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El presidente de Ferrovial, Rafael del Pino / EP
Rafael del Pino
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Está a punto de cumplirse un año desde que Ferrovial anunciara su polémica decisión de trasladar la sede social de su matriz a Países Bajos, lo que generó ríos de tinta y una notable fricción con el Gobierno, no exenta incluso de cruce de acusaciones y amenazas. Aquella maniobra tenía como principal objetivo situar a la compañía bajo focos inversores más potentes ante la necesidad de financiar los voluminosos proyectos que había incorporado a su cartera en los últimos años.
La Bolsa de Nueva York es el horizonte hacia el que caminar, previo paso por Amsterdam para facilitar el salto. La apuesta es valiente y decidida pero también arriesgada. Por el momento, Ferrovial ya ha tenido que pagar una factura al cobro del coste de imagen. Y ahora, cuando llega el momento en enfilar la recta final de Wall Street, toca convencer a los accionistas e inversores más exigentes del planeta.
Ferrovial ha comprobado que no va a resultar nada sencillo. Su primer recibimiento en la Gran Manzana, adonde se trasladó su plana mayor para celebrar allí el Día del Inversor, se ha saldado con su primer revolcón bursátil… aun sin haberse estrenado en la plaza neoyorquina.
Por ahora, las señales apuntan a que a la comunidad de Wall Street le va a costar entender el modelo de Ferrovial, que no es precisamente al que está más acostumbrada. Si se echa la vista atrás, cabe concluir que los acontecimientos se han precipitado en exceso. Haciendo un símil hollywoodesco, 2023 fue "el año que vivió peligrosamente" y a un cometido como éste, tan basado en la generación de confianza, siempre le sobrarán la precipitación y las prisas.