Picasso y Chanel, agitación y vanguardia
El Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid indaga en las influencias y los trabajos en común del pintor malagueño y la diseñadora francesa entre 1908 y 1925, en pleno incendio del cubismo
23 noviembre, 2022 19:15Picasso no era aún del todo Picasso, sino ese pintor español que llevaba en los ojos todos los fuegos. Tenía un perrazo grande como un caballo y, del brazo, le colgaba una nueva mujer, Olga Khokhlova, ágil y fibrosa como una caña. Iba de aquí para allá con la ambición en la masa de la sangre. Ya había pintado Las señoritas de Avignon para poner a cero los relojes de la pintura y el marchante Paul Rosenberg empezaba a llenarle de ceros su cuenta corriente cuando, en la primavera de 1917, conoció a Gabrielle Coco Chanel, probablemente en el estreno en el Théâtre du Châtelet de París de Parade, una producción de los Ballets Rusos de Serguéi Diághilev con libreto de Jean Cocteau.
Exactamente en lo que ocurrió después de ese encuentro pone el foco el Museo Thyssen-Bornemisza en una exposición de título austero, Picasso / Chanel, encajada en los actos conmemorativos del cincuenta aniversario del fallecimiento del artista malagueño. Se trata de una exhibición con ánimo de espectáculo por la fama de sus protagonistas y por el número de obras seleccionadas, en concreto, sesenta y cinco trabajos del pintor y cincuenta y dos vestidos y complementos de la diseñadora, entre los que se establecen juegos, inspiraciones y paralelismos a lo largo de casi dos décadas ciertamente inflamables, entre 1908 y 1925.
“Chanel y Picasso fueron estrictamente contemporáneos y los dos tuvieron una enorme capacidad de trabajo, o más bien una necesidad imperiosa de crear hasta el final de sus días renegando, en muchas ocasiones, de los cánones establecidos”, asegura Paula Luengo, comisaria de una exposición que igual recorre influjos y trabajos comunes que sugiere, con más o menos fortuna, versiones y variantes entre las creaciones del pintor y la diseñadora. Porque, acaso el fuego que animó a ambos esté fijado en una frase de Baudelaire, acuñada hacia 1863: “La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable”.
A partir de aquí, la exposición –abierta hasta el 15 de enero de 2023– reitera algo que ya se sabía: Picasso abrió en canal el arte del siglo XX y, al hacerlo, dejó algo suyo en todos los que se acercaron a él. O una huella o un zarpazo. “[Picasso] se ha convertido en el principio radiactivo de la pintura”, señaló, muy ilustrativamente, la propia Chanel. “Fui testigo de sus revoluciones (…). Vi cómo triunfaban sus decorados y, a continuación, el entusiasmo del público con El sombrero de tres picos y Pulcinella. Iba a menudo a su antro de alquimista”, confesó a Paul Morand, quien armó una suerte de biografía de la modista en el libro El aire de Chanel (Tusquets).
La muestra se dedica, en un primer momento, a alumbrar cómo Chanel hizo del cubismo un abrevadero para sus vestidos y complementos. La modista halló en la estética de la vanguardia el estímulo necesario para echarse a dibujar patrones con una fiebre radicalmente nueva. De esta forma, exploró la línea recta y la composición a través de planos, anulando el volumen en favor de la bidimensionalidad; adoptó la monocromía y la reducción cromática –el blanco, el negro y el beige–, y eligió tejidos humildes y sencillos, como el algodón y el punto de lana, al tiempo que las arpilleras, los periódicos y los esmaltes industriales se colaban en los collages cubistas.
Aunque hoy parezca extraño, quizás improbable, una de las creaciones de la diseñadora que mejor enlaza con aquel movimiento de la vanguardia es el perfume Chanel nº 5. Al contrario que otras fragancias de la época que se exhibían en recipientes ricamente adornados, su envase huye de la decoración; es sobrio, lineal y cúbico, mientras que la etiqueta rectangular es claramente minimalista: blanca con tres líneas con tipografía en negro. La combinación resulta moderna y funcional. Además, el pequeño frasco de 1921 muestra paralelismos con las botellas representadas en dos collages picassianos que forman parte de una serie de naturalezas muertas de 1912.
En Picasso / Chanel se da cabida a las colaboraciones que unieron al pintor y a la diseñadora, fijadas en torno a dos incursiones escénicas de Jean Cocteau. La primera de ellas, una versión reducida de la tragedia Antígona de Sófocles (1922), en la que el malagueño se ocupó del decorado, optando por unas columnas dóricas y unas máscaras decoradas con motivos inspirados en las vasijas de la Antigua Grecia, y la francesa concibió la indumentaria en gruesa lana escocesa en tonos marrón, crudo y, puntualmente, rojo ladrillo. Las cabezas de algunos personajes estaban coronadas con diademas de orfebrería, consideradas las primeras joyas realizadas por Chanel.
Esta Antígona, explica, con detalle, Paula Luengo en uno de los textos del catálogo, cosechó un gran éxito, llegándose a acumular un centenar de representaciones. El público, que en general desconocía la obra original, alabó su modernidad atribuyendo a Cocteau partes del texto de Sófocles. Pero los elogios más importantes fueron para Chanel. Sus creaciones fueron aplaudidas por la prensa especializada, que les dio una cobertura extensa: “Chanel se vuelve griega mientras sigue siendo Chanel”, se leía en la revista Vogue (febrero de 1923), cuyo texto recogía que “los vestidos parecen ropajes antiguos encontrados después de siglos”.
Dos años después, en 1924, Picasso y Chanel volvieron a coincidir en Le train bleu, un ballet u opereta bailada con pantomima y números acrobáticos en un acto con libreto de Jean Cocteau y producido por Serguéi Diághilev que hace referencia en su título al expreso nocturno de lujo que entonces unía París con la Costa Azul. El artista cedió el pequeño gouache titulado Dos mujeres corriendo por la playa como imagen del telón de la obra y la diseñadora puso al servicio del cuerpo de baile su colección de baño no sin problemas, dado las duras condiciones de frío sufridas durante los ensayos y la rotura de algunas de las piezas.
Pese a esta intensa relación, no consta que Chanel tuviera en su colección alguna obra de Picasso, aunque se sabe con certeza que el pintor le regaló un ejemplar del libro firmado con treinta y dos reproducciones de los diseños para el vestuario y decorado del ballet El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla, de 1919. Años más tarde, Paul Morand, en su charla con la modista que publicó a modo de biografía en 1946, recoge una impresión contundente sobre el artista malagueño: “Como hombre me agradaba. Pero en realidad lo que me gustaba era su pintura, aunque no la comprendiera. La encontré convincente y eso es lo que me gusta”.