'Presentación de Jacob a Isaac'

'Presentación de Jacob a Isaac' LUCA GIORDANO

Letras

La catedral invisible: 'José y sus hermanos' de Thomas Mann (II)

El primer volumen de la tetralogía narrativa del escritor alemán –Las historias de Jacob– funciona como un audaz poema mítico donde el descubrimiento del Dios único de la Biblia ayuda a combatir la idea totalitaria de crear un hombre nuevo, extranjero de su pasado 

La catedral invisible: 'José y sus hermanos' de Thomas Mann (I)

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“¿Acaso el yo del ser humano es un objeto consolidado, encerrado en sí mismo y estrictamente aislado dentro de sus fronteras físicas y temporales?” Antes de concentrarse en la historia de José propiamente dicha, Thomas Mann quiso organizar y glosar la trama mítica que le precede, comentando los episodios más significativos de la vida de Jacob, su padre. Y al hacerlo, recogió e interpretó la historia y la evolución de las religiones como una lucha titánica del hombre para mantenerse en pie frente a la muerte, una conquista que, gracias al descubrimiento del Dios único, le permitió escapar de las imposiciones cíclicas del sacrificio asociado al calendario agrícola para acceder a la promesa de la Historia e inventar, de hecho, la libertad, entendida como un atributo del individuo a la vez emancipado y perteneciente a una comunidad cultural. 

Las historias de Jacob, primer volumen de José y sus hermanos, funciona como poema mítico y fundacional del conjunto. La reconstrucción de la genealogía de Abraham sirve al autor –que se reivindica a sí mismo como un comentarista capaz de trascender los límites del qué del relato, sintetizado con radical brevedad en la Biblia, para recuperar el cómo de la vida en que aquel tuvo de verdad lugar– para narrar el viaje épico en que el hombre primitivo había pasado de la oralidad a la escritura, del terror del olvido al refugio de la memoria, de unas divinidades asociadas al rostro de la bestia –Baal y toda la pléyade de dioses semíticos en cuyo origen asoma a menudo la testuz del toro– a la aparición de un Dios paternal y patriarcal, “el Dios de la lejanía, Elohim, el Dios del aire libre y del horizonte, el Dios del desierto y el Dios de la cumbre lunar”.

'Abraham y los tres ángeles'

'Abraham y los tres ángeles' JUAN ANTONIO DE FRÍAS Y ESCALANTE

Ya comentamos cómo José y sus hermanos había sido para Mann el báculo en que se apoyó durante casi veinte años de penurias políticas. Mientras los nazis le convertían en un paria y él se sentía, allá donde estuviera, depositario de la verdadera Alemania, la paráfrasis detallada y torrencial del Génesis le permitió afirmar todo aquello que los acontecimientos de su propio tiempo estaban negando. Si el nacionalsocialismo despreciaba la vida y el individuo en favor de la exaltación de la muerte y la masa, él se volcaba en la problematización del concepto de yo, indisociable de su pasado mestizo y bastardo, impuro y en perpetua formación: 

“Al cabo, la idea de la individualidad pertenece a la misma categoría que las de la unidad y la totalidad, del conjunto y el universo, y la distinción entre el espíritu a secas y el espíritu del individuo no siempre ha ejercido, ni mucho menos, tanta influencia sobre los ánimos como en este hoy que hemos abandonado para hablar de otro, de cuya sensatez da cumplida cuenta el hecho de que no conociera para la idea de la 'personalidad' y de la 'individualidad' otras denominaciones que las muy neutrales 'religión' y 'confesión'”. 

Ese hoy abandonado, dominado por la idea totalitaria de crear un hombre nuevo, extranjero de su pasado, es lo que le impulsó a volver a la Biblia, sumándole además todo el conocimiento mitológico e histórico que le procuraba su propia condición de hijo de la modernidad, testigo privilegiado de unas ruinas que ahora podían reconstruirse con mucha mayor propiedad y perspectiva. En ese sentido, el tratamiento que hace Mann del mito es muy audaz e incluso revolucionario, anticipándose en muchos aspectos a la visión estructuralista de Claude Levi-Strauss y su resolución de los opuestos.

Claude Lévi-Strauss

Claude Lévi-Strauss

En un capítulo sensacional de Las historias de Jacob titulado 'El rojo', Mann cuenta cómo Jacob, tras el sepelio de su padre Isaac, se siente embargado por todo el pasado mítico que le constituye y que sigue presente en sus pasos. Y de pronto, se embarca en una larga y apasionante digresión acerca de la naturaleza esférica del misterio, gracias a la cual “todo origen se revela como un final aparente y una meta provisional”. La dimensión celestial y la terrenal, lejos de escindirse –como se pretende en el hoy abandonado– se necesitan y se retroalimentan:

El misterio está en la esfera. Y esta a su vez se basa en la continuación y en la correspondencia, es una doble mitad que se cierra para formar una unidad; se compone de dos semiesferas, una superior y otra inferior, una celeste y otra terrenal, que se corresponden la una a la otra en un todo, de manera que lo que está en la de arriba también está en la de abajo, y lo que pueda acontecer en la parte terrenal se repite en la celeste, y esta se reencuentra a sí misma en aquella. Pues bien, esa correspondencia recíproca de dos mitades equivale a un verdadero cambio: la rotación. La esfera rueda: está en su naturaleza. Arriba se torna al cabo de un instante en abajo, y abajo en arriba, si es que en esas circunstancias se puede hablar de abajo y arriba. No es solo que lo celeste y lo terrenal se reconozcan el uno en el otro; no: gracias a la rotación de la esfera, lo celeste se transforma en lo terrenal y lo terrenal en lo celeste, y de esto se deduce, de esto se colige la verdad de que los dioses pueden tornarse en hombres y los hombres, a su vez, en dioses”.

Cubierta de la primera edición del libro cuarto de 'José y sus hermanos' (1943)

Cubierta de la primera edición del libro cuarto de 'José y sus hermanos' (1943) BERMANN-FISCHER

Esta rotación afecta también a la propia constitución del mito, que en lugar de representarse de forma lineal y repetitiva, revela su dimensión proteica y siempre cambiante, transformándose a medida que cambian los tiempos: “Y otra cosa que está igualmente sujeta a rotación es la relación alternativa de padre e hijo, de modo que no es siempre el hijo el que mata al padre, ya que el papel de la víctima también puede tocarle en suerte en cualquier momento al hijo, que será así, inversamente, degollado por el padre”. 

En el sustrato de esta reflexión, yace por supuesto la Aqedah, el sacrificio de Isaac que representa la Alianza entre Abraham y Yahvé, que antes le ha puesto a prueba ordenándole que matara a su hijo, en el último momento sustituido por un cordero. Pero, a pesar de la sustitución, en la alianza con Dios siempre late la posibilidad de ese sacrificio espantoso en el que el padre mata al hijo. A lo largo de toda su novela, Mann se sitúa frente a esa escena fundacional y reconoce, como escritor del siglo XX, no solo que los papeles pueden cambiar, sino que han cambiado ya. El hijo puede degollar al padre, rebelarse contra Dios y romper con la alianza. Como dirá en El joven José: “Curioso: a través de Abraham y su Alianza, había venido al mundo algo que antes no existía y que las naciones no conocían: la posibilidad maldita de la ruptura de la Alianza, de la ruptura con Dios”. 

Pero Mann, al mismo tiempo, va deslizando la posibilidad de que esa Alianza pueda restablecerse, de que en la naturaleza misma del pacto entre dioses y mortales haya un constante vaivén rotatorio entre unión y desunión, entre sumisión y desobediencia que conformaría la esencia más profunda del ser humano. A pesar de haber trabajado catorce años en casa de Labán para casarse con Lía, Jacob amaba a Raquel, pero Dios volvió estéril la matriz de la preferida no tanto para perjudicarles como para demostrar su prerrogativa, la diferencia que hay entre los designios divinos y humanos.

El escritor Juan Benet

El escritor Juan Benet

(En ese quiebro, dicho sea de paso, radicaba para Juan Benet, no en vano uno de los pocos grandes lectores que en España ha habido de José y sus hermanos, el cometido de la literatura, que a diferencia del pensamiento –religión y filosofía en una palabra– no se preocupa por lo transmisible, es decir, por esa voluntad de Dios que la ley y las Escrituras se afanan en  perpetuar a través de los tiempos y las genealogías, arrogándose el derecho de conocer al hombre y trascender la muerte, sino que se circunscribe, nunca mejor dicho, a todo aquello que muere con el sujeto particular de su narración y que constituye lo irrepetible humano. Y eso, dicho sea también de pasada, es lo que olvida la literatura de nuestros días cuando pretende adecuar el mandato del deber ser al reino inestable e incierto de la imaginación, cuya frontera con el pensamiento se permite transgredir para ganar en el campo de la ejemplaridad lo que se le pretende hurtar al ámbito del, por lo demás, impávido enigma. Shakespeare nunca podrá rendir cuentas acerca de los abusos o la faltas morales de su tiempo, como pretende la Academia ahora, simplemente porque él no podía sino acompañar al hombre en su destino mortal con toda la intensidad y la atención de las que fue capaz y a despecho de los dictados de la razón y del conocimiento, que le exigen un progreso que su poesía, por su propia constitución, no les concederá jamás.)

Para Mann, por tanto, la alianza de Dios con el espíritu humano tenía como objetivo final “la santificación de ambos”, hasta tal punto que ya resultaba del todo imposible saber si había empezado primero la instancia humana o la divina, tan imbricadas estaban una y otra en su constante colaboración. “Fue una alianza, en cualquier caso, cuyo establecimiento implicaba que la santificación de Dios y la del hombre eran un doble proceso y estaban aliadas en lo más hondo. ¿Para qué si no una alianza?, cabe preguntarse. El mandato de Dios al hombre, “Sé santo como Yo lo soy”, tiene como requisito previo la santificación de Dios en el hombre; en realidad significa: “Hazme santo en tu interior, y luego sé santo tú también”. Las historias de Jacob dramatiza con detalle cómo la presantidad depravada que había en Dios se purifica en el hombre y cómo en cualquier momento puede volver a desatarse si uno de los dos incumple el pacto, la recíproca remisión trabada secularmente en la carne con el aval del anillo de la circuncisión. (Continuará).