Noticias de la contracultura
El ‘underground’ español utilizó como correa de transmisión de sus valores culturales y estéticos una colección de revistas transgresoras, irreverentes y provocativas
1 agosto, 2020 00:10Casi se podría escribir una historia de la cultura de España sin salir de las revistas. De las grandes, de extensa tirada y larga duración, y también de las que apenas alcanzaron al estricto círculo de quienes las hacían. En ellas palpita un producto cultural perfecto: coral, unánime, variado; permiten todas las posibilidades y procuran infinitas vías de experimentación y combinaciones de rigor y humor, lo grave y lo leve, el recreo y el confesionario y, siempre, la novedad. Estas publicaciones efímeras asistieron en las primeras décadas del pasado siglo XX al nacimiento de las vanguardias históricas, donde fueron la caja de resonancia del porvenir a través de proclamas y manifiestos, y en ellas fijarían su nuevo trote literario los jóvenes poetas del 27, razón que les otorgó desde el mundo académico el sobrenombre de “la generación de las revistas literarias”.
También estas hojas de prensa cobraron protagonismo cuando la contracultura pidió turno y despuntó en los años setenta al compás de jóvenes con apetitos libertarios, provenientes, por lo general, de la burguesía y dispuestos a desbaratar con insolencia y descaro la cementera ideológica del franquismo. Ozono, Star, Ajoblanco, El Rrollo Enmascarado y El Víbora, entre otras muchas cabeceras de vida inconstante y circulación marginal, son parte del fenómeno underground en España. Su historia se resume ahora en el relato fijado por Manuel Moreno y Abel Cuevas en Todo era posible. Revistas underground y de contracultura en España (1968-1983), publicado por Libros Walden. “Las revistas servían como mapa, como guías de recomendaciones, como comisariados artísticos”, dicen los autores sobre el impacto de estas publicaciones.
Claro que la ola de cambio llegó antes a la música que a las revistas, pero el origen es común: los movimientos aperturistas de la dictadura. Entre ellos, el monocultivo del turismo de sol y playa, los acuerdos militares con Estados Unidos y, en el ámbito estricto del papel, la ley de prensa e imprenta del ministro Manuel Fraga que, si bien puso fin al veto previo, alimentó la autocensura y las arbitrariedades. “A partir de 1966 se pudo hablar de huelgas o disturbios en la universidad, temas antes entonces vedados, y el mero hecho de dar a conocer su existencia hizo que se produjeran más a menudo”, afirman Moreno y Cuevas, quienes puntualizan que “del mundo hippie se habló en los medios con la misma intensidad y calidad que, en los últimos años, se ha hecho de los millennials. Es decir, con una mezcla de miedo, curiosidad y desconocimiento”.
Por ejemplo: a la vuelta de un viaje a San Francisco, con visita incluida a la sede editorial de Zap Comix, la publicación fundada por Robert Crumb en 1968, Chumy Chúmez firmó en la revista Triunfo (número 434, 26 de septiembre de 1970) la primera información en España sobre la explosión de la prensa marginal. “Actualmente se editan en Estados Unidos de trescientos a trescientos cincuenta periódicos underground. En casi todas las ciudades existe uno. Sin embargo, su difusión es escasa. Su radicalización política, su libertad y parcialidad en cuanto al sexo y su burla y desdén por todo lo que el americano medio considera sagrado han hecho que este tipo de prensa sea rechazada por las llamadas gentes de bien y perseguida, según dicen, con especial ahínco por la policía”, se lee en el artículo “Prensa underground”.
El humorista formado en La Codorniz, con la colaboración de Andrés Rábago (OPS, El Roto) dio entrada oficial en abril de 1972 a la historieta subterránea en España con la antología Comix underground USA (Robert Crumb, Gilbert Shelton y Robert Williams, entre otros), publicada por la editorial Fundamentos. En esas páginas, Chumy Chúmez fijó la característica de este linaje: “Un periódico que se puede comprar en los quioscos sólo puede autotitularse underground por esnobismo”, escribió el fundador de Hermano Lobo. Curiosamente, años después, impulsado por esa misma exigencia, Nazario enterró de forma oficial la contracultura el 6 de junio de 1981, cuando detectó que la industria congregada en el Salón del Cómic y la Ilustración de Barcelona le había descubierto al underground una vía comercial.
Portada de Pérez Sánchez para
Entre una fecha y otra, en el transcurso de esa década prodigiosa, una insólita escudería se desplegó con esa mecha en horario de tarde y madrugada, principalmente. En aquella verbena abarrotada, algunos dibujantes, escritores, poetas o fotógrafos dieron forma visual a los nuevos tiempos convirtiendo las páginas de las revistas en un alivio contra la neurosis de una dictadura que se agotaba. “La mezcla de música, cómics, cine, estética, el contacto con los hippies, el espíritu ácrata y revolucionario de mayo del 68, las drogas, la relativa libertad de prensa y la gente escribiendo, dibujando, filmando o radiando material underground (o de la puerta de al lado del underground) hace que, a partir de 1973, todo explote rápidamente”, señalan los autores.
Entrevista a
La iniciativa de este desacato se le atribuye de forma unánime a AU (1973-1974), con origen en una publicación estudiantil para alumnos del colegio mayor Chaminade de Madrid. La revista, que incluía temas sociales y culturales, giró hacia al underground estando a los mandos del equipo de Radio Popular: Adrián Vogel, Diego Manrique, Juan de Pablos y Gonzalo García Pelayo –el chamán del underground español–, todos atraídos por la sed de aventura y la subvención que recibía. “La revista es, sobre todo, musical, pero también se habla de cine, teatro, cómics o del movimiento de liberación gay”, apuntan Moreno y Cuevas en su libro, que también hace un aparte para Ozono, el nombre que adoptó esta hoja informativa tras su salida de las aulas universitarias, etapa en la que contaría con la supervisión gráfica del diseñador Alberto Corazón.
Portada de la revista
En una segunda parada, Todo era posible analiza El Rrollo Enmascarado, el primer cómic underground español confeccionado desde un piso-comuna en la calle Comerç de Barcelona por Nazario, Javier Mariscal, Max y los hermanos Farriol, entre otros. El primer número, de septiembre de 1973, acabó secuestrado por atentar contra la moral pública y su representante legal, Miguel Farriol –presentado ante el Ministerio de Información y Turismo como autor único de la revista al ser el de mayor edad y de apariencia más respetable– se enfrentó a una pena por escándalo público de seis meses de arresto mayor, 15.000 pesetas de multa y nueve años de inhabilitación. Esta deriva es otra de las características de las publicaciones contraculturales en España: todas se enfrentaron a las trabas administrativas y, en algunos casos, a la persecución judicial.
Doble página del número 70 de la revista fotográfica
“En las páginas de El Rrollo Enmascarado hay drogas, sexo, violencia y humor absurdo. Está fuertemente influenciado por los autores del underground americano en estilo, aunque los meses que pasan entre el primer número y el siguiente cómic de los autores ‘del Rrollo’, hace que ya se vea una evolución más personal, un estilo propio y el inicio de una lengua propia. Si se quería una mentalidad nueva, unos valores nuevos, una sociedad nueva, hacía falta un lenguaje nuevo. En los cómix del Rrollo es donde se empieza a ver esa jerga que llegaría a la crítica musical y a todos lados. La jerga de la calle, de los marginales, es la neolengua con la que transformar la sociedad”, diagnostican Moreno y Cuevas, que rastrean otros cómics como Diploma d’Honor, A Valenciaa y La Piraña Divina, recopilación de Nazario en la francesa Zinc.
En esta jungla de papel destacó Star (1974-1980), nacida al cobijo de Producciones Editoriales, una empresa familiar barcelonesa que editaba libros para el consumo popular. “Fue la revista del underground en España y por sus páginas pasaron las mejores firmas y lápices del momento”, valoran los autores de Todo era posible. Al margen de la relevancia de sus colaboradores (Ramón de España, Ceesepe, Jesús Ordovás, Almodóvar, Pau Malvido, Isabel Coixet y Art Spiegelman, entre otros), la revista impulsada por Juan José Fernández llevo su activismo al campo editorial con el lanzamiento de una colección visual, donde se publicó el pionero El cómix marginal español (1976), una recopilación de El Rrollo, y otra de narrativa, con títulos de Kerouac, Burroughs y Thoreau.
Fotonovela de Pedro Almodóvar en
En paralelo, Ajoblanco, la creación de Pepe Ribas, llegó a los quioscos en octubre de 1974 con una importante vocación política, acaso la más acusada entre las publicaciones contraculturales de España. “No fue una revista de progres afiliados clandestinamente a partidos izquierdistas. Lo suyo era más importante, más serio, que elegir un partido político”. Manuel Moreno y Abel Cuevas añaden: “En ella se palpa, más que en ninguna otra, la ilusión de que otro mundo era posible, de que la revolución era posible, de que todo era posible. Es una revista hecha desde el corazón, realmente utópica, con ganas de construir algo nuevo. De construir un sitio propio”.
Ajoblanco, que publicó el pasado marzo en abierto todos los números de su primera época –los 56 números ordinarios más las 20 publicaciones extra sobre sexo, magia, drogas y teatro, entre otros asuntos–, trató todo tipo de temas, vinculados muchos de ellos a las comunidades y grupos de trabajo que se formaron en su seno. Así, con un papel destacado en las Jornadas Libertarias de 1977 en el Parque Güell, abordó en sus páginas la antipsiquiatría y la figura de Durruti, la fiesta de las Fallas y la desobediencia civil, las comunas y las cárceles, la homosexualidad, la universidad… “En España, las circunstancias nos forzaron a ser autodidactas; nos formamos gracias al cúmulo de curiosidades sentidas y experimentadas hasta el fondo de nuestras almas”, confiesa Ribas en Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad (RBA, 2007).
Portadas de la revista Ajoblanco, dirigida por Pepe Ribas
A partir de aquí, con el despegue de la década de los ochenta, el censo de revistas underground se multiplicó al tiempo que se difuminaban sus principales referentes: Ozono, Star, Ajoblanco. Proliferaron las de temática musical aunque perdieron colmillo (Disco Exprés y Vibraciones, por ejemplo) y surgieron otras de tono cáustico como El Viejo Topo –que atesoró firmas internacionales de prestigio como Noam Chomsky y Umberto Eco–, Butifarra! (1975) y El Víbora (1979), que, catapultada en sus comienzos por el monográfico que dedicó al golpe del 23-F, acabó por ser una de las pocas cabeceras de la prensa subterránea que alcanzó la orilla del siglo XXI gracias a una línea editorial fuerte y la apuesta por autores como Max, Ceesepe y Nazario.
De este vuelo por el quiosco underground queda la certeza de que las revistas formaron parte de la educación vital, cultural y sentimental de los jóvenes en la década de los setenta. “La cultura sí que se transformó; gran parte de los artistas, periodistas, músicos y creadores que dirigirían la cultura española en los ochenta, noventa e incluso hoy surgieron de estas páginas”, concluyen Manuel Moreno y Abel Cuevas. “La revolución no se vio por televisión, ni siquiera en la calle. La revolución, como decía un número de Ozono, se vio en el interior”.