podcast. Los escritores nos hemos convertido en una especie de suplementos literarios con patas.

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-Hemos hablado de las comunidades de lectores y de las vías de acceso a la lectura, pero un hecho es indudable: hoy no se vende lo que se vendía en los ochenta y en los años noventa.

-Porque ya no leemos solo a uno o dos autores. Ahora se produce y se publica mucho más. No solo se lee a Javier Marías. Se lee también a Marta Sanz, a Manuel Jabois y a muchos otros. La figura del autor único, de referencia, el que gana todos los premios y que, una vez fallecido, tendrá una plaza con su nombre está desapareciendo. Hay muchísima más variedad. El mercado y los lectores están mucho más repartidos.

-Le hago de abogado del diablo,:¿las redes no están promoviendo que mucha gente publique libros simplemente por el hecho de tener seguidores? Pienso en los poetas instagramers, donde la calidad poética parece ser lo de menos.

-Es un hecho que se publican cosas nefastas y horribles, algunas de ellas, además, plagios de otras, pero no es nada nuevo. En los noventa y en la primera década del 2000 en las librerías encontrabas los libros de quienes salían en Crónicas Marcianas y en Aquí hay tomate…. Siempre ha habido famosos a los que se le publican libros por ser famosos. Lo que sucede es que ahora este fenómeno está aceleradísimo porque la propia industria está acelerada. Y la prueba es que cualquier persona con más de 10.000 seguidores tiene un libro publicado. De la misma manera que esto no es nada nuevo tampoco lo es que se publiquen a poetas malos. Estos no aparecen con Instagram, sino que vienen de antes. ¿Cuántos premios dados entre amigos han apostado por poetas con sonetos tan cursis como los que puede escribir hoy el poeta instagramer de moda? Desgraciadamente los libros muy malos han existido siempre, con la única diferencia es que, al acelerarse el mercado, han aumentado muchísimo.

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–Volviendo al público más joven: los libros que nacen en las redes terminan dirigiéndose a un lector que no termina de hacer el salto hacia la gran literatura.

-Hay que tener en cuenta de que, cuando se es joven, a uno se le está formando el gusto. Todavía no lo tiene consolidado. Cuando uno es joven tiene derecho a tener mal gusto. Es una etapa en la que se consume de manera muy rápida y compulsiva, en la que los sentimientos son bastante exagerados… Esto es lo que hace que el gusto no termine de definirse y que una película como Grease, que hoy consideramos de culto, guste tanto a pesar del amor tóxico que plantea o que encontramos también en determinados libros y canciones. Todos son productos que se consumen en la juventud, pero ya está. Se consumen con la misma rapidez con la que se pasa esa etapa vital. No olvidemos que la juventud pasa muy rápido. Al final, el problema no es si se tiene mal gusto cuando se es joven, sino si luego se pasa de este tipo de productos a otros. Y precisamente por esto, porque a los lectores les falta orientación a la hora de elaborar una bibliografía propia o a la hora de orientarse con sus lecturas, he dejado de hacer talleres de escritura para centrarme en los talleres de lectura.

-¿Cree que las redes han democratizado, aunque sea en parte, el acceso a la lectura? Dicho de otra manera: el capital cultural y económico, que casi siempre van de la mano, han sido determinantes en la formación lectora de los jóvenes. ¿Lo siguen siendo?

–Cuando tienes interés por los libros y tienes, porque tus padres son lectores, una biblioteca en casa el acceso a ellos es inmediato. Sin embargo, si provienes de una casa en la que no hay libros, el acceso es más lento porque los libros hay que buscarlos fuera. Cuando creces rodeada de libros no solo es más fácil que te sientas atraído por ellos, sino que sabes cómo se ordena una biblioteca, cómo buscar entre otros libros. Si no tienes esta experiencia debes aprender a orientarte. Al principio puedes sentirte perdido y sin saber por dónde empezar. Y otro elemento: los libros son caros para alguien joven. Por tanto, si no los tiene en casa adquirirlos no siempre es fácil. Quizás no pueda comprarse más de un libro al mes porque no tiene presupuesto. En este sentido, independientemente de las redes, la desigualdad sigue estando ahí. Es una desigualdad vinculada al capital cultural y económico. No todos partimos del mismo sitio y la experiencia de descubrir libros y autores no es la misma cuando se tiene o no una biblioteca en el pasillo de tu casa.